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Jorge Alcalde

Apología de la infección

Defender públicamente la disidencia contra las vacunas debería ser catalogado como actividad punible.

Defender públicamente la disidencia contra las vacunas debería ser catalogado como actividad punible.
GE

Empezaré con la tesis; sin azúcar, que estas cosas cuanto más claras se digan, mejor: defender públicamente la disidencia contra las vacunas debería ser catalogado como actividad punible. No entiendo por qué no puedo acordarme de la madre de un árbitro en un terreno de juego o silbar el himno de mi país en un estadio sin que se monte la marimorena y que, sin embargo, nadie parezca querer detener el creciente vocerío de los antivacunas en los medios de comunicación.

Ahora, una vez dicho, habrá que explicarlo.

Amparados en la tantas veces mal entendida práctica de la equidistancia, esta semana han proliferado los programas de radio y televisión que han dado igual voz a los exóticos grupos contra la vacunación de nuestros hijos y a los científicos expertos en salud preventiva. Como si fueran lo mismo. El asunto viene a cuento del primer caso de difteria registrado en España desde 1987. La difteria: una enfermedad controlada por el sistema de vacunación, que en 1950 afectaba a 1.000 niños de cada 100.000 y que hasta esta semana afectaba a cero. Pues ya la tenemos aquí de nuevo gracias a la brillante idea de unos padres de no vacunar a su hijo.

No creo que sea muy necesario explicar que la vacunación ha sido uno de los mayores avances de la historia de la humanidad, y que hoy salva la vida de más de 8.000 niños al día en el mundo. El de Olot ha estado a punto de no ser uno de ellos.

Por mucho que algunos se empeñen (y otros les dejen empeñarse en sus micrófonos y ante sus cámaras de televisión), no existe motivo alguno para no vacunar a un niño si no es por causa médica mayor. Algunas enfermedades y condiciones del lactante hacen desaconsejable la introducción de ciertas vacunas en los primeros meses de vida. Salvo en esos excepcionales casos (que solo un médico podrá determinar), la mejor manera de ayudar a nuestros hijos a crecer sanos es vacunándoles. Por si quedaba alguna duda, hay que recordar que hoy sabemos que parte de los argumentos contra las vacunas que hicieron fama a finales del siglo XX nacen de una burda manipulación de datos científicos reconocida incluso por sus propios autores, que (que yo sepa) no han sido condenados ni a una multa leve por ello.

Los movimientos antivacuna que aún perduran y que ahora han recobrado energías gracias a nuestra inveterada habilidad para dar pábulo a la pseudociencia en los medios son una mezcla de alternativismo ecologista, veganismo intelectual, alergia a la sociedad de mercado, ludismo vintage e ignorancia científica… No son una corriente investigadora avalada por ningún organismo sanitario del mundo.

Con su actitud han elegido el bando al que también pertenecen algunas comunidades radicales islamistas, que llevan años prohibiendo vacunar a los niños de los territorios que controlan en Pakistán o Nigeria. En alguna otra ocasión he contado cómo en Pakistán la campaña de vacunación contra la polio fue bloqueada en 2007 después de que un grupo de fanáticos religiosos atacara a varios sanitarios bajo la excusa de que "la polio es en realidad una enfermedad inventada por los Estados Unidos para enriquecerse y esterilizar a nuestros hijos a través del veneno de las vacunas". El número de niños muertos y aquejados de invalidez severa ha aumentado exponencialmente desde entonces. O cómo en el norte de Nigeria se dejó de vacunar a la población infantil en 2003 y 2004 cuando cundió la idea de que las vacunas estaban contaminadas con VIH para matar a los niños.

Puede parecernos muy divertido, neutral y ético escuchar sus argumentos en la tele y en la radio. Pero no estaría mal que pensáramos en qué bando nos situamos al hacerlo. Porque la realidad es que están empezando a tener demasiado éxito.

Desde 2011 la tasa de vacunación de niños en España ha disminuido en tres puntos. Al mismo tiempo ha aumentado el número de afectados por sarampión, por ejemplo, y han regresado enfermedades olvidadas como la difteria. ¿Hasta dónde vamos a seguir permitiendo que publiquen sus falacias los voceros del miedo a la ciencia?

Vacunar no es obligatorio. Tampoco está prohibido decir en un medio de comunicación que es mejor cruzar la calle con el semáforo de peatones en rojo. Pero existen mecanismos legales para impedir lo segundo. También existen para obligar a vacunar. La ley recoge la posibilidad de que se obligue a una familia a vacunar a sus hijos en caso de emergencia sanitaria. ¿Es una emergencia que descienda la tasa de vacunados tres puntos en cuatro años?

Fundamentos legales no faltan. Hace unos días se produjo la primera sentencia contra una pitonisa que, utilizando argumentos pseudocientíficos, desplumó a un pobre incauto al hacerle creer que sufría mal de ojo. Si utilizando argumentos pseudocientíficos un grupo de presión convence a una familia de no ponerle la triple vírica a su bebé y este, pobrecito, muere… ¿quién sería el responsable? ¿Podemos permitirnos la apología de la no vacunación? Quizás ya lo estemos haciendo.

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