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CIENCIA

Tiempo de vacunas

Ahora que 400 niños españoles van a probar en sus carnes los efectos de una vacuna contra la gripe A (aunque es muy probable que el resto de los infantes patrios no la llegue a catar), el aún no del todo comprendido sistema inmunitario humano salta a las primeras planas de los periódicos.

Ahora que 400 niños españoles van a probar en sus carnes los efectos de una vacuna contra la gripe A (aunque es muy probable que el resto de los infantes patrios no la llegue a catar), el aún no del todo comprendido sistema inmunitario humano salta a las primeras planas de los periódicos.
Y lo ha hecho más por sus defectos (reaccionar torpemente ante la invasión de algunos microorganismos, como el ya famoso A/H1N1) que por sus virtudes (mantenernos vivos en un mundo en el que virus, bacterias, hongos y otros agentes infecciosos campan por sus respetos desde miles de millones de años antes de que el Homo sapiens fuera siquiera un beso).

Para conocer un poco mejor qué terreno pisamos cuando hablamos de vacunas, les propongo esta modesta batería de preguntas.

¿Por qué hay que fabricar vacunas contra la gripe?


El virus de la gripe es un agente que pulula por la Tierra desde hace quién sabe cuantos miles de años y que infecta a humanos, que se sepa, al menos desde que Hipócrates definió por primera vez los primeros síntomas del mal, hace más de 2.400 años. Al contrario de lo que ocurre con otros virus, ante los cuales una sola vacuna representa un seguro de por vida, el de la gripe cambia constantemente de aspecto. En concreto, sufre dos tipos de desviación sobre su cepa original, conocidos como deriva antigénica y cambio antigénico; en ambos casos, se trata de cambios en algunas de sus dos proteínas antigénicas principales: la hemaglutinina y la neuraminidasa: las sustancias que ceden a la nomenclatura vírica las celebres H y N de H1N1 (por ejemplo). La deriva antigénica supone una pequeña variación en algunos de los componentes del serotipo, y el cambio antigénico es la transformación total del serotipo del virus, dando lugar, de hecho, a un nuevo virus.

Para dejarlo más claro, acudamos a uno de esos ejemplos que tanto gustan a los divulgadores y espantan a los expertos. Si el virus fuese la primera línea del Quijote, el proceso de deriva antigénica sucedería después de que copiáramos a mano cientos de veces el texto. Es muy probable que en algunas de esas copias demarráramos alguna errata que otra ("En un ligar de La Mancha..."), que no impediría la lectura de la frase. Pero si utilizáramos la copia defectuosa como original y volviéramos a copiar sobre ella miles y miles de veces, la sucesión de errores acumulados acabaría por producir una secuencia de letras sin sentido. En ese caso tendríamos una nueva frase. O sea, un nuevo virus.

El problema es que las vacunas enseñan a nuestro organismo a reconocer el virus del serotipo original, de manera que las nuevas versiones (que aparecen cada año por motivos naturales) no encuentran respuesta defensiva en nuestro organismo. Por eso es necesario fabricar una nueva versión de las vacunas cada temporada.

¿Cómo se fabrica una vacuna?

El proceso de confección de una vacuna contra la gripe es bien conocido desde hace décadas. Para lograr el suero inmunizador es necesario, antes que nada, aislar el virus. Este trabajo se realiza en las semanas posteriores a la información sobre los primeros casos de una nueva infección, y de su celeridad depende el buen flujo del resto del sistema. La cepa aislada (en los casos de virus nuevos, como el de la actual gripe A) se envía a los 11 laboratorios que fabrican vacunas en todo el mundo para que comiencen a producir el medicamento apropiado.

Tradicionalmente, en estas fábricas se ha empleado el método de confección de sueros a partir de huevo de gallina. El virus se cultiva en un huevo embrionado. Cada dosis de vacuna requiere, al menos, un huevo, lo que da una idea de la lentitud del proceso: para generar los 1.300 millones de vacunas que quieren entregarse este otoño son necesarios más de 1.300 millones de huevos preparados para ser inyectados. Con las gripes estacionales, los procesos se acortan. Por un lado, existen cepas de virus en los laboratorios que aún no han infectado a ningún ser humano y se usan como modelos para futuras vacunas. Por otro, los técnicos de la OMS realizan cada año una previsión de los serotipos más extendidos para la temporada siguiente y envían su información a las fábricas para que generen vacunas contra ellos. Pero en los casos de virus totalmente nuevos, como este que tenemos encima, la previsión es imposible.

Algunos laboratorios han empezado a utilizar otra técnica de fabricación que sustituye los huevos de gallina por cultivos celulares de mamíferos. Si en el primer caso se requieren, al menos, seis meses para la generación del primer suero, en el segundo se obtiene la vacuna en algo más de 16 semanas. Lo malo es que la mayoría de los laboratorios no tiene aún la infraestructura necesaria para acoger esta tecnología, por lo que es inviable para producciones masivas a escala global.

¿Habrá vacunas para todos?

Decididamente, no. La capacidad mundial de producción de vacunas no llega ni de lejos a las necesidades de inmunización globales. Se cree que, para finales de 2009, se habrán podido generar cerca de 1.300 millones de dosis, además de las que se están fabricando para la gripe estacional. La OMS recomienda la vacunación de, al menos, el 30 por 100 de la población (algo más de 2.000 millones de personas). Para colmo, todavía no sabemos si se requerirá una o dos dosis para proteger a cada individuo. La decisión dependerá de los resultados de los análisis clínicos y tiene mucho que ver con el tipo de vacuna que se fabrique.

Muchas vacunas incorporan una sustancia (mezcla de agua, aceite y un mineral), llamada adyuvante, que tiene la misión de potenciar la respuesta del organismo a los antígenos. Con este truco, la capacidad de suministro de medicamento se puede incluso duplicar, ya que hacen falta menos dosis para lograr la protección necesaria. Pero no existe consenso científico sobre la seguridad de estos adyuvantes. El principal productor de vacunas, Estados Unidos, no los incluye en sus modalidades habituales, ya que la FDA (el organismo encargado de regular la seguridad de los alimentos y medicamentos) los considera peligrosos. Sólo en caso de emergencia (como pudiera ser una pandemia grave) se daría el visto bueno a estos productos con ciertas precauciones.

Aquí reside la principal falla del sistema sanitario mundial. Las vacunas serán, a todas luces, escasas, y muchos expertos están realmente preocupados ante la posibilidad de que la mayoría de los ciudadanos de los países pobres no llegue a recibirlas.

¿Quién recibe las vacunas?

En teoría, hasta un 10 por 100 del stock mundial ha de depositarse para la distribución en países no desarrollados. Lo cierto es que algunas compañías, como Novartis, amenazan con no cumplir esta norma a menos que se considere alguna compensación financiera para los fabricantes. Las 11 fábricas de vacunas que existen están radicadas en 9 países: Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, Suiza, Estados Unidos, China, Brasil y Australia. Es de suponer que los gobiernos de estas naciones tienen mayor capacidad de influencia sobre los fabricantes para obtener las primeras partidas del producto, algo que en caso de escasez es de vital importancia. Por desgracia, España no está entre los elegidos. Y no lo está porque carece de una fábrica propia. De creer el anuncio de nuestro Gobierno, la tendremos en 2012, aunque la compartiremos con otros países de África y América Latina. Una vez más, nuestra capacidad tecnológica llega tarde.

Ahora se nos advierte de que España ha llegado a acuerdos con las compañías Novartis y GSK para recibir "todas la vacunas que necesitemos". Pero la realidad es que si nuestro país contara con su propia factoría, nuestra posición ante la pandemia sería mucho más sólida. ¿Habría eliminado la ministra de Salud a los niños de los grupos de riesgo si pudiéramos obtener 50 millones de dosis en nuestro territorio, en lugar de los 37 millones que de momento hemos podido comprometer? ¿Por qué no se ha invertido antes en la construcción de una fábrica en España? ¿Cuánto dinero destinado a otras modas científicas pudiera haber sido dedicado a este fin? ¿Realmente estamos en condiciones de poner en marcha una fábrica en 2012, ahora que nuestro gobierno anuncia un severo recorte en los presupuestos de investigación e innovación?

La decisión sobre los grupos de población vacunable debería ser meramente científica. Y la docta asesoría de nuestros expertos, la única fuente de información que tener en cuenta. Y seguramente lo es. Pero al ciudadano de a pie no se le puede pedir que renuncie a su derecho a estar bien informado; y al periodista no se le debe permitir que dimita de su obligación de ser crítico con el poder.

En aras de una supuesta mitigación de la alarma, hay unas cuantas preguntas más que suelen quedar sin respuesta, ante la pasividad de los medios y la connivencia de las autoridades. ¿Por qué países como Estados Unidos contarán con vacunas de libre disposición para sus ciudadanos? ¿Han sufrido los americanos un ataque generalizado de pánico al ver a su presidente, Obama, compadecer ante la televisión anunciando "un rebrote de la gripe en otoño" y llamando a la población a estar "preparada"? ¿Los españoles sufriríamos un shock si hiciera lo mismo nuestro presidente? ¿Por qué la mitad de las mujeres británicas se negarían a ser vacunadas, según una reciente encuesta? ¿Por qué se ensaya clínicamente la vacuna en España con una población (la infantil) que no va a ser considerada de riesgo? ¿Por qué no se comunica a los medios de comunicación cuáles son las "patologías previas de base" que sufrían la mayor parte de los fallecidos por gripe A en España? ¿Considera la ministra que las madres y padres de este país no debemos estar alarmados, mientras vemos cómo en los colegios separan los pupitres de los niños para que no se contagien? ¿Sería posible elaborar una estrategia de respuesta nacional ante la gripe a expensas de las recomendaciones de la OMS, como ocurre en otros países o, al menos, adelantándose a ellas con cierto grado de independencia? ¿A qué compromisos ha llegado el Ministerio de Sanidad para garantizar que España estará entre los primeros receptores de lotes de vacunas?

En su día escribí que no se me ocurre mejor persona para gestionar esta crisis que una ministra de Sanidad rodeada de su excelente equipo de científicos asesores. Sigo creyendo que la mayoría de estas preguntas tienen una respuesta tranquilizadora y rigurosa. Ninguna de ellas nos alarmaría. Lo que alarma es que no se pregunte.
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