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Los enigmas del 11M

Salir de la pocilga

En Estados Unidos, como bien señala hoy la portada de El Mundo, se enjuicia a unos presuntos implicados en la masacre del 11-S y lo que hacen éstos es pedir que les condenen a muerte, porque quieren entrar como mártires en el Paraíso. En España, los presuntos implicados en la masacre del 11-M se nos echan a llorar en la sala, juran por su madre que no tienen nada que ve en los hechos y se preguntan quién les ha colocado el marrón. Y encima va El País y dice que eso demuestra que han recibido órdenes de Al Qaeda para negar su implicación. Y encima hay tontos de alquiler que repiten la consigna y miran hacia otro lado, mientras se intenta dar carpetazo judicial al asesinato masivo de Madrid, sin que ningún culpable pague y sin que ni siquiera sepamos todavía quiénes son esos culpables.

En Estados Unidos, la Prensa se dedica a hacer cosas como poner a presidentes contra las cuerdas hasta obligarles a dar todo tipo de explicaciones, ya sea sobre sus escarceos amorosos en los despachos ovales o sobre el espionaje a partidos de la oposición. En España, un reducido puñado de periodistas hace frente a una casta política despótica, corrupta e inmoral, acostumbrada a destruir todo lo que no puede comprar, y todos los tontos a sueldo se ponen a reclamar que se cierren los medios de comunicación que no pasan por el fétido aro.

En Estados Unidos, a los políticos que engañan a los electores se les echa a patadas de la vida pública. En España, los políticos se permiten el lujo de conseguir los votos de millones de personas con programas electorales que no piensan cumplir y luego echan a patadas de su partido a todo aquel que levanta la mano para señalar que no se puede engañar a la gente.

En Estados Unidos, el poder tiene zonas de sombra donde se llega a bordear o incumplir la Ley cuando se trata de defender los intereses nacionales. En España, el poder entero es una inmensa zona de sombra en la que se bordea y se incumple la Ley sistemáticamente, siempre en contra de los intereses nacionales.

En Estados Unidos, a los candidatos a presidente, a gobernador o a miembro de los altos tribunales, se los somete a un proceso de escrutinio público que intenta garantizar que ninguno esconda ninguna debilidad que pueda resultar perniciosa para el país. En España, nadie puede aspirar a que le nombren para ningún alto cargo si no existe algún dossier, alguna grabación o algún punto débil con el que le puedan agarrar de las pelotas, porque la casta jamás se arriesgaría a nombrar a un incontrolado para puesto alguno.

En Estados Unidos, el político es un servidor del ciudadano. En España, todo ciudadano sabe que no tiene otro remedio que inclinar la cerviz cuando el poderoso, cualquier tipo de poderoso, decide toser.

No es de extrañar que haya tanta gente que ponga tanto empeño en fomentar el antiamericanismo patológico de buena parte de la población española. ¿Cómo iba a aceptar nadie vivir en una pocilga, a menos que le convenzas de que el palacio que se divisa al otro lado del lago está maldito? ¿Y cómo iba a mantenerse la casta si los españoles decidieran un día que no tienen ninguna obligación de vivir en la pocilga?

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