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EDITORIAL

La calaña de Sánchez, Simón, Iglesias, Ferreras...

Pedro Sánchez y sus lacayos mediáticos se han lanzado a una campaña propagandística verdaderamente obscena.

Ante el descomunal fracaso del Gobierno en la gestión de la epidemia del coronavirus –España encabeza rankings negativos de una elocuencia demoledora: fallecidos por cada 100.000 habitantes, personal sanitario infectado y desplome económico–, Pedro Sánchez y sus lacayos mediáticos se han lanzado a una campaña propagandística verdaderamente obscena.

El bombardeo está siendo de una intensidad brutal y, ante la imposibilidad de presentar como un éxito clamoroso lo que todo el mundo reconoce como un desastre sin paliativos, se suceden los episodios vergonzosos o simplemente chuscos. Como la entrevista que este jueves le ha practicado Antonio García Ferreras al presidente del Gobierno, en la que el agitador sextario ha pasado de puntillas sobre las cuestiones más complicadas para el Ejecutivo, no ha hecho una sola repregunta y no ha cuestionado ninguna de las afirmaciones del mentiroso compulsivo Sánchez, ni siquiera cuando ha afirmado que el Ministerio de Sanidad contabiliza los fallecidos siguiendo los criterios de OMS, patraña desmontada hace ya semanas.

También este jueves y también en La Sexta han tenido la patética desvergüenza de pretender enfrentar a unos españoles con otros a cuenta de las mascarillas, que con puerilidad sonrojante y fanatismo repulsivo han dividido en "solidarias" y "egoístas". Con la habitual hipocresía progre, han condenado… ¡justo las que utilizan con profusión los propios reporteros de la cadena! Son así de ridículos e indeseables.

Con todo, la guinda la ha puesto El País Semanal con una portada en la que se ve al deplorable Fernando Simón posando con chaqueta de cuero sobre una motocicleta en plan estrella de Hollywood. Los mismos que crucificaron a Isabel Díaz Ayuso por unas imágenes en las que, con mayor o menor acierto, mostraba mucho respeto por las terribles consecuencias de la epidemia y sus decenas de miles de víctimas mortales, callan ahora ante la campaña publicitaria para convertir en un icono pop a uno de los máximos responsables de la tragedia. Callan o directamente jalean.

Lo sustancial de Fernando Simón no es si resulta más o menos simpático, ni debería serlo si trabaja para un Gobierno de izquierdas o de derechas, o si va en moto o en bici. Lo realmente importante es que él era la persona que debería haber alertado a la ciudadanía de la formidable amenaza que representaba el covid-19. Sin embargo, desoyó todas las alarmas, negó que fuera a haber emergencia alguna, cebó la imprevisión de las autoridades y hasta se mostró cachazudamente indiferente ante la bomba biológica que resultaron ser las manifestaciones del 8-M.

Lo lógico sería que Simón anduviera abrumado por su terrible responsabilidad en el desarrollo de los acontecimientos; pero no: lo que hace es prestarse a ser usado en una inmoral campaña de blanqueamiento de las que suele pergeñar la factoría Redondo. Y es que Simón es de otra pasta o calaña. De la de Sánchez, Iglesias y Ferreras.

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