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Juan Manuel Rodríguez

A propósito de esa cheira

A propósito de la cuchillada trapera de un loco a ¿otro? (no lo sé) al término de un partido de fútbol entre Colo-Colo y O'Higgins releo a Javier Marías, merengón de pro y cronista futbolístico cada vez que puede o le dejan. En su libro "Salvajes y sentimentales" hay un artículo que viene al caso; se titula "El ambiente mortal" y puede leerse: "Ahora Laudrup iba a jugar con su nuevo equipo (...), lo cual expica los silbidos cada vez que tocaba el balón e incluso alguna pancarta (...) Más insultante aún era "Laudrup escoria", pero la peor de todas fue una que rezaba: "Fernando Martín, Petrovic, Juanito: tú eres el siguiente". Es de locos.

Trato de reflexionar a propósito de lo que veo en esa fotografía. En ella un individuo saca su cachicuerno y le pega un "viaje" por la espalda a otro que trata de huir, o quien sabe si pretende a su vez desenfundar su correspondiente perica para abrir en canal a otra víctima propiciatoria. El criminal que saca la primera navaja ha sido, a su vez, acuchillado y aparece ensangrentado como si formara parte del rodaje de "La matanza de Texas VII". Pero no, se trata de un estadio de fútbol y lo más dramático (corrijo: lo más irónico) es que acuchillador y acuchillado, furtivo matón y apuñalado, verdugo y carne de cañón juran ser del mismo equipo. A propósito de esa cheira me imagino dos espectáculos: uno, el deportivo, sobre el terreno de juego; otro, en la grada, un sucesivo y enajenado apuñalamiento masivo buscando entrar en el "Guinness 2000" de los récords. Es como para descoyuntarse de la risa sino fuera porque a uno le entran ganas de llorar.

Yo me quedo con aquel gol de Emilio Butragueño al Cádiz, lanzadera del mito del yerno ideal que fue el "siete" del Real. Prefiero recordar las maniobras de Diego Maradona dibujando un eslálon gigante entre los atónitos defensas ingleses en un Mundial, da lo mismo cual. O, y ya que salió antes a colación, soy feliz dando rienda suelta a mis sueños viendo a Laudrup jugar, pensar, jugando y pensando a una velocidad envidiable. De chico, camino de la playa de Cullera, paramos alguna vez en Albacete para comprar una navaja. Recuerdo que de Suiza me llegó otra de aquellas multiusos que servían lo mismo para escarbar que para descorchar. Nunca fui bueno con ellas, y aunque mi cacumen no dio para mucho con un balón en los pies yo, sinceramente, me quedo con la casta de Cantoná, la habilidad de Hagi, la genialidad de Pelé o Di Stéfano, la rapidez de Roberto Carlos y las palomitas de Arconada. La navaja a la faltriquera. O para cortar el jamón, en taquitos de esos finos.

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