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Jaime Ignacio del Burgo

El nuevo desafío de Mariano Rajoy

A la tercera va la vencida. Así reza el dicho español. Ejemplos hay el mundo de políticos perseverantes que al final consiguieron su objetivo.

El Partido Popular ha obtenido en las elecciones del pasado 9 de marzo uno de los mejores resultados de su historia. Cerca de diez millones y medio de electores –el mismo número de votos con los que en el año 2000 alcanzó la mayoría absoluta José María Aznar– han dado su confianza a Mariano Rajoy. Está claro que el moderado optimismo reinante en el cuartel general de los populares sobre la posibilidad de ganar las elecciones tenía fundamento.

Sin embargo, la campaña del PSOE orientada exclusivamente a provocar el voto útil de la izquierda al grito de "¡que viene la derecha!" hizo que muchos electores de Izquierda Unida y de ERC se sintieran abducidos por José Luis Rodríguez Zapatero. Cataluña, Andalucía (a pesar del meritorio avance del PP) y el País Vasco volvieron a convertirse en los "agujeros negros" del PP. Sin olvidar que el dramático llamamiento a la participación, realizado en plena jornada de reflexión, por la hija de Isaías Carrasco, el ex concejal del PSOE de Mondragón vilmente asesinado por ETA, resultó extraordinariamente eficaz para los socialistas, especialmente en el País Vasco.

Conviene tener en cuenta, asimismo, que de no ser por la distancia entre el PP y el PSOE en las comunidades referidas, la derrota del PSOE hubiera sido estrepitosa si se tiene en cuenta que en el resto de España los populares aventajan a los socialistas en más de veinte escaños, que fueron insuficientes para compensar la enorme distancia de sus resultados en los territorios que todavía resultan ser "tierra de misión" para el PP.

Algunos analistas consideran que la responsabilidad de la movilización de la izquierda en torno a Rodríguez Zapatero la tuvo el propio Partido Popular a causa de la crispación generada por su labor de oposición. Nada más injusto.

¿Acaso hubiera sido admisible que el Partido Popular se cruzara de brazos ante el proceso de negociación política con ETA, plagado de mentiras y claudicaciones previas? ¿Quién pulverizó el pacto por las libertades y frente al terrorismo? ¿Teníamos que renunciar a conocer la verdad del 11-M y no defender la actuación del Gobierno de Aznar en los días posteriores a la gran masacre? ¿Quién sino el Gobierno abrió las heridas de la guerra civil con una ley de memoria histórica presidida por el revisionismo más sectario? ¿Debíamos permanecer impasibles ante la mal llamada asignatura de la Educación para la Ciudadanía, orientada al adoctrinamiento de la juventud escolar en los "valores" propios de la ideología socialista? ¿Hubiera comprendido nuestro electorado que prestáramos apoyo a un Estatuto, como el de Cataluña, inspirado en la idea de convertir a España en un Estado plurinacional, contrario al fundamento mismo de la Constitución que no es otro que la unidad indisoluble de la nación española? ¿A quién se le ocurre pensar que el Partido Popular no fuera a denunciar la existencia de negros nubarrones que amenazan la bonanza de nuestra economía? ¿Desde cuándo la oposición no tiene el derecho –y el deber– de discrepar de leyes como la del matrimonio homosexual, que subvierte los fundamentos de una institución inherente a la naturaleza humana desde el comienzo de los siglos? ¿Cómo se puede acusar al PP de generar crispación por el mero hecho de hacer uso de derechos constitucionales, como los de manifestación y reunión, o de utilizar los instrumentos jurídicos para tratar de restaurar el imperio de la Constitución cuando, a su juicio, se ha producido una vulneración de la misma? ¿Desde cuándo discutir las decisiones parlamentarias es contrario a la democracia?

La izquierda de este país trata de imponer su pensamiento único, como si fuera de él no hubiera otra cosa que tinieblas y oscuridad. El PSOE ha tratado de expulsar al PP de la vida política, siguiendo al pie de la letra el pacto del Tinell suscrito por el PSC con los separatistas catalanes, negando así legitimidad democrática al PP para desempeñar el poder, siguiendo el precedente republicano que tan nefastas consecuencias tuvo para España. Sin olvidar que Rodríguez Zapatero ha tenido como socios parlamentarios a quienes no ocultan su deseo de destruir España, razón por la que ha rechazado la mano tendida que para resolver los grandes problemas de Estado en todo momento le ofreció Mariano Rajoy.

Por fortuna, más de diez millones de españoles han apostado por un partido que sólo pretende dar respuesta a los problemas reales de los ciudadanos, con propuestas reflexivas y razonables, y ofrecer una forma diferente de gobernar capaz de garantizar la libertad, el progreso y el bienestar de nuestra sociedad.

El Partido Popular no ha ganado las elecciones. Pero tampoco ha sufrido una humillante derrota. Sus 154 diputados y su condición de vencedor en el Senado constituyen una fuerza impresionante para desarrollar la labor de oposición con firmeza y contundencia en los difíciles tiempos que se avecinan.

Lo único que no puede hacer el Partido Popular es tirar por la borda todo lo conseguido para enzarzarse en un proceso de división interna, para regocijo del Partido Socialista. En política todo es opinable pero, a mi modesto entender, quienes pidieron que Mariano Rajoy se hiciera el haraquiri –y lo siguen haciendo– lo único que hubieran conseguido es abrir una crisis sucesoria de incalculables consecuencias.

Estoy convencido de que la decisión de Mariano Rajoy de revalidar su liderazgo al frente del PP es lo mejor para el partido y para España. Lo contrario, además de una cobardía personal, hubiera sido tirar por la borda las esperanzas de los millones y millones de españoles que han confiado en su liderazgo político. Del Congreso, si su candidatura gana, saldrá una dirección renovada, en cuya composición sólo debiera prevalecer el principio de mérito y capacidad, armonizando la imprescindible renovación generacional con la necesaria veteranía. No sería justo que se invite a tomar la cicuta a quienes, en la actual dirección, tanto han contribuido al fortalecimiento electoral del Partido Popular.

A la tercera va la vencida. Así reza el dicho español. Ejemplos hay el mundo de políticos perseverantes que al final consiguieron su objetivo. Mariano Rajoy tiene por delante una tarea apasionante. De una parte, evitar que el nuevo cuatrienio socialista cuartee aún más los fundamentos de nuestra convivencia en paz y en libertad y acabe por arruinar nuestra economía, y de otra, convencer a la sociedad española de que es el mejor candidato, cuenta con el mejor equipo y ofrece las mejores soluciones para dirigir el timón del Estado.

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