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Los enigmas del 11M

La primavera árabe y la ignorante hipocresía occidental

Hasta el año 1964, la mayoría de los libros de cómics que se vendían en los países árabes, estaban escritos en francés o inglés. Y a un avispado editor libanés se le ocurrió que aquellos cómics occidentales se venderían mucho más si se publicaban en árabe.

Así que la empresa Illustrated Publications sacó al mercado la versión en árabe de Supermán. Las viñetas eran exactamente las mismas, pero el protagonista no se llamaba Clark Kent, sino Nabil Fawzi, y no trabajaba para el periódico Daily Planet, sino para el Al-Kawkab Al Yawmi. El resto de los personajes estaban, igualmente, arabizados. De la misma manera, Illustrated Publications sacó al mercado sendas versiones de Batman (que se llamaba Sobhi en árabe), de Tarzán y de otros cómics famosos.

El comienzo, por supuesto, no fue sencillo. Traducir los textos de los viñetas al árabe resultó al principio muy complicado, porque el árabe es mucho menos conciso que el inglés, así que hubo que formar a traductores que actuaban con bastante libertad a la hora de modificar los textos, de modo que cupieran en el espacio disponible.

También hubo, por supuesto, que tener en cuenta que los árabes escriben y leen al revés. Eso no solo significa que las palabras se escriben de derecha a izquierda, sino también que las propias viñetas de cada historia tienen que estar dispuestas de derecha a izquierda. Y los propios cómics tienen que leerse empezando por lo que para nosotros, los occidentales, sería la última página.

Lo ideal hubiera sido volver a componer cada página viñeta a viñeta, para tener esto en cuenta. Pero como eso hubiera elevado mucho los costes de edición de los cómics, la empresa optó por otra solución más imaginativa: se limitó a invertir el fotolito de cada página (es decir, a dar la vuelta a cada página completa) y a ordenar los fotolitos de atrás hacia delante. De ese modo, la primera viñeta de cada historia quedaba en la parte superior derecha de la página que para nosotros los occidentales sería la última.

Sin embargo, lo que se conseguía con eso era que los niños árabes leyeran las historias de Supermán como si cada viñeta estuviera reflejada en un espejo. Así que pronto, la empresa comenzó a recibir cartas de extrañados niños que preguntaban por qué en las viñetas la S del traje de Supermán aparecía al revés.

Sea como sea, la experiencia fue todo un éxito y en poco más de seis años estaban ya vendiendo más de dos millones y medio de cómics anuales en 17 países árabes distintos. Según los cálculos de la propia empresa, 260.000 niños árabes consumían de modo habitual aquellas historietas occidentales arabizadas, lo que demuestra, al final, que los niños son niños en todas partes del mundo, sea cual sea su cultura.

Igual que las personas son personas en todas partes del mundo.

Hace ya casi tres años que asistimos en el Norte de África y Oriente Medio a las convulsiones derivadas de lo que se dio en llamar la primavera árabe. Y si algo ha quedado claro en todo este tiempo es que Occidente no sabe cómo demonios encarar el problema. Parecemos debatirnos entre el deseo de exportar la democracia a esos países y el deseo de mantenerlos convenientemente sojuzgados por dictadores amigos de las grandes potencias. Decimos que queremos que esos países tengan libertad y al mismo tiempo nos escandalizamos cuando votan libremente y no eligen lo que nos apetecería a nosotros. Afirmamos muy solemnemente que venimos a salvarlos de la dictadura teocrática y la solución que proponemos para ello es la dictadura militar.

Ni siquiera nos atrevemos a expresar abiertamente todas esas cosas, porque en el fondo lo que Occidente está diciendo es que los pobres árabes son unos incultos atrasados que no están preparados para la democracia. Y desdeñamos su religión como si no fuera otra cosa que un credo terrorista y opresor. Manifestamos de modo continuo un ignorante desprecio hacia el Islam, hacia los musulmanes y hacia lo árabe que a veces raya en el clasismo más casposo y a veces cae en el más descarnado racismo.

Y encima, ni siquiera somos coherentes en nuestra hipocresía falsamente democrática: si lo que quería Occidente, al final, es mantener a esos países bajo la bota militar, ¿para qué alentó en su momento el derrocamiento de los dictadores laicos que ya estaban asentados?

Me pregunto si hay mucha gente en Occidente que piensa en términos de seres humanos, en lugar de guiarse por prejuicios religiosos o raciales. Me pregunto si hay mucha gente consciente de que los niños árabes son iguales a cualquier otro niño, y de que los padres musulmanes quieren a sus hijos e hijas tanto como pueda quererlos cualquier padre occidental. Y de que los árabes desean, por regla general, lo que cualquier occidental desea: sacar adelante a su familia, disfrutar lo más que puedan de una vida que es siempre demasiado corta y gozar de la máxima libertad posible.

Me pregunto, en definitiva, si hay mucha gente que dedica un solo minuto a preguntarse "¿Qué pensaría yo de lo que Occidente hace y dice, si hubiera nacido en Egipto o en Marruecos?".

Pretendemos exportar nuestras soluciones políticas y nos escandalizamos cuando ellos quieren hacer las cosas a su manera, sin darnos cuenta de que les estamos exigiendo, sin ningún derecho, que renuncien a ser ellos mismos. Mal puede predicar o difundir la libertad quien no comienza por respetar al otro.

Sin quererlo, cogemos nuestra visión de la sociedad y tratamos de imponérsela a capón, sin darnos cuenta de que, en el proceso, estamos escribiendo la historia por lo que para ellos sería la última página. Y sin darnos cuenta de que estamos escribiendo la D de Democracia al revés, por no respetar la forma que los árabes tienen de interpretar su propia sociedad. Con lo que nadie entiende nada.

Pero la culpa de todo ese malentendido no es de ellos. Es nuestra.

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