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Los árbitros españoles se han convertido en los auténticos reyes del mambo. De la noche al día, Ángel Villar les ha incrementado un cincuenta por ciento sus emolumentos; ahora mismo, un colegiado de Primera División cobra aproximadamente once millones de pesetas. Por hacernos una idea de lo que esto significa, el Presidente del Gobierno recibe en la actualidad un sueldo anual de doce millones de pesetas... ¿Está justificado un aumento tan extraordinario?... Y sobre todo: ¿Va a solucionar este incremento el eterno problema arbitral?... En absoluto; es más, lejos de mejorarlo lo empeora a pasos agigantados.

Si anteriormente el colectivo arbitral ya estaba en boca de todo el mundo, a partir de ahora el personal va a exigir el doble de responsabilidad. La sensación que se tiene en el mundillo del fútbol (no hay más que echar un ligero vistazo a los últimos acontecimientos) es que con estos árbitros los problemas nacen, crecen, se reproducen y acaban por enquistarse, eternizarse. No hay unificación de criterios; falta profesionalidad, puesto que la dedicación no es exclusiva a pesar de la millonaria soldada; no existe, por parte del Comité Técnico de Árbitros, una exigencia a los colegiados, un baremo en función del cual premiar a los buenos y castigar a aquellos que hayan metido la pata. Antiguamente, con Pepe Plaza, existía lo que se llamaba la "nevera". En la actualidad, con el funcionario Sánchez Arminio, al malo se le premia, y al nefasto se le ofrece dirigir un Real Madrid-Fútbol Club Barcelona.

Un árbitro español cobra, hoy por hoy, algo menos que José María Aznar; más que un ministro (elíjase el ramo), y más que un Secretario de Estado. La Liga de Fútbol Profesional pretendía un colectivo más rayano con los tiempos, más competitivo y seguro; unos árbitros que pudieran convertir en una balsa de aceite una Liga loca, en la que se vive segundo a segundo y se ponen en juego miles de millones de pesetas. El momento elegido por Villar para convertir en millonarios a sus árbitros no ha sido el más adecuado; seguirán siendo los reyes del mambo, pero lejos de tocar canciones de amor aporrean tambores de guerra. Tiempo al tiempo.

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