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Los enigmas del 11M

Ernst Reuter

Entradilla al programa Sin Complejos del domingo 9/5/2010

Ernst Reuter nació en Alemania en 1889. A los 23 años, acabados sus estudios universitarios, se afilió al Partido Socialdemócrata Alemán. Durante la Primera Guerra Mundial, combatió en el frente del este, siendo herido en una pierna y capturado por el ejército zarista.

Pasó seis meses en el hospital, durante los cuales aprendió el idioma ruso y se hizo bolchevique, siendo luego enviado a un campo de concentración, donde no vaciló en crear un Soviet de soldados. En ese campo de concentración le sorprendió la revolución de octubre de 1918, que permitió a los soviéticos tomar el poder.

Tras la revolución, Ernst Reuter permaneció en Rusia trabajando como minero, hasta que Lenin le hizo llamar y le nombró primero Comisario del Pueblo en la República Autónoma del Volga, para después encargarle que fuera a Alemania y participara en la organización del recién constituido Partido Comunista. Reuter llegó a ser así primer secretario de los comunistas berlineses.

Sin embargo, poco tiempo después, sus enfrentamientos con la dirección motivaron su expulsión del Partido Comunista en 1922, por lo que se reincorporó al Partido Socialdemócrata.

Durante la República de Weimar, Reuter ocupó diversos puestos de responsabilidad política. En 1926, fue concejal de transportes en el ayuntamiento de Berlín, y entre 1931 y 1933 ostentó el cargo de alcalde de Magdeburgo, además de ser diputado en el parlamento alemán.

Tras la toma del poder por los nazis, Reuter fue depuesto de sus cargos e internado en el campo de concentración de Lichtemburg, de donde saldría dos años después para marchar al exilio.

En Turquía le sorprendió el estallido de la Segunda Guerra Mundial y, aunque trabajaba como asesor económico para el Gobierno, fue internado, como todos los demás extranjeros de nacionalidad alemana, en un nuevo campo de concentración.

Acabada la guerra, Ernst Reuter retorna a Berlín en 1946, donde es elegido alcalde como candidato del Partido Socialista.

La Alemania de la posguerra era muy distinta de la que Reuter recordaba. Las cuatro potencias vencedoras de la guerra (Estados Unidos, Inglaterra, Francia y la Unión Soviética) administraban, cada una de ellas, una parte del territorio alemán. Berlín estaba en la zona rusa, pero, dado su simbolismo como capital de Alemania, también había sido dividida en cuatro sectores, administrados por cada una de las cuatro potencias. Las carreteras y líneas férreas que enlazaban Berlín con la Alemania administrada por las potencias occidentales tenían forzosamente que atravesar territorio controlado por Moscú. Berlín era, por tanto, una isla en territorio soviético.

Las relaciones entre las potenciales occidentales y la Unión Soviética se deterioraron rápidamente tras la guerra, debido a los intentos rusos por tomar el control absoluto de Berlín y de imponer en los países del Este gobiernos procomunistas. Y la escalada de provocaciones y desencuentros, que daría origen a la llamada "guerra fría", terminó por provocar la primera crisis grave el 24 de junio de 1948, cuando los rusos anunciaron por sorpresa que todas las comunicaciones por tierra entre Berlín y la Alemania Occidental quedaban cortadas. A partir de ese momento, Berlín estaba aislada.

La ciudad sólo contaba, al decretarse el bloqueo, con suministros de carbón y de comida para algo más de un mes, y el abastecimiento de la población requería 10.000 toneladas diarias de mercancías.

Las potencias occidentales se vieron sorprendidas por la audacia rusa. Había que hacer algo para abastecer a los sectores de Berlín controlados por franceses, ingleses y americanos, ¿pero qué se podía hacer? Por un lado, un conflicto armado para restablecer las comunicaciones por tierra era impensable. Por otro lado, dejar que los soviéticos se encargaran de abastecer a toda la ciudad significaba poner Berlín entera en manos de los rusos.

La única solución era aprovisionar Berlín desde el aire, pero eso significaba someter a los famélicos berlineses a nuevas penurias, hasta que el puente aéreo funcionara a pleno rendimiento. Para empezar, en Berlín no había ni siquiera un aeropuerto con la capacidad suficiente como para soportar el tráfico aéreo necesario para la operación.

Si la ciudad hubiera tenido otro alcalde, quizá los berlineses hubieran terminado capitulando. O, en caso de querer resistir, tal vez no hubieran sido capaces de hacerlo. Pero el alcalde era Reuter, el mismo que luchó en la Primera Guerra Mundial y fue herido en una pierna, el mismo que había conocido tres campos de concentración a lo largo de su vida, el mismo que se enfrentó tanto a los nazis como a los comunistas.

En un discurso pronunciado pocos días después de iniciado el bloqueo, ante decenas de miles de berlineses, Ernst Reuter arengó a sus conciudadanos, recordándoles que habían vivido bajo el yugo de Hitler y que no podían ahora volverse a dejar uncir el yugo.

Y el puente aéreo empezó a funcionar. 25.000 berlineses comenzaron la limpieza de los millones de toneladas de escombros que podían dificultar la logística y otros 19.000 obreros lograron la proeza de tener a punto un nuevo aeropuerto en poco más de un mes.

A lo largo de los 322 días que duró el bloqueo, se realizaron 277.000 vuelos, que recorrieron una distancia total equivalente a la que existe entre el Sol y la Tierra. Cuando el tiempo no lo impedía, un avión de transporte aterrizaba en Berlín cada 90 segundos.

En algunos momentos, la ciudad estuvo al borde del completo desabastecimiento, pero la capital de Alemania resistió.

Harapientos y famélicos, trabajando jornadas de 14 y 16 horas diarias, los berlineses resistieron.

Derrotada y humillada, recién salida de una guerra, la población de la ciudad resistió.

Los hambrientos berlineses rechazaron incluso, durante aquel terrible invierno, las ofertas soviéticas de dar comida gratis a todo aquel que cruzara a Berlín este y sellara allí su cartilla de racionamiento.

Contra todo pronóstico, los berlineses resistieron en nombre de la libertad. Y lo hicieron, entre otras cosas, porque hubo un hombre, llamado Ernst Reuter, que supo transmitir a sus conciudadanos esperanza y moverles a luchar por un ideal.

"Nuestra nación - les dijo Reuter en aquel primer discurso tras el bloqueo - está derrotada e inerme, nuestra nación está indefensa. Pero todavía tiene el espíritu suficiente para poder enfrentarse con el futuro".

Y Berlín resistió.

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