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Viendo la fotografía de familia que reunió a la plantilla del Manchester United justo antes de su eliminación en el Olímpico de Munich, iluminó mi cabeza una película del gran filósofo y clarinetista americano Woody Allen. El film en cuestión se llama “Zelig” y es del año 1983; Allen cuenta en ella la vida de Leonard Zelig, un camaleón humano con la asombrosa capacidad de pasar a formar parte de los grandes eventos históricos del siglo. Y me vino a la memoria esa película porque allí, el primero de pie por la izquierda, feliz y contento, orgulloso de haber dado esquinazo a la policía germana y formando parte del “doce” de gala, se encontraba un tipo al que nadie conocía y que posteriormente no volvimos a ver jugando contra el Bayern de Munich. Sólo el veterano Roy Keane, justo en el extremo contrario de la fila, le mira serio y circunspecto, contrariado porque en ese instante único e irrepetible se les ha colado un falsario. Pero ya es tarde. Nuestro particular Leonard Zelig ha vuelto a hacer de las suyas. Pasará a la historia.

Es probable que nuestro amigo desconocido pensara que iba a formar parte de una fotografía triunfante; seguro que intuía que el Manchester sería capaz de dar la campanada, pero no fue así. El doble de Eric Cantoná tendrá que enseñarle a sus nietos la instantánea de un equipo perdedor, un Manchester eliminado. Lo que me condujo directamente a otro vericueto mental... ¿Cuanto darían algunos deportistas o directivos para que un Zelig de alquiler ocupara su lugar en los momentos más desafortunados? Julio Cardeñosa no fallaría aquel gol cantado que pudo haber derrotado a Brasil en un Mundial. Habría sido Zelig. Prada nunca habría pasado a la historia del baloncesto madridista por ser incapaz de meter un tiro libre (sólo uno de tres) contra el Mobilgirgi o la Ignis, no recuerdo bien. Sería Zelig. Michel no le habría tanteado a Valderrama sus partes íntimas y desde luego a Kluivert nunca se le podría ocurrir sacar la mano tonta contra el Liverpool. Siempre sería el mismo, siempre sería Zelig.

¿Cuánto daría Joan Gaspart por tener en sus innumerables filas directivas a un Leonard Zelig que se sentara en el palco con la que está cayendo? Sería impagable. Maradona no le habría roto la cintura a Juan José, ni Romario le habría hecho la “cola de caballo” al incauto Alkorta. Siempre sería Zelig el desgraciado protagonista, un profesional de “quita y pon” dispuesto a pasar a la historia negra por unos cuantos euros. Una menudencia, en fin, teniendo en cuenta los sacos de dinero que mueve hoy el fútbol. Decídase y ponga de una vez por todas un Zelig en su vida. Viva sólo los momentos felices. Para qué llevarse un mal rato ¿no les parece?

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