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Eva Miquel Subías

La sombra del espejo

"Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra" comentó Beauvoir. Y esa es exactamente la sensación que tengo.

Treinta años años se han cumplido en el mes de abril del fallecimiento de Simone de Beauvoir. 30 años de quien entregó su vida al estudio y empuje del feminismo y a Sartre, quienes nos dejaron un testimonio realmente apasionante de su tan tórrida como inquietante historia de amor.

Me he acordado de ella, justamente, por los últimos acontecimientos vividos a raíz del recurso presentado a la condena judicial a Rita Maestre en relación al asalto a la capilla de la Complutense. Porque tengo serias dudas de cómo habría reaccionado quien fuera considerada la madre de una parte importante del feminismo contemporáneo.

"Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra" comentó Beauvoir. Y esa es exactamente la sensación que tengo.

Y no porque me sorprenda ni me escandalice ver a mujeres desnudas, ni vociferando, ni con expresiones escritas en sus pechos, ni portando pancartas ofensivas contra una determinada religión -aunque es sólo una la que es objeto de críticas-. Porque lo que sí me molesta, sin embargo, es el mal gusto.

Porque en algo tan simple y aparentemente inocuo como el buen o mal gusto se engloba toda una cadena de comportamientos que hacen que su gestión posterior sea cada vez más complicada. Como la simple educación. Porque a ver cómo explicas a un adulto que antes de entrar a un establecimiento conviene dejar salir a quien así lo está haciendo, si desde niño no lo ha aprendido. Y así, toda una sucesión de gestos simples que van engrosando la inacabable lista de cosas elementales que hacen que su no aprendizaje, dificulten la convivencia.

Las mismas asociaciones de feministas que han enmudecido ante la imagen demoledora de García Page entregando un diploma a una señora enfundada en un oscuro niqab –cuya libertad a la hora de enfundarse en él es más que cuestionable– son las mismas que han cargado con dureza contra la fiscal que se ha limitado a reproducir las palabras que en su día exclamara la portavoz de la actual Corporación municipal de la capital.

La fiscal, literalmente, argumenta en su escrito que "es obvio que las señoritas están en su derecho de alardear de ser putas, libres, bolleras o lo que quieran ser, pero esa conducta realizada en el altar, espacio sagrado para los católicos al encontrarse allí el sagrario, lugar donde según sus creencias se encuentra Dios, implica un ánimo evidente de ofender".

Cristalino, oigan. Porque es precisamente esa claridad la que, al mirarte a los ojos, aparece más nítida y sin los ornamentos que la suelen acompañar.

La crudeza de mirarte sola al espejo, ya saben. La sombra de un reflejo que no está contaminada por filtros de ningún tipo.

Hay grandes mujeres que han estado luchando por sus derechos sin estar determinadas por ninguna ideología, simplemente les unía la creencia en la justicia y en la necesidad de conseguir los mismos derechos entre hombres y mujeres.

Lo mismo que ahora. Defender el rol de la mujer en cualquier sociedad no responde a un modelo de izquierdas o de derechas. Sí lo es la manera en la que ese rol se quiere defender. Sí lo es la creencia o no en una discriminación positiva o en unas determinadas cuotas, por poner sólo un par de los ejemplos más comunes.

Muchas mujeres apuntan que si creemos que mujeres y hombres deben tener los mismos derechos y oportunidades, es porque defendemos las tesis feministas, cuando lo cierto es que lo que creemos es en el individuo y en una sociedad que apuesta por una igualdad real de oportunidades entre diferentes géneros, razas o religiones.

Pero esa creencia parte también del respeto. Del respeto hacia otra mujer, hacia otro hombre, hacia cualquier persona de color diferente, con creencias diversas y practicantes de una religión, de otra o de ninguna.

Con lo que las grandes defensoras de la actitud llevada a cabo por Rita Maestre no han tenido en cuenta -una vez más- a las numerosas mujeres que ni nos sentimos ni nos sentiremos identificadas con su manera de proceder. Porque no hay espejo que lo soporte.

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