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José García Domínguez

La obra histórica de Jordi Pujol

El catalanismo siempre escondió el sueño independentista en su trastienda sentimental. Siempre.

El catalanismo siempre escondió el sueño independentista en su trastienda sentimental. Siempre.
Jordi Pujol | Archivo

Cualquier persona, por graves que hubieran sido sus pecados a lo largo de la vida, merece respeto en el instante de comenzar a adentrarse en el tramo final de la existencia. Un respeto del que ahora mismo se hace acreedora la figura humana de Jordi Pujol. La obra política de Pujol, y al margen del modo en que él mismo destruyó el espacio preeminente que ya tenía reservado en la historia de Cataluña, está llamada a suscitar un intenso debate entre los que creen que la deriva abiertamente independentista el catalanismo resulta consecuencia directa de sus muchos años al frente de la construcción nacional desde el despacho de la Presidencia de la Generalitat, y los que, por el contrario, sostienen que, con Pujol o sin Pujol al mando de la sala de máquinas, el desenlace en forma de rupturismo separatista hubiera acabado de modo similar.

Yo, personalmente, participó de esa segunda opinión. No porque crea —y lo creo— que las personas individuales carecen de capacidad real para alterar las grandes tendencias de los procesos colectivos, sino porque en el caso muy concreto del catalanismo, la deriva última hacia el independentismo expreso era algo que estaba en su propia naturaleza desde los orígenes del movimiento, allá en el último tercio del siglo XIX. El catalanismo siempre escondió el sueño independentista en su trastienda sentimental. Siempre.

Y si esperó al primer tercio del XXI para salir del armario, hay que saber que esa tardanza colectiva obedeció mucho más al cambio radical del entorno español e internacional que a ellos mismos. Poco se repara, por ejemplo, en que la desaparición de la URSS supuso a ojos de los llamados nacionalistas moderados constatar que su muy secreta quimera inconfesable, de repente, había devenido factible en el plano de la realidad. Decenas de nuevos estados-nación salidos de la nada, Ucrania entre ellos, constituían la prueba. Porque con la demolición de la URSS no sólo se extinguió la última utopía social alumbrada en el siglo XIX, sino que al tiempo cayó también la última reserva mental de las élites catalanistas frente a la cuestión de la independencia. Pujol fue importante, sí, pero no decisivo.

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