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Juan Manuel Rodríguez

La Superliga, al fondo a la derecha

El auténtico poder de la UEFA no reside en la organización de la Champions League (eso lo puede hacer cualquiera) sino en la centralización de la venta de los derechos de televisión. Hace unos cuantos años apareció ya un grupo financiero al margen de la actividad deportiva que ofreció a los clubes más poderosos de Europa la creación de una nueva competición —Superliga o Supraliga, que para el caso da lo mismo— en la que ellos tuvieran agarrada la sartén económica por el mango. Por lo que fuera, el “G-14”, encabezado entonces por el Real Madrid, dio la “espantá” y la UEFA, temerosa de que alguien volviera con las mismas, decidió ser más generosa con los equipos participantes. En estos momentos el señor Johansson recibe 90.000 millones de pesetas de la empresa alemana TEAM, de los cuales 67.000 están destinados a los clubes. El resto —otros 23.000— son para la UEFA. ¿Por qué? Esa es la pregunta del millón de dólares. Nadie lo sabe.

Ahora la Comisión Europea acaba de enviar un pliego de cargo al máximo organismo del fútbol europeo por considerar que la venta de derechos no respeta las reglas de la competencia. La UEFA adjudicó los derechos de televisión a TEAM allá por 1992 (el año de la creación de la Champions League) y el contrato expira el próximo año 2003. Johansson y sus chicos interpretan que la Comisión protesta por la venta exclusiva de dichos derechos a un sólo operador por país, pero mi impresión es que la Unión Europea niega la mayor: ¿A santo de qué estos caballeros distribuyen unos derechos que no les pertenecen? ¿Por qué ellos y no, por ejemplo, la pipera de la Puerta del Sol o el quiosquero de la esquina?

Ya dije en su día que el tinglado de UEFA y FIFA se vendría abajo a la larga. Esa sigue siendo una revolución que tienen pendiente los clubes de fútbol que, por cobardía, no quisieron acometer en su día. Igual la Comisión Europea hace el trabajo sucio por ellos.

Lo cierto es que el círculo se estrecha cada vez más entorno a los privilegiados “clubes de fumadores” (esa fue la explicación que ofreció en su día el señor Gerard Aigner: “si usted no quiere fumar, nadie le obliga a entrar en mi club”). Tiene toda la pinta de que la Unión Europea pretende acabar con el garito.
La famosa Superliga podría encontrarse, agazapada, al fondo a la derecha; según eso, los clubes podrían negociar independientemente y según su diferente “valor de mercado”. Ahora mismo los equipos cobran una cantidad fija por participación y un dinero por cada victoria también establecido previamente. ¿Y por qué? ¿Vale lo mismo la participación del Real Madrid o el Milán en una competición que la del Celtic de Glasgow o el Galatasaray? Tras haber pagado 13.000 millones por Zinedine Zidane, Florentino Pérez igual respondería que no.

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