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Los enigmas del 11M

La indignación de Rajoy

Ayer salió Rajoy a los medios, rodeado por todos los pesos pesados de su partido, para anunciar solemnemente que, ante las noticias sobre la cacería de Bermejo y Garzón, el PP rompe relaciones con el Ministerio de Justicia mientras su actual titular siga al frente del mismo.

He de reconocer que está muy bien.

Está muy bien esto de ver al líder de la oposición indignado con el Gobierno. Está francamente bien que el partido de la oposición denuncie el comportamiento arbitrario, antidemocrático y sectario de un ejecutivo, el de Zapatero, que encima tiene la caradura de presentarse como el defensor de las libertades. Está realmente bien que la oposición se muestre contundente ante la enésima cacicada de un Partido Socialista que ha convertido a España en un auténtico patio de monipodio, adornado, eso sí, con cabezas de venado.

Está estupendamente bien.

Lo que pasa es que no estoy yo muy seguro de que Rajoy tenga ya ningún derecho a indignarse a estas alturas.

Cuando, en la legislatura pasada, se detuvo ilegalmente a dos militantes del PP, fue Esperanza Aguirre la que ordenó ejercer las acciones judiciales para defender sus derechos. No recuerdo que a Rajoy le indignara el tema tanto como para romper relaciones con ese gobierno que había detenido, por primera vez en la democracia, a dos militantes de la oposición de manera irregular. Debe de ser que aquello de "el ministro quiere detenciones y habrá detenciones" no le pareció tan grave a Rajoy como para moverle a la indignación.

Cuando, en la legislatura pasada, se inició una auténtica cacería del hombre contra la persona que lideraba la respuesta ciudadana a la negociación con ETA, no recuerdo que el señor Rajoy saliera a los medios ni una sola vez a defender a quienes estaban dando la cara y haciendo lo que hubiera debido hacer el líder de la oposición. Debe de ser que aquellos ataques a las víctimas del terrorismo no le movían tanto a la indignación como para aparecer indignado en los medios y ponerse muy solemne.

Cuando, en la legislatura pasada, el Gobierno impulsó la aprobación de leyes abiertamente inconstitucionales, como el Estatuto catalán, o cuando Zapatero rebajó al Estado al nivel de interlocutor de una banda de asesinos, el señor Rajoy no rompió relaciones con el gobierno. Debe de ser que el que se estuvieran cargando la Constitución hoja a hoja no le parecía suficientemente grave, suficientemente indignante, como para comparecer ante los medios rodeado de su junta directiva y plantarse.

Cuando, después de las últimas elecciones, personas de su entorno difundieron bulos infames sobre María San Gil, hasta conseguir que tirara la toalla, el señor Rajoy no parece que se sintiera muy indignado. Es más, no movió un dedo para evitar que se iniciara una completa depuración, dentro del partido, de todos aquéllos que habían intentado hacer frente a ese gobierno sectario que se estaba cargando nuestra estructura de Estado.

Cuando, hace tan sólo dos semanas, comenzó en un medio pro-gubernamental una campaña de difusión de chocantes mentiras sobre presuntas tramas de espionaje en la Comunidad de Madrid, el señor Rajoy no sólo no parece que se indignara mucho, sino que emitió, o dejó que se emitiera, una nota de prensa en la que la cúpula popular se ponía de perfil, alimentando así aquel bluf informativo, que no perseguía otro objetivo que desgastar al PP madrileño en plena batalla por el control de Cajamadrid. Debe de ser que aquellos ataques no le parecieron indignantes a Rajoy .

¿Y ahora, después de todo lo que ha llovido, después de guardarse para sí mismo durante cinco años su inmensa, su oceánica, su descomunal capacidad de indignación, el señor Rajoy se reviste con el manto de la dignidad, y anuncia solemnemente, rodeado de su plana mayor, una ruptura formal de relaciones con el ministro de Justicia? ¿Lo que ha pasado ahora sí le parece suficientemente grave como para indignarse y reaccionar y plantarse ante el Gobierno? ¿Quince días antes de una cita electoral?

Pues, con todos los respetos, guárdese para usted su indignación, señor Rajoy.

Algunos, señor mío, sí tenemos derecho a indignarnos porque un ministro de Justicia, un juez estrella y un alto responsable policial cenen o cacen juntos en el momento en que se está lanzando una macroinvestigación sobre personas presuntamente vinculadas al partido de la oposición. Algunos sí tenemos derecho a denunciar esa nueva muestra de cómo este gobierno ha convertido a España en una república bananera, en la que todos los poderes del Estado actúan al servicio del Partido Socialista. Algunos sí tenemos derecho a señalar con el dedo a los nuevos señoritos, que se comportan ya, sin ningún recato, como si España fuera su cortijo.

Y tenemos derecho a indignarnos precisamente porque todas las veces anteriores nos hemos indignado cada vez que España, o quienes trataban de defenderla, eran atacados. Fuera quien fuera el atacante.

Nosotros, señor Rajoy, sí que tenemos derecho a mostrarnos indignados. Usted no. Ya no. Y menos a quince días de una cita electoral.

Porque somos muy mal pensados, señor Rajoy. Y, a estas alturas, no podemos evitar vernos asaltados por la sospecha de que su ciclópea, su atlántica, su homérica indignación durará tanto como dure la campaña electoral. Y ni un minuto más.

Quédese usted con su indignación, señor Rajoy, que yo ya tengo la mía. La suya ya no me convence.

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