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Serían las seis de la mañana cuando sonó el teléfono de mi casa. Como hasta que no me tomo la primera taza de café no soy humano, deambulo desde el dormitorio hasta alcanzar a gatas la Melitta que, provocativa, destila gota a gota ese líquido negruzco que mezclo desde hace años con un chorrito de leche desnatada y un par de sacarinas (pretendo engañarme a mí mismo porque los años de sílfide pasaron a mejor vida). Porque me cuesta hacer la rosca, soñoliento aún pensé que estaba en pleno duermevela cuando, "al otro lado del hilo telefónico" (tópico típico del personal que se dedica a la radio) oí una delicada pero firme voz de mujer que me decía lo siguiente: "Muy buenos días; soy Cibeles, Hija del Cielo y la Tierra, esposa de Cronos, madre de los dioses, dispensadora de la civilización y protectora de las ciudades". Una diosa ni más ni menos. Y yo con estos pelos.

Les ahorraré el resto de nuestra cordial y mitológica conversación que giró en torno a los coribantes y al estado de salud de los dos leones que tiran hace siglos del carro pero, por ir directo al grano, les diré que la ciudad de Madrid no la tiene nada contenta. "De un tiempo a esta parte me escalan unos jovencitos que llegan en autobús y uno –en ocasiones varios– se me sube a la corona y me coloca una bandera blanca ante la excitación generalizada de otros tantos que se reúnen a mi alrededor. Saltan, bailan, parecen felices y al final se van a cenar. Luego llega la policía y carga contra otros que blanden "litronas" y yo paso miedo. Y eso que soy una diosa... ¿No podría usted hacer algo por mí?"

Le expliqué a Cibeles que había pinchado en hueso: "servidor acaba de pasar por la taquilla del alcalde Manzano por un quítame allá esas multas de la ORA. Si quiere le pongo en contacto con don Ángel del Río, que sí tiene mano". Oí a lo lejos el rugido de un león mientras la Hija del Cielo y la Tierra le chistaba y al final me colgó, no sin antes despedirse con un "de todas formas, muchas gracias".

Até cabos (todos después del café) y luego escuché al alcalde de Madrid quejarse amargamente por algo que parecía preparado por él para la ocasión. Luces de neón, pantallas gigantes, vallas acordonando la zona. Le oí quejándose porque pidió que subiera sólo uno y al final lo hicieron casi todos: 6.600.000 pesetas nos costó la broma de los destrozos de la Plaza de Santa Cruz y el Paseo del Prado. "Hay que acabar con esta tradición absurda", dice el alcalde... ¿Cuando? ¿Cuando concluya su mandato? ¿No será porque los madridistas votan, verdad? (como verán ya me había despejado). He quedado con Cibeles para tomarme con ella un caldito en "Lardhy". Le diré que la próxima vez sea Cronos quien llame al alcalde. Un dios siempre amedrenta más. Aunque no vote.

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