Hoy se celebran las elecciones legislativas en Estados Unidos. Y no hay analista político que no haya terminado centrando la cuestión en el fenómeno del Tea Party, que tantos sarpullidos genera a la progresía de allá y de acá.
La duda no es si el Tea Party va a obtener un triunfo histórico: eso se da por descontado. Lo único que se discute es la magnitud de dicho triunfo.
En concreto, se da ya por seguro que los candidatos avalados por el Tea Party obtendrán:
Como digo, esos resultados son ya seguros, a la luz de la importante ventaja que los respectivos candidatos llevan en las encuestas.
Lo que se discute es si, además de los anteriores, los candidatos del Tea Party pueden conseguir otra serie de puestos que las encuestas les dan como posibles:
En el peor de los casos, los candidatos republicanos proclives al Tea Party se harán con el diez por ciento de los puestos del Congreso y el Senado. En el caso más favorable, podrían llegar al quince por ciento.
Viendo cómo son las cosas allí, uno no puede por menos que envidiar una sociedad en la que resulta posible que los movimientos ciudadanos influyan en la política y en la que existen políticos capaces de escuchar a los movimientos ciudadanos.
Tremenda diferencia con lo que tenemos aquí, ¿verdad?