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Eva Miquel Subías

Ven a nosotros, Gordon

Tiempos revueltos, tiempos de incertidumbres. Tiempos realmente confusos.

Tiempos revueltos, tiempos de incertidumbres. Tiempos realmente confusos. Tras mis primeras vacaciones largas desde que colaboro en esta casa, no podía dejar de asomar en las horas previas a la cita del 27 de septiembre.

Mucho he escrito por aquí al respecto de Cataluña. Demasiado, diría. Y por primera vez contemplo lo que allí está sucediendo con verdadera y definitiva preocupación. Y tristeza.

Hace apenas cuarenta y ocho horas, un empresario muy conocido y reconocido en mi tierra y fuera de ella, me decía "Eva, me temo que se nos ha ido a todos de las manos".

Pues sí. Así es. A unos más que a otros, le apunté. Pero así es. Y lo que más me molesta es que en este camino emprendido hacia no se sabe dónde, se hayan escuchado tan pocas voces críticas con el mismo. Públicamente, me refiero. Que son las que, al fin y al cabo, van calando en el votante, en el ciudadano desorientado, o en el que puede, sin pretenderlo, cambiar de opinión al escuchar una voz autorizada en otra dirección que la políticamente correcta establecida.

Y me molesta sobremanera cómo el presidente de la Generalitat ha utilizado el sentimiento de muchos catalanes para labrar su propio destino. Porque es legítimo sentir los colores de una bandera más que otra, faltaría. Porque es legítimo solo sentir los colores de una, o de las dos. O de ninguna. Pero no lo es prometer en base a según qué sentimientos, oasis inexistentes.

En más de una ocasión hemos comentado en esta sección lo complicado que resulta combatir con la razón políticas basadas en estímulos puramente emocionales. Pero Gordon Brown, queridos lectores, lo consiguió.

Y consiguió elaborar un mensaje imbatible e inmaculado centrado en lo que juntos se puede conseguir, centrado en todos los aspectos positivos que resultan de una unión que, remando todos en la misma dirección, es infalible. Vaya si lo consiguió.

Pero llevo demasiado tiempo esperando a nuestro Gordon Brown catalán. Y lamento confesar que no lo he encontrado.

(…) hicimos todo esto sin sacrificar nuestra unión ni nuestra identidad, nuestra cultura, nuestra tradición como escoceses. Como consecuencia, nuestra esencia escocesa no se ha debilitado, sino que se ha fortalecido. No dejemos que una divergencia nacionalista rompa lo que hemos creado juntos. Digamos a todos que ésta es nuestra Escocia… y digámosles que nuestra visión patriótica es mayor que el nacionalismo y que no queremos irnos del Reino Unido, queremos estar a la cabeza del Reino Unido. Y vamos a decirles que la queremos… a la Escocia de la Ilustración y los inventores… y todo lo logramos dentro de la Unión.

Suficiente. Este minúsculo extracto del emotivo y archiconocido discurso del ex primer mandatario británico –escocés– que en su día pasó por la primera línea de la política sin destacar demasiado, tiene más fuerza que cualquier campaña electoral.

Brown apareció sin un papel, sin retocar su aspecto, sin poses ni gestos estudiados. Salió a escena con la fuerza que le daba, en primer lugar, la creencia absoluta en lo que pretendía transmitir, y en segundo lugar, confiado en la seguridad que le proporcionaba el ser conocedor de los riesgos que conllevaban al adoptar una decisión equivocada.

Sin miedo a titulares, ni temor a un linchamiento tuitero. Le salió del alma, queridos lectores. Supo vestir un sentimiento de absoluta cordura.

Y no hay nada más completo que una que una pasión arropada por el sentido común. Tan sencillo como eso. O tan complicado. A saber.

En España

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