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Los enigmas del 11M

Cristales rotos

Observando las actitudes de la izquierda occidental, en general, y de la española en particular, se da uno cuenta de que el Cid Campeador no es la única figura histórica capaz de ganar batallas después de muerto. Curiosamente, la progresía europea se ha encargado de recoger la herencia ideológica del nazismo hasta unos extremos que ponen los pelos de punta, de manera que el autor de Mein Kampf podría hoy, si viviera, felicitarse del grado de aceptación que sus tesis encuentran en una parte nada desdeñable de la opinión pública occidental.

En el terreno del respeto a la persona, la izquierda europea ha abrazado con entusiasmo prácticas puramente eugenésicas que encajarían perfectamente en el Libro de Estilo del doctor Mengele, como la eutanasia de tetrapléjicos, o la eliminación de personas con síndrome de Down mediante el recurso al aborto. Cambian las excusas, es verdad; se invocan, por ejemplo, supuestos derechos a una "muerte digna" o a la "propiedad del propio cuerpo", en lugar de esgrimir directamente, como los nazis hacían, la necesidad de "eliminar a los tarados" que ponen en peligro la "pureza de la raza". Pero, aunque la música cambie, la letra continúa invariable: el "tarado", el "deficiente", el "retrasado", es contemplado como una no-persona, como alguien que, a la postre, no es un ser humano "normal", y cuya eliminación no constituye, por tanto, un problema de conciencia.

En el terreno ideológico, no existe diferencia alguna, a efectos prácticos, entre lo que hoy defiende la izquierda occidental y lo que el partido nazi propugnaba ya en los años 30 del siglo pasado: el mismo odio al liberalismo; el mismo odio a la Iglesia Católica; el mismo odio al capitalismo; la misma predilección por la planificación estatal y el control centralizado de los medios de producción; el mismo impulso totalitario de utilización de todos los mecanismos de formación de la conciencia social, desde la educación, hasta la vida cultural y deportiva; el mismo dominio de la propaganda; la misma querencia por desarrollar la ingeniería social a través de los medios de comunicación de masas.

Aunque es en el terreno mítico donde esa resurrección del nazismo, bajo otros disfraces, resulta más aterradora. Porque la izquierda occidental comparte con el nazismo, y de forma cada vez más abierta y virulenta, un mismo odio a los judíos, a los que se responsabiliza (en textos delirantes, que recuerdan las más negras épocas medievales) de todos los males que aquejan al planeta: los judíos controlan la economía mundial; los judíos buscan el genocidio de los no-judíos; los judíos son criminales de guerra por cometer el delito de no dejarse asesinar de forma impune.

Si un terrorista palestino revienta a cuarenta judíos en un autobús, eso es, para la izquierda occidental, una operación militar de la "resistencia palestina"; es decir, son los judíos, en realidad, los que tienen la culpa de esa matanza, por oprimir al pueblo palestino. Si el ejército israelí mata a cuatro civiles palestinos, a quienes los terroristas de Hamas utilizan de escudos humanos para sus lanzaderas de misiles, eso es un "genocidio" contra el pueblo palestino y los judíos son, en consecuencia, criminales de guerra.

Muera quien muera en Oriente Medio, la culpa es, cómo no, de los judíos.

"Los judíos son un cáncer que puede volver a extenderse en cualquier momento". Esa frase podría haberla incluido perfectamente Adolf Hitler en su Mein Kampf, pero su autor es Hassan Nasrallah, líder de Hezbollah, uno de esos grupos terroristas a los que ayer prestaban apoyo indirecto tanto el PSOE como sus artistas a sueldo, en la manifestación antisemita celebrada en Madrid.

La iconografía superficial cambia, pero, al final, lo único que queda después de quitar la hojarasca del discurso es la misma vieja caricatura nazi de siempre: el odioso plutócrata judío con cara de cerdo, sombrero de copa y el puro en la boca, que desde su despacho se dedica a controlar el mundo y a enriquecerse a costa del sudor de los no judíos. Y que, en sus ratos de ocio, se entretiene masacrando palestinos, por el puro placer de matar.

Es eso, y no otra cosa, lo que se desprende de pancartas como la que enarbolaba uno de los asistentes a la manifestación de ayer: "Israel: te puedes meter mi hipoteca por tu Holocausto".

Es imposible, viendo algo tan aterrador como esa pancarta, sustraerse a la sospecha de que quienes ayer apedreaban la embajada israelí en Madrid no dudarían un segundo en organizar un pogrom si Madrid tuviera un ghetto. Aunque lo más increíble es que esa muestra de odio racista, esa resurrección hitleriana, ese Día de los Cristales rotos, contara con el apoyo del Gobierno español.

Bajo una renacida luna negra, Hitler cabalga de nuevo, con su cuerpo muerto vencido sobre el cuello del caballo, de cuyas riendas tira presurosa la izquierda occidental. No necesitan preguntar dónde llevan su jinete muerto, porque siguen el rastro de la flor de cuchillo.

Objetivo: el judío.



P.D.: En los últimos días he mantenido diversas discusiones por correo electrónico con algunos amigos que - siendo inteligentes, cultos y educados - en el tema de Oriente Medio demuestran un completo desconocimiento de los más elementales antecedentes históricos del problema, y una aceptación completamente acrítica de consignas antisemitas extraordinariamente burdas, como la de que Israel "le ha quitado su tierra a los árabes".

Recomiendo a los lectores, antes de enzarzarse en ningún tipo de discusión con respecto al hilo de hoy, que se echen un vistazo a un vídeo excelente, que resume la génesis del conflicto de Oriente Medio de forma muy elocuente:

http://www.terrorismawareness.org/what-really-happened/

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