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Repasando el capítulo correspondiente a Michel Platini de aquella extraordinaria serie, “El partido del siglo”, que produjo hace ya un par de años Elías Querejeta, llego a la conclusión de que la “grandeur” la personifica mejor que nadie el ex seleccionador francés de fútbol. Estoy seguro que Platini saldría elegido en cualquier votación como uno de los diez mejores jugadores de toda la historia. Consciente de lo que ello representa, M.P. no se permite el lujo de dar un sólo paso en falso, convertido ahora en embajador del deporte francés por todo el mundo. Con su comportamiento, Platini decidió no ser sólo un futbolista, ampliando su campo de acción mucho más allá del reglamentario pero estrecho 105 x 60. El extraordinario centrocampista francés fue un líder dentro y fuera del terreno de juego, pasó luego al banquillo del equipo nacional y formó parte esencial del Comité Organizador del Mundial 1998 como co-presidente.

Platini llegó a convertirse en uno de los mejores lanzadores de libres directos de la historia por un “afán epicúreo”, según sus propias palabras. Aquel chaval debilucho que tardó en crecer y fortalecerse no pretendía mejorar su técnica, sino sencillamente entretenerse con el juego. En el partido que supuso su debut con la selección gala le pidió a Henri que le dejara tirar una falta. Marcó gol en ese y, de idéntica manera, en los cuatro partidos siguientes. “Después siempre lanzaba yo los golpes francos. Y nunca supimos si alguien los tiraba mejor que yo”. ¿Se puede ser más elegante? Él no asegura que fuera el mejor, sino que nunca hubo opción para otro compañero.

Platini fue campeón de la Eurocopa con Francia y de la Copa de Europa con la Juventus de Turín. El recuerdo de la primera resulta especialmente amargo para nuestra selección porque perdimos por 2-0 aquella final. En el primer gol se produjo una jugada que resultó clave: Platini lanzó una falta y el balón se coló por debajo del cuerpo de Luis Miguel Arconada. El caballero francés lo recuerda así: “Es difícil volver sobre los errores de la gente. Marqué un gran libre directo que no pudo parar el portero...” Sonríe, hace una mueca y acaba: “Es la versión oficial”.

Tras el éxito que supuso la organización del Campeonato del Mundo del año 1998, se produjo en Francia un clamor popular para que el estadio de Saint Dennis llevara el nombre de su gran capitán. Platini se negó y su explicación resulta graciosa: “Imagínese que un día bebo más de la cuenta, cojo el coche y me estrello. El estadio llevaría el nombre de un conductor borracho. Cuando me muera, bueno... pero ahora no, de ninguna forma. Eso no se hace”. Es sólo una cuestión de tiempo el que Michel Platini sea nombrado presidente de la FIFA, y esa será una magnífica noticia para el mundo del fútbol. Al máximo organismo del fútbol mundial le hace falta una inyección de “grandeur”.

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