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Jorge Vilches

Chantaje a la democracia

Incluso hay quien, con su antiamericanismo enhiesto, responsabiliza a Bush del terrorismo y le equipara con los criminales

El ministro de Defensa australiano tenía razón. España y Filipinas retiraron sus soldados, dijo Downer a finales de julio, y han fortalecido al terrorismo. La decisión de Zapatero de retirar las tropas fue interpretada por los terroristas como una victoria, nunca como el cumplimiento de una promesa electoral, y les hizo más fuertes y atrevidos.
 
Pero Downer también se equivocó. La oposición al gobierno australiano no tardó en prometer la retirada de sus soldados si llegaba al poder. El terrorismo islamista pretende crear el desconcierto, la división social y debilitar a cualquier gobierno no islámico. Y aquel episodio australiano fortaleció igualmente a Al Qaeda y a sus imitadores.
 
El terrorismo islamista quiere actuar como un grupo de presión sangriento en las sociedades democráticas occidentales, dispuesto a conseguir objetivos políticos movilizando a la opinión pública. Decidido a cambiar las decisiones soberanas, utiliza el secuestro como instrumento manipulador. Y pretende cambiar las decisiones que, legal y legítimamente, toman los gobiernos y las cámaras de representantes.
 
Los terroristas, una vez expuesta la reivindicación, el chantaje, calculan dos escenarios posibles. En el primero, el gobierno del secuestrado se niega a acceder a la petición. Al tiempo, una parte de la población, normalmente partidos de oposición y movimientos sociales, se manifiesta por la concesión inmediata. Su objetivo, siempre loable, es la salvación de aquella persona. Los medios de comunicación se centran entonces en las escenas de dolor y protesta, extendiendo el terror y la sensación de vulnerabilidad e indefensión. A esto le sigue el asesinato, cruel y vistoso, cuyas imágenes son vistas en todo el mundo. Es el caso, por ejemplo, del periodista italiano Enzo Baldoni.
 
En el segundo de los escenarios, el gobierno del secuestrado espera, e intenta una negociación. Las manifestaciones por la cesión se producen, y son seguidas por los medios. Incluso hay quien, con su antiamericanismo enhiesto, responsabiliza a Bush del terrorismo y le equipara con los criminales. Con la sociedad dividida, las negociaciones para la liberación del secuestrado no fructifican, y acaban en la obediencia a la extorsión. El efecto de división y la muestra de debilidad están conseguidos. Es el caso, evidente, de la retirada de los 51 soldados filipinos. No era la importancia del contingente, claro está, sino el símbolo y el daño.
 
Lo excepcional en el caso del secuestro de los dos periodistas franceses ha sido la reacción de sus compatriotas. Chirac y el gobierno Raffarin no podían decir ni hacer algo distinto, pero sí los musulmanes. El grupo terrorista Ejercito islámico de Irak, autor del secuestro, esperaba que aquellos que se manifestaron contra la llamada “ley del velo” se lanzaran a la calle para presionar al gobierno. Pero no ha sido así.
 
La reacción del Consejo Francés del Culto Musulmán ha sido ejemplar. Estuvieron en contra del proyecto de ley, pero una vez promulgado, dijo uno de sus responsables, no había nada más que decir. El triunfo del republicanismo no ha estado en su laicismo, como han querido ver algunos en España, siempre absortos en sus fantasmas caseros. Su éxito está en el fondo de la respuesta del musulmán: la base de la democracia y la libertad es el respeto a la ley emanada de la soberanía nacional.
 
Esto muestra que la derrota del terrorismo pasa por la unidad y el vigor de las sociedades democráticas. No parece posible restañar la brecha que se abrió en Occidente con la intervención en Irak. Dos concepciones del orden internacional se encontraron entonces. Mostraron al enemigo las diferencias de opinión e intereses, las propias de las democracias, fortalezas y valores para nosotros, debilidades y corrupción para él. Y por esta grieta se nos han colado.

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