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Desde que los militares argentinos decidieran "usar y tirar" a sus jóvenes como "carne de cañón" en la tristemente conocida guerra de las Malvinas, convirtiéndolos en conejillos de Indias con el repugnante objetivo de desviar sus propias tropelías, los partidos de fútbol entre las selecciones de Inglaterra y Argentina se juegan a golpe de corneta. Y desde aquel día en que a Diego Maradona se le ocurrió concentrar su genialidad en once segundos, marcando el gol de los goles, no se sabe bien por qué pero Inglaterra, cualquier selección de Inglaterra, sale siempre perdiendo de antemano al terreno de juego, como si los futbolistas estuvieran acomplejados por aquello que el dictador argentino les obligó a hacer a sus militares, tratando de pasar de puntillas por ese clásico que se ha convertido en un Mundial dentro del propio Mundial. Y es que el fútbol y la política son dos extraños compañeros de cama.

Hace mucho tiempo que en Argentina dejaron de tener suerte. Es imposible encontrar un trebol de cuatro hojas, y sin embargo pegas una patada en el suelo y te salen "Simeones", "Riquelmes" y "Saviolas" de debajo de las mismísimas piedras. Por eso su selección de fútbol tiene que pagar las deudas de otros, de los dictadores, los gorrones o los estafadores, de los delincuentes de guante blanco y los criminales de guerra. Así ocurrió en 1978 y luego en 1986, y así vuelve a suceder ahora en 2002, con el pueblo mendigando por las calles, reclamando lo que es suyo, pidiendo trabajo, paz y justicia social. Puede que sea por eso por lo que Inglaterra sale perdiendo al campo, conscientes como son de que Argentina ganará porque tiene que ganar. "No hay Mundial que valga", parece decirle Verón a Owen. "No hay fútbol, no hay público, nadie puede vernos, estamos sólos tú, yo y cien millones de argentinos". Y eso la clase media inglesa lo lleva fatal, con Isabel II celebrando sus bodas de oro en el trono y Toni Blair experimentando con su "tercera vía". Lo de Argentina es cuestión de supervivencia.

Si además la AFA decide sentar en el banquillo a un obsesivo compulsivo como Marcelo Bielsa, un tipo martirizado por alcanzar la perfección, capaz de llevarse doscientas cintas de vídeo a Japón, un loco del fútbol que lleva cuatro años encerrado, alejado del mundanal ruido, estudiando estrategias y tácticas, la "bomba" está preparada. Y Argentina vuelve a ser favorita para los dos Mundiales: el que disputa tradicionalmente contra los ingleses y el que jugará si finalmente alcanza la final.

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