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Los enigmas del 11M

Atice Vd. a un policía

En 1930, como parte de su campaña contra el impuesto de la sal que el Imperio Británico cobraba a los indios, Gandhi anunció a los ingleses que tenía la intención de entrar con sus seguidores en las minas de sal de Dharasana, lo que motivó su inmediato arresto, junto con el de sus principales colaboradores.

Pero los seguidores de Gandhi siguieron adelante con el plan previsto y, el 21 de mayo, centenares de ellos intentaron entrar pacíficamente en las minas. Los ingleses, armados con palos, iban abatiendo a golpes a aquellos que se acercaban. Los cuerpos de los caídos eran inmediatamente retirados por las mujeres y una nueva fila de indios ocupaba el lugar de sus compañeros heridos, para ser a su vez apaleados por los ingleses. Todo ello sin que ningún indio alzara el brazo para responder a la agresión, ni para protegerse. Dos seguidores de Gandhi murieron a causa de los golpes recibidos. Más de 300 tuvieron que ser hospitalizados.

Aquellas horas interminables de pura brutalidad fueron narradas por el periodista americano Webb Miller, que fue testigo de las mismas. Su crónica, que se publicó en más de 1000 periódicos de todo el mundo, terminó de arruinar la poca legitimidad moral que el Imperio Británico pudiera tener a ojos del mundo.

Aquellos de ustedes que hayan visto Gandhi, esa maravillosa película, seguro que recuerdan la terrible escena ante las minas de sal de Dharasana: la inmensa cola de indios esperando para adelantarse, fila tras fila, hacia el lugar donde los ingleses esperan para abrirles la cabeza a palos, mientras las mujeres atienden al cada vez mayor número de heridos.

El fin de semana pasado hemos tenido la oportunidad de vivir, en las calles de Madrid, una escena similar. Pero esta vez, curiosamente, con los papeles invertidos. Porque en lugar de ser la Policía la que les abría la cabeza a pacíficos manifestantes, fueron los manifestantes los que se dedicaron a reventar a palos a unos policías a quienes, al parecer, alguien había dado orden de no defenderse.

Como si fueran seguidores de Gandhi, los policías aguantaron de forma notablemente estoica las agresiones de unos vándalos a los que ni se neutralizó con la necesaria eficiencia, ni se detuvo con la exigible diligencia.

Y el problema es que los policías no están para aguantar eso. Si quisieran hacerse seguidores del apóstol de la no violencia, no se hubieran metido a policías, porque la labor de la Policía es, precisamente, ejercer en nombre del estado la violencia legítima que sea mínimamente necesaria para garantizar el orden público.

Por supuesto, no deseo vivir en un país donde la Policía tenga el gatillo fácil o donde eche mano a la porra sin haber necesidad de ello. Pero una cosa es que la Policía no sea innecesariamente violenta, y otra muy distinta es que se ponga en cola para dejarse agredir.

El Director General de la Policía y la Delegada del Gobierno en Madrid han protagonizado un enfrentamiento dialéctico en los medios, ya que el primero acusa a la segunda de haber sido quien ordenó que la Policía usara la "máxima contención".

Yo no sé quién sería el que ordenó a los policías dejarse apalear, pero desde luego alguien tendría que asumir responsabilidades por los 67 funcionarios de la Policía Nacional y de la Policía Local agredidos. Como también tendría alguien que asumir responsabilidades porque ya están en la calle, con una inusitada celeridad, los agresores detenidos. O bien los jueces no están cumpliendo con su trabajo, en cuyo caso el gobierno tendría que solicitar las sanciones oportunas, o bien son las leyes las que fallan, en cuyo caso es Rajoy, que gobierna con mayoría absoluta, el responsable de que las cosas sean así.

Porque lo de la sumisión no violenta a unos agresores despiadados está muy bien teóricamente, pero cuando los seguidores de Gandhi se prestaron a ser apaleados delante de las minas de sal de Dharasana, quienes iban al frente de la columna de candidatos al martirio eran los propios líderes de la organización de Gandhi, para dejarse apalear los primeros. Y si el mismísimo Gandhi no estaba allí al frente, fue solo porque le encarcelaron días antes.

Así que la próxima vez que el señor Rajoy o cualquier responsable de su gobierno quiera hacer un canto a la resistencia pacífica y enviar policías a que los apaleen, lo menos que podría hacer es ponerse él al frente del dispositivo policial, para dar ejemplo dejándose abrir la cabeza el primero de todos.

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