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El fútbol resulta en ocasiones demasiado cruel. Recuerdo que una vez Hugo Sánchez, probablemente el futbolista más importante de la historia de su país, falló un penalti con la selección. Al día siguiente hubo un periódico que tituló así: "¡Hugo tarugo. Infame calcetinazo!". De repente el héroe nacional había pasado, por un golpe de mala suerte, a ser un villano mexicano. El paso inmediatamente posterior habría sido el de colocar carteles con el "wanted" por todas las calles de D.F. El futbolista de élite debe aprender cuanto antes a torear el sentimiento trágico que le rodea a cada instante; de lo contrario estará perdido. Es como si un médico se desmayara con la visión de la sangre, o un piloto de aviones tuviera miedo a las alturas.

A pesar de todo, debe ser complicado abstraerse de dicha presión. A Paul Breitner le tocó lanzar un penalti en la final del Mundial de 1974. Jugaban Alemania y Holanda, y los locales perdían por 0-1. Breitner marcó y su equipo ganó el campeonato. Se fue a dormir y, al levantarse a la mañana siguiente, puso la televisión. Estaban repitiendo el partido, y coincidió justo en el momento en que iba a lanzar el penalti. Breitner no quiso verse a sí mismo y lo apagó. Fue en ese preciso instante cuando se dio cuenta de lo que habría podido ocurrir de no haber marcado aquel gol.

Durante mucho tiempo el "así, así, así gana el Madrid", surgido en campo de El Molinón, vertebró la España de las autonomías mejor que cualquier estatuto o decreto ley aprobado por el Gobierno de turno. Era un grito de guerra, un himno nacional extraoficial como el de "Asturias, patria querida". Aquelló unió a los aficionados españoles, aunque era cruel e injusto. Ahora podemos observar un caso semejante con el "Chechu, vete ya". A Rojo le persiguen incluso fuera del estadio de La Romareda, aunque el cántico de los aficionados sevillistas tiene su "miajita" de cachondeo y me suena a feria de abril anticipada.

Con las mismas o parecidas crueles intenciones, el público del estadio Vicente Calderón aplaudía las "bicicletas" del poderoso Abadía, y pedía más, y más, y más... Igual que los aficionados madridistas coreaban un "¡Uyyy!" cada vez que el balón pasaba cerca de Agustín. Un día hizo un paradón portentoso y se dio la vuelta, puño en alto, reclamando para sí la justicia de sus propios seguidores.

Tienen mucha razón quienes aseguran que es mejor caer en gracia que ser agraciado. Emilio Butragueño, por ejemplo, era siempre genial. Genial cuando la pifiaba. Genial cuando hablaba, y genial cuando callaba. Genial porque sí y genial porque no, lo mismo que ahora es un asistente genial de Jorge Alberto Valdano, otro hombre realmente genial. El "circo" manda, y el "buitre" es el preferido de la afición.

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