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La gasolinera

Incluso en estos tiempos en que los ministros son tipos que, despojados de aquel distanciamiento reverencial de antes, ya sirven sobre todo para pronunciar pregones de fiestas, citarse con un señor de callejón oscuro en una gasolinera es demasiado.

Nunca, bajo ningún concepto, de ninguna manera, con ninguna excusa puede todo un ministro del Reino de España citarse con un negociante, que no empresario, en una gasolinera. Lo inexplicable no es el para qué, sino el qué, o sea, la gasolinera. Pero no le vamos a pedir al ministro Blanco lecciones de estética política. Ya está tardando el titular de Fomento, Blanco, en decir que su confesión de lo de la gasolinera fue hecha bajo tortura y probar que su encuentro tuvo lugar en una mesa de juego con mucho whisky y muchas señoritas o en cualquier otro lugar decente y a la vista del público. Formalizar un encuentro necesariamente secreto en una inopinada gasolinera cuando eres ministro, o cuando eres vicesecretario general del PSOE, tanto da, es esconder algo a la opinión pública. Siempre. Aunque se vaya de paisano. Peor si se va encima de paisano. Más cosas estaría tratando Blanco de disimular.

La gente que no es ministro suele decirte que la esperes en una desértica gasolinera cuando, en efecto, está escondiendo algo: normalmente la casa de campo aislada a la que te han invitado, "que no tiene pérdida". El columnista sevillano Antonio Burgos dedicó hace años varios artículos a estos convites a lugares que "no tienen pérdida" pero que en realidad están "en los chirlosmirlos", y a los que se suele llegar después de pasar tres o cuatro gasolineras igual de misteriosas que la de Pepe Blanco. Pero Blanco no había quedado allí con el negociante gallego para una jornada de retirado campo como las que se pega el siempre sospechoso (y dimisionario precisamente a causa de estas escasamente bucólicas jornadas campestres) Mariano Fernández Bermejo, que el Señor ya se encarga de mantener en nuestra memoria. Así que, en este "affaire" gallego, lo oculto no era ningún chalé alejado de miradas indiscretas, sino el propio ministro. Era Blanco el que se ocultaba al quedar en la gasolinera. Y si encima no iba ese día como ministro sino como vicesecretario del PSOE, que es la coartada que blande en su defensa Blanco, el asunto se vuelve más turbio aún. ¿Qué tenía que hablar y qué cocido que comer un alto cargo del Partido, en su papel de alto cargo del Partido, junto a un desahogado que untaba voluntades en su pueblo?

Incluso en estos tiempos en que los ministros son tipos que, despojados de aquél distanciamiento reverencial de antes, ya sirven sobre todo para pronunciar pregones de fiestas, citarse con un señor de callejón oscuro en una gasolinera es demasiado. En una gasolinera, como digo, se reúne uno para dos cosas: para que te lleven después a un lugar escondido o bien para que el escondido seas tú. Un personaje tan importante queda en una estación de servicio, igual que el personaje de Robert De Niro quedaba con el interpretado por Joe Pesci en el desierto de Nevada en la película Casino, para que nadie lo reconozca y que si se produce algún delito pase inadvertido. ¿Por qué razón, fuera de la que todos pensamos, no quería el señor ministro Blanco que nadie lo reconociera quedando en el segundo típico sitio que usa la gente para no ser reconocida? El primer sitio típico para quedar y no ser reconocido por nadie es la cama de un motel de carretera, pero se conoce que Blanco y el negociante Dorribo se respetaban como hombres, ya que no como personajes públicos. La conversación que tuvo lugar entre el ministro/vicesecretario y el negociante pudo ser más o menos inconfesable, pero, aunque no hubiesen hablado de dinero sino de valores laicos y de la intrínseca superioridad moral de la izquierda, lo auténticamente inconfesable sería haber quedado en la gasolinera. Pero eso ya lo ha confesado Blanco. A partir de ahora el relato de los hechos tendrá intensidad descendente, aunque se descubra en próximos días que entre el empresario y él practicaron un butrón a los sótanos del Banco de España. 

Penalmente habrá cosas peores, pero políticamente no puede haber nada más impresentable que lo de la gasolinera.   

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