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Eva Miquel Subías

Escaños tuneados

Si el ejemplo es el de diputados con modales más propios de pandilleros, no nos extrañemos de ver cómo reaccionan miles de jóvenes en una concentración.

Ya hace tiempo que vamos teniendo asumida la idea de que, así como iremos saliendo poco a poco de esta crisis en la que España se ha visto inmersa de manera trágica, no resultará, sin embargo, tan fácil recuperar la que afecta a nuestras instituciones.

Quiero decir con ello que la crisis institucional y en cierto modo, constitucional, nos resultará a todos los españoles algo más complicado de encajar y de abordar.

La democracia es un sistema que permite que haya tipos que puedan resultar elegidos parlamentarios y contaminar la institución que les ha acogido, profiriendo amenazas y levantando mugrientas sandalias a modo de simulación de lanzamiento. Y eso está francamente bien. Lo de la democracia, me refiero.

Sin embargo, cuando los mecanismos de control establecidos para el buen funcionamiento de ésta no funcionan, cuando falla el orden y reglamentos internos y cuando no hay un mínimo de diputados que decidan al unísono levantarse y abandonar a semejantes pandilleros que ensucian el escaño de una institución que tanto esfuerzo costó a los antepasados catalanes diseñar, es evidente que hay algo mucho más grave en juego.

Supongo que a estas alturas, queridos y avispados lectores, ya sabrán a qué hecho me estoy refiriendo. Pero les pongo en antecedentes, por si acaso.

Rodrigo Rato ha comparecido esta semana, por cortesía y en pleno procedimiento abierto por la Audiencia Nacional, en el Parlament de Catalunya, en la comisión de investigación que está debatiendo al respecto de las posibles responsabilidades derivadas de la actuación de las entidades financieras y la hipotética vulneración de los derechos de los consumidores.

David Fernández, parlamentario de la CUP, le espetó que le esperaba "en el infierno" al tiempo que mostraba una sandalia de doble hebilla y suela más gastada que la palabra "derecho" en su bocas -sin ni siquiera pararse a pensar en un sólo de sus deberes- para mostrarle el significado de la misma en tono claramente amenazador.

Ignoro si el mismo parlamentario le habrá enviado, no una, sino dos sandalias a Arnaldo Otegi, gran asesor en el proceso de debate y estudio sobre la "consulta" y el "derecho a decidir". Me da a mí, sin mucho temor a equivocarme, que no.

Si el ejemplo a seguir es el de diputados con modales más propios de pandilleros en oscuros callejones, no nos extrañemos de ver cómo reaccionan miles y miles de jóvenes en una concentración. O de cómo se enfurecen e insultan ante un simple tweet que les desagrada. Aunque bien es cierto que en España, la mala educación y la grosería ya se han extendido a todas las franjas de edad.

Pero tampoco nos extrañemos de ver el poco respeto que muestran algunos a la autoridad, a la institución o a una ley, cuando las personas responsables que deben mostrarse firmes y contundentes en su defensa, les pasan la mano por sus hombros o por el jersey de pelotillas que ha sustituido al habitual traje que en la mayoría de los países civilizados del mundo entero siguen manteniendo, como muestra de educación y de buenos modales.

Algo, por otro lado, que se ha convertido no sólo en un bien escaso, sino en algo tan sofisticado como esas espumas de nitrógeno al aroma de aceite de pistachos que seguro engullen tras haber pasado la jornada despreciando algún que otro artículo de cualquier norma, las mismas que le permiten estar ahí, por cierto.

En España

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