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Auge islamista

Los islamistas quizás puedan parecer pragmáticos en lo económico –a algunos occidentales parece que es lo único que les importa– pero plantean y plantearán problemas de fondo en las dimensiones política y de seguridad.

El viaje por el Mediterráneo de Ismail Haniyah, líder del Movimiento de Resistencia Islámico palestino (Hamas) en Gaza desde que este grupo se hiciera con el poder en la franja desafiando a la Autoridad Nacional Palestina y a Al Fatah, es un buen botón de muestra de lo que va a ser la nueva diplomacia en la región. Haniyah ha incluido a Túnez en una gira que incluye Egipto, Sudán y Turquía. En todos estos países el islamismo está adquiriendo velocidad de crucero, y Haniyah constata con su presencia que una nueva realidad está emergiendo. Además, tiene en su agenda a Qatar y a Bahrein para una segunda ofensiva "diplomática". Todo permite incidir en los nuevos vientos que soplan a raíz del estallido de las revueltas árabes.

Aunque las negociaciones entre Al Fatah y Hamas no han llegado aún a consolidar una alianza palestina, el esfuerzo –más intenso, como más intensa es la mediación egipcia si la comparamos con esfuerzos similares desde El Cairo en la época de Hosni Mubarak– indica que los islamistas palestinos son tomados cada vez más en consideración, algo que va a plantear desafíos diplomáticos y de seguridad. Con los islamistas gobernando en Túnez y en Turquía, haciéndolo también, aunque con matices, en Marruecos, ganando posiciones en las urnas en Egipto, e impulsados política y financieramente desde el Golfo, Hamas va a ganar posiciones y a ponernos a los europeos, que aún les consideramos desde la UE como terroristas –y conviene no olvidarlo–, en una difícil posición.

Hamas está en posición incómoda en el contexto del pulso que entre Arabia Saudí e Irán se viene librando desde hace meses. Probablemente, su gira por los países seleccionados tiene que ver con un intento de reposicionarse para cortar amarras con Teherán y acercarse a Riyad. Pero tales maniobras nunca son fáciles, sobre todo para un grupo terrorista como es Hamas, que ve también con inquietud el proceso de deterioro en el que está sumido su aliado sirio. Puede optar el islamismo radical palestino por aprovecharse de los dos valedores –iraníes y saudíes– en una actitud cuando menos arriesgada, pero que puede funcionar por algún tiempo dados los tiempos convulsos que vivimos, pero lo que sí deberíamos de tener claro es que, en ningún caso, Hamas va a optar por el pragmatismo y moderarse. Además, analizar tales contradicciones es útil para alimentar nuestra reflexión sobre los nuevos vientos islamistas que soplan en el Mediterráneo. Los islamistas quizás puedan parecer pragmáticos en lo económico –a algunos occidentales parece que es lo único que les importa– pero plantean y plantearán problemas de fondo en las dimensiones política y de seguridad. Esto nos preocupa, sobre todo cuando algunos empiezan ya a abogar porque el verde sea el color político de toda la cornisa norteafricana, diseñando experimentos de laboratorio en los que los islamistas deben gobernar con la ingenua esperanza de que el ejercicio de la política les desgaste y acabe desplazándolos del mapa.

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