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Fabián C. Barrio

Mi nombre es puntocom

En un universo hecho exclusivamente de información, el nombre lo es todo. Por fortuna, se han quedado atrás los años en que aquello de comprar dominios era una especie de carrera alocada, semejante a las de los primeros colonos que llegaban a Oklahoma y se lanzaban a conquistar parcelas de terreno en carromatos ingremes. Esto funcionaba así: a usted se le ocurría un nombre interesante, llegaba con su VISA en la boca, pagaba religiosamente, y el nombre era suyo por dos años prorrogables hasta el infinito y más allá. Imagínense qué ocurría cuando a alguien se le ocurría registrar coca-cola.com antes que a la misma compañía. Así, se dieron casos sangrantes de empresas que, para recuperar su identidad online, se veían obligadas a untar al propietario ("secuestrador" sería un término tal vez más adecuado) del dominio en cuestión con cantidades ingentes de dinero.

Esta situación ha sido terriblemente incómoda para algunos que llegaron con el carromato demasiado tarde, pero también ha potenciado el crecimiento del puntocom a niveles extraordinarios (se registran 300.000 nuevos dominios al dia).

Hay otro estilo de hacer las cosas, como el del registro de dominios en España, con el .es. Decidieron que no podías registrarlos como persona física, tenías que ser una sociedad, tardaban dos meses en concederlo, y el nombre tenía que estar registrado. Esto era tan complicado que resultaba tedioso y la gente terminaba por irse al puntocom y pasar del dominio de país. Así, hoy por hoy, podría decirse que no hay otra cosa en Internet que puntocom, y el valor de una palabra cualquiera con ese sufijo es, en ocasiones, incalculable.

Y ahora tenemos a la Unión Europea, que ha adoptado este segundo modelo, conservador y cauteloso, como todo lo que hace en Internet. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, las cláusulas anunciadas para evitar el uso indebido o malintencionado del dominio y preservar la calidad de los contenidos, en una palabra, entorpecen. Aplicar una política coercitiva sólo retrasa el proceso. Nuestros legisladores deberían informarse un poco más a la hora de decidir cómo se lleva a cabo una iniciativa de estas características. Prohibir es muy sencillo, pero deberían darse cuenta de que de ese modo, el dominio .eu lo van a usar ellos y cuatro gatos más.

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