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José García Domínguez

¿Volverá a llevarse la pata de elefante?

El centro es la nada, o sea, la completa y radical ausencia de referentes ideológicos.

En Madrid, plaza donde el sustento de tanta gente depende de saber adivinar para qué lado soplará el viento político al día siguiente, se empieza a hablar otra vez de lo muy bueno y bonito que es el centrismo. Porque eso del centro es como los pantalones de pata de elefante, una moda que siempre vuelve. Pero así como los grandes debates castizos en torno a la esencia ontológica de la derecha acaban remitiendo por norma al argumento supremo del cojonudismo (Fulano tiene cojones, pero Mengano no los tiene), sentar doctrina canónica sobre el centro resulta mucho más complicado. Y es que el centro es la nada, o sea, la completa y radical ausencia de referentes ideológicos. Y la nada, como ya advirtió el otro hace casi cien años, nadea. Así, puestos a nadar nadeando en la nada, esas siete u ocho docenas de arbitristas profesionales capitalinos, los que se han lanzado a regalar consejos urgentes a Casado sobre lo muy pertinente de un enésimo giro al centro del PP, tienden a ignorar la premisa mayor del centrismo.

Pues, al tratarse en realidad de nada, la naturaleza última del centro no remite, como todos los predicadores de esa buena nueva repiten siempre, a una suerte de salomónica equidistancia permanente, crónica, entre las propuestas programáticas de la derecha y las de la izquierda. La nada, o sea el centro, es algo bien distinto y distante. Para los políticos que engañan al prójimo y se engañan a sí mismos diciéndose de centro, esa manoseada etiqueta topológica pretende apelar a una concepción gerencial e ingenieril de la política, como si en la naturaleza de la cosa pública no estuviese el tener que elegir constantemente entre cañones y mantequilla. Y para los consumidores de esa mercancía tarada, que en España han llegado a ser legión por momentos, tal quincalla, el centro, lejos de constituir una serena, pausada y elegante forma de templanza cívica, la tan cacareada equidistancia, encubre, bien al contrario, un desinterés de fondo por la vida pública. La clientela del centro, y ya pasaba en tiempos UCD, es la más volátil y menos leal a sus siglas de referencia porque es también la más superficial y menos sofisticada en términos políticos. Nadie se engañe en Génova: el pensador de referencia de los centristas de base es Jorge Javier, no Hayek.

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