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"EL FINAL DE LOS TIEMPOS. EL DOLOR"

Un puñado de hombres libres

Descendiente de la rica tradición de narrativa de ciencia ficción, la novela de José Javier Esparza, El final de los tiempos, es un texto que promete. Su primera parte –titulada El dolor– responde a un notable esfuerzo de imaginación, la de la construcción de un mundo imposible que, sin duda, se completará con nuevas aportaciones en las dos entregas que se anuncian.

Descendiente de la rica tradición de narrativa de ciencia ficción, la novela de José Javier Esparza, El final de los tiempos, es un texto que promete. Su primera parte –titulada El dolor– responde a un notable esfuerzo de imaginación, la de la construcción de un mundo imposible que, sin duda, se completará con nuevas aportaciones en las dos entregas que se anuncian.
La novela de José Javier Esparza El final de los tiempos (El dolor)
Bien podríamos decir que la novela se sitúa en la estela de 1984 de George Orwell porque la narración combina la creación de un mundo imaginado y situado en el futuro y la dura crítica a un poder que ha sometido a sus habitantes a meros engranajes bio-tecnológicos de una gran estructura. Como también podríamos hacer esta novela hija de la de R. H. Benson, El amo del mundo o la trilogía fantástica de C.S. Lewis, entre otros. Es verdad que los referentes son muchos, especialmente en el mundo anglosajón, pero lo interesante de esta novela son los elementos narrativos que la hacen única y en este sentido nos permiten recuperar su significado.
 
Esparza tiene la capacidad de acomodar su prosa al mundo que nos presenta que, ciertamente, como mundo imaginario y creado de la nada, es un mundo extraño. Cosmópolis es una ciudad extraordinariamente tecnologizada, cerrada en sí misma, que ha nacido tras las guerras civiles y la gran Mutación y después de poner en marcha lo que se llama la Reforma Global. La ciudad se organiza en torno a una gran Pirámide truncada de la que emana la organización de la Ciudad. El Presidente –poder político-, el Arcipreste –jefe de la Iglesia de la Solidaridad- y los consorcios biotecnológicos –que crean los alimentos e intentan inútilmente librar a la ciudad de la esterilidad, creando nuevos seres de laboratorio- se reparten el poder. La descripción de la ciudad comienza siendo una visión panorámica del espacio y está encaminada a familiarizar al lector con la fisonomía de esta insólita ciudad. Al mismo tiempo, y de un modo tímido al principio, se nos van desvelando las marcas de esta urbe cuyo único origen omnipresente, como la Omnipantalla que representa el mundo de la comunicación, es el afán de dominio y de posesión. Como corresponde a una dinámica injusta de poder, los habitantes se asfixian o se repliegan en el miedo y en la inseguridad. Hasta que casi inadvertidamente, como un sentimiento trémulo y titubeante al principio, el recelo y la sospecha, sentimientos dominantes entre los pobladores de Cosmópolis, irán remitiendo. Será, especialmente, para unos cuantos personajes que forman el núcleo de la peripecia y que, a su vez, se dividen en dos edades: los maestros que conocen la historia de la ciudad y los jóvenes que, insatisfechos, buscan su origen, al margen de los dictados de los poderosos.
 
Unos y otros, desde el corazón de este mundo, saben aprovechar las tres grandes lacras de la ciudad. Tres fisuras en este "orden" que serán el origen del "desorden" contra la artificialidad de este mundo. La primera es el dolor de una ciudad marcada por la esterilidad: "Y ése era el gran drama de Cosmópolis, la nube que eclipsaba todos los corazones: la esterilidad universal de hombres y mujeres, el dolor que la esterilidad producía y el ansia desesperada de erradicar ese dolor". La segunda lacra se manifiesta en la proliferación de cultos, explicaciones religiosas, retorno a los misterios ancestrales… los cosmopolitanos, a falta de un sentido del Misterio, buscan salidas y nuevas fórmulas religiosas. Entre todas ellas destaca la Secta de la "Diosa Madre" que se explica como la búsqueda de la maternidad y el origen perdidos. La tercera es el engaño, sistemáticamente proclamado, de una falsa libertad: "El Arcipreste había desarrollado una considerable maestría en el arte de hacer creer a las gentes que estaba actuando por cuenta propia cuando, en realidad, no hacían sino repetir las consignas que el propio Arcipreste había sentado. "Nada tan gratificante como la sumisión cuando el sumiso la interpreta como libertad"".
 
Estas fisuras en el mundo de Cosmópolis son de diferente naturaleza, la primera y la segunda se extienden como sentimientos generalizados: el pueblo está atenazado por dolor de la esterilidad y no le encuentra ningún sentido; la multitud de explicaciones mágicas o rituales son las vías de escape de una ciudad en la que los poderosos quieren emular al destino y que pretende enmendar la libertad del Misterio y engañar as exigencias de significado de sus pobladores: "La Pirámide presentaba la particularidad de hallarse truncada en su cúspide. Con ello, los arquitectos de la Reforma Global (…) habían querido expresar que el corazón de Cosmópolis no debía ya apuntar hacia el Absoluto, sino que el Absoluto, expresado en el poder subterráneo de la memoria, el oro, la imagen y los átomos, quedaba encarnado en la propia Pirámide y encerrado sobre sí". La tercera, el engaño de la libertad, es sin duda, el gozne que hará saltar a aquellos personajes en los que el narrador ha hecho descansar la fuerza de la narración, aunque ellos, como el resto padecen los males anteriores. El comienzo de la libertad es el amor de Román por Ayesha, es el deseo de conocimiento y el amor por la verdad de Galés, el riesgo que asume León oponiéndose al Gran Consejo, otros, en diferente medida, se rebelan contra la injusticia, es el caso de la Ciudana Weisse,…y otros muchos experimentan este inicio de libertad como la nostalgia de una felicidad perdida.
 
Esparza sabe atemperar el ritmo de la narración y así desde la confusión y el miedo iniciales hemos ido asistiendo, de la mano del narrador, al inicio de la liberación. Los personajes, al principio, sometidos a un férreo sistema de información y control, solamente sobreviven, lo que sienten no lo expresan porque parece que hay más espacio para la duda y la sospecha que para la expresión de las exigencias y certezas propias. Este es el caso claro de Román que, apenas es capaz de confesarse a sí mismo los recuerdos de un pasado libre, en el inicio de la novela y paulatinamente, tras el encuentro con Ayesha y la predilección de su maestro y protector, ira desvelándose a sí mismo ante los lectores. Román, que padece el dolor de una ciudad estéril y que anhela la libertad, se va situando en el centro de la narración de tal manera que cautivado por la belleza de Ayesha y ayudado a recomponer la memoria por el conocimiento y la amistad de Galés, logra salir de la ciudad e iniciar una nueva aventura. De este modo, los últimos capítulos aceleran su ritmo y crean la intriga necesaria para abrir el asfixiante mundo de Cosmópolis hacia nuevas perspectivas.
 
Al final de la novela se muestra cómo la insatisfacción de un pueblo sometido y la experiencia de la libertad hacen que se tambalee la férrea estructura de Cosmópolis. Una libertad que empieza a serlo a través del encuentro entre Ayesha y Román, se convierte en apasionada reconocimiento del origen ("Los ojos negros bailaban soñadores. Recuperar la certidumbre del propio origen había representado para la muchacha una suerte de segundo nacimiento") y en conocimiento de la memoria. Ahora cabe esperar, habiendo conocido este fabuloso universo, cómo se irá articulando la vida que discreta pero apasionadamente se ha ido manifestando en esta primera parte y que ya apunta nuevas luchas y ulteriores conflictos en las sucesivas entregas.
 
 
José Javier Esparza, El final de los tiempos. El dolor, Áltera, Barcelona, 2004
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