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"Moyá es el hombre". "Magic Moyá". Nuestro compatriota es un ídolo para los aficionados aussies y es, además, en el Abierto de Australia donde hace sus mejores partidos. Allá por 1997 alcanzó la gran final sorprendiendo a todos con su tenis (y con su despedida: "Hasta luego, Lucas"), y en 2001 vuelve a repetir. En las Antípodas han sido capaces incluso de mostrarse amnésicos con la eliminación de Hewitt, su auténtico enfant terrible. Carlos está jugando de forma soberbia, y a los que estábamos preocupados con su baja forma nos ha tranquilizado a base de pelotazos.

Moyá es un caso único; se decantó por el tenis, pero realmente tiene cualidades físicas para practicar muchos otros deportes. Eligió la raqueta, y eso que salimos ganando los buenos aficionados; pero podría haber nadado, corrido o jugado al baloncesto o al voleibol sin desentonar. Seguro. Sin embargo, parece como si esa facilidad para jugar a un altísimo nivel, la rapidez con la que alcanzó el número uno mundial (primer y único español en lograrlo) le "sacaran de la pista". Lesiones al margen, temí que Carlos se convirtiera en otro "juguete roto" de un deporte profundamente individualista y que –tarde o temprano– pasa una factura mental que muchos no pueden pagar. Afortunadamente no ha sido así, y Australia le ha recuperado para la causa (y para la Copa Davis).

Aunque parezca extraño, la exclusión del equipo español en la final contra Australia parece haberle dado a Moyá la necesaria tranquilidad. Lo tiene todo para triunfar, y –excepción hecha de Pete Sampras– hace mucho tiempo que no recuerdo un jugador que lo haga todo tan fácil, tan sencillo, tan simple. Me parece que las sesiones de gimnasio deben ser para él una tortura mucho mayor que ganar los partidos como si se tratara de una "pachanguita" cualquiera.

Ahora Carlos debe jugar contra Grosjean. Han jugado dos veces, con una victoria para cada uno. Moyá se impuso en Roland Garros, y el francés venció en Cayo Vizcaíno. En Australia ya no están Sampras o Rusedski, que podrían hacer bailar al español al ritmo de sus servicios; por tanto, pintan oros para el mallorquín. Pero, independientemente de lo que ocurra, del Open australiano habrá salido el tenista que ganó en París en 1998, y esa es una magnífica noticia. Como para la aficionada que sostenía en la grada un enorme cartel (aunque seguramente por motivos bien distintos), yo también coincido: "Moyá es el hombre". Con el permiso de Sampras, claro.

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