Hace unos meses me llegó un libro sorprendente: Nuestras vidas (1996). Su autor, Adolfo Fernández Punsola, es uno de los personajes –muy reales– que aparecen en las memorias barcelonesas de los 70 La ciudad que fue. Adolfo era –seguirá siendo– de esas personas que infunden respeto porque no pretenden infundir respeto, de los que ejerciendo su libertad y pese a dolerle cuanto pueda doler el rencor que en los mediocres suscita la libertad y, sobre todo, la singularidad, no busca mimos o lagoteos sino que practica una educada forma de distancia que pueda ponerle a salvo de la pedrada de los lerdos, aunque deje a los lapidadores sin volarse ellos mismos un ojo, que sería lo justo. Pulse para ampliar Adjunto la portada del libro, que es la que mejor define un estado de sensibilidad, acaso más importante que el estado de conciencia, y con el que me identifico mucho. Siendo género tan distinto, no está lejos de lo que yo he querido hacer en los haikus de La otra vida (demasiado generosa Ana Nuño, pero gracias). Cabría resumir el empeño en una fórmula antagónica al supuesto ideal de la vida post-moderna: "no a la calidad de vida"; "sí a la vida de calidad". La calidad, el valor de lo vivido no está en el ámbito de lo material, cómodo sólo hasta cierto punto; es la vida lo que está en la calidad que nos permitimos al enjuiciar la vida. En esa relación del paso del tiempo por nosotros y de nuestro paso por el espacio del tiempo que nos ha sido dado. No sólo el autobiográfico, sino, como muestra el exquisito libro de Adolfo, el que atraviesa nuestras vidas. El título es, obviamente, manriqueño en la letra y el espíritu; porque las Coplas están redactadas en el fluir del presente, no en el pasado o el futuro. Pero ese fluir de las cosas de hoy contado desde el ayer que arrastra la memoria es probablemente lo más difícil, por su sencillez, que cabe buscar. Y a veces, en algunas iluminaciones, encontrar. Naturalmente, como todo lo que hago en estos últimos tiempos, es una forma de pensar y sentir lo que me pasa, no tan distinto de otros aconteceres en el tiempo, porque no haber llegado aún y ya estar yéndose es la forma de vivir que me ha sido dada y que, al aceptarla, me he dado a mí mismo. No es posible renunciar a nada en la inconsciencia, pero tampoco cabe eludir la conciencia de la pena. "El amor y la pena / provocan en mi pecho un ansia ardiente", dice Fray Luis. Y es lo que mueve nuestras vidas como hecho sensible y meditable: el amor a esto que ya no es pero aún nos habita y la pena de saber que ese es el fin del "río que nos lleva". Y me asomo otra vez al haiku que cinceló Jorge Manrique, "Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir". Por ese delicado equilibrio que alcanza Adolfo Fernández Punsola entre el Cabezón de la Sal de antes y después de la Guerra y la emoción al visitar las imágenes de lo que fue y sólo en imagen puede seguir siendo, me atrevo a pedirles a los amigos del blog que piensan pasar el día de Santiago en mi pueblo que disfruten del yantar en "Santa Lucía" pero no pongan a mi vecino el alcalde entre la placa y la pared. No me gustan las placas ni las calles dedicadas y por eso no tengo ninguna. Sólo cuando me haya muerto me parecerán bien, porque ya no me parecerán nada. Lo mejor del pueblo es que me resulta comodísimo porque nadie me hace más caso que el necesario para dejarme en paz. Así que, por esa paz que no cabe celebrar en placas, les agradecería que indulten al alcalde. En Septiembre, el 7 a las 7, comienza en pruebas esRadio; y el lunes siguiente, espero que de forma definitiva, continuamos con la programación completa. Ahí les espero.