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Marcel Gascón Barberá

Ante el espejo de Cayetana

Ningún político español sulfura tanto a sus adversarios como Cayetana Álvarez de Toledo.

Ningún político español sulfura tanto a sus adversarios como Cayetana Álvarez de Toledo.
EFE

Ningún político español sulfura tanto a sus adversarios como Cayetana Álvarez de Toledo. Se ve cada vez que toma la palabra en el Congreso. Uno detrás de otro, los portavoces nacionalistas y de izquierda se le lanzan a la yugular con descalificaciones personales e insinuaciones maliciosas llenas de resentimiento social.

Ninguno entra nunca a debatir en el terreno de los hechos y las ideas al que ella les invita. Es de entender, viendo cómo ven el mundo y se expresan y cómo habla y piensa Cayetana. Saldrían revolcados del envite, porque ¿cómo pueden competir ministros que se traban para leer un folio con la brillante claridad a la vez afilada y envidiablemente estructurada de Álvarez de Toledo? (Vaya al youtube el lector que tenga dudas y póngase una rueda de prensa de Celaá o Montero, la Montero que él quiera, después de escuchar a Cayetana).

Además de ser, por lo que he explicado, prácticamente inevitables, las virulentas reacciones que provoca Cayetana nos dicen mucho de la naturaleza de quienes la atacan. Cayetana es, como saben todos los que la han escuchado, una inteligencia superior. Ha estudiado en excelentes colegios y universidades, así que suma a esa inteligencia la mejor formación y una cultura vastísima al alcance de muy pocos. Además, Cayetana es guapa, tiene porte y elegancia y un dominio de la escena que ya querríamos para nosotros todos los que alguna vez hemos hablado en público.

Personas como Cayetana hay pocas, y en política, últimamente, poquísimas. No es de extrañar que su reflejo aboque invariablemente al exabrupto o la chanza pretendidamente hiriente, a la violencia verbal, en definitiva, a, por ejemplo, el vicepresidente Iglesias. Nada en la comparación con Cayetana deja en buen lugar al secretario general de Podemos. Empezando por la calidad de la melena. Cayetana es un producto intelectual de Oxford y tuvo como director de tesis a John Elliott; Pablo Iglesias tiene como referente a Monedero y sale de una facultad donde se venera la violencia política y el crimen de Estado, siempre que se perpetren en nombre de la felicidad social.

Cayetana entró en política dejando atrás una admirable trayectoria académica y renunciando al lugar que se había ganado en la cumbre del periodismo español. La biografía intelectual y política de Cayetana ha estado definida siempre por la defensa de la razón, la libertad, la pulcritud democrática y los derechos humanos. Después de conseguir por primera vez la acolchada posición de diputada, Álvarez de Toledo se bajó del tren de la abundancia en el que podría haber seguido viajando cómodamente porque el talante de su jefe (Rajoy) la condenaba a la irrelevancia y la pereza como diputada. Nada más pisar el andén, a Cayetana la esperaba con ofertas lo mejor del periodismo en España. Al poco tiempo de volver a la prensa firmaba portadas con su serie de crónicas memorables desde Venezuela.

El camino de Iglesias al poder es, como sabemos, muy distinto. Su trayectoria, tanto en el periodismo como en la universidad y la política, se han caracterizado siempre por la siembra de la discordia y el enfrentamiento. Si el odio (a la Policía, a la Casa Real, a los ricos, a los que vivían en chalets en Somosaguas) ha sido y sigue siendo el motor del asalto a los cielos de Pablo Iglesias, las alianzas con regímenes y movimientos adeptos a la supresión violenta del adversario cuando no directamente delincuenciales han sido la palanca con la que se ha propulsado a donde ha llegado.

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Cayetana es una enemiga natural de alguien que vive en la obsesión revanchista e igualadora como el vicepresidente Iglesias. Lo es por sus ideas y la finísima solidez con las que las defiende, y no por su condición de marquesa, como él pretende. Pero tal es la superioridad estética e intelectual de Álvarez de Toledo, que qué otra cosa le queda a Iglesias sino embarrar el campo señalándola como el exponente de la reacción y la carcundia que ni de lejos representan ella y su familia.

Antes de terminar con Iglesias, déjenme también comentar el escándalo que suponen las constantes referencias despectivas a Cayetana como "marquesa" por parte, nada menos, que de un vicepresidente del Gobierno que habla, además, en la sede de la soberanía nacional. Vayamos, para entender la gravedad de este comportamiento, al artículo 14 de la Constitución:

Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.

No creo que haga falta explicar cómo Iglesias vulnera este principio fundamental de nuestra democracia y de la civilización occidental en general, pero sí arrojará luz sobre el asunto imaginar a un representante de la derecha despreciando a una diputada de izquierda por su origen social. Por ejemplo llamándole "la hija de la pescadera", o del barrendero, o atribuyendo sus posicionamientos políticos a que fuera de pueblo o a la ausencia de tradición intelectual en su familia. Es, efectivamente, gravísimo, y no creo que existan muchos casos parecidos en el mundo democrático.

Querría acabar ya con Iglesias, pero hay más. Aunque se arroga la exclusividad de los valores positivos y los principios humanistas que ningún sistema garantiza como la democracia liberal que ellos desprecian, la izquierda se lo permite todo cuando se trata de golpear a quienes osan recordarle sus contradicciones. El racismo, el machismo y la peor xenofobia se vuelven súbitamente aceptables cuando se recurre a ellos para impulsar su gran proyecto de redención colectiva y prosperidad personal para sus líderes. Vean como ejemplo este tuit publicado recientemente por Pablo Iglesias (hay dependencias de Moncloa que son verdaderas granja de bots). En él hace uso del acento argentino de Cayetana para identificarla con la derecha chilena que advertía (con más o menos agresividad, pero sin equivocarse) del peligro comunista en el país. Imaginen el tsunami que desataría que un simple concejal de pueblo del PP, Ciudadanos o Vox utilizara el acento sudamericano de, digamos, Rommy Arce para deslegitimar sus planteamientos políticos. O que alguien del PP, Ciudadanos o Vox comparara a dirigente de Podemos Rita Bosaho con los tonton macoutes por ser negra y profesar, como Duvalier, una cierta forma de identitarismo de raza. Ambas cosas pueden ocurrir, pero estoy seguro de que no duraría ni un minuto en su partido el que se atreviera a lanzar tal infamia.

Las reacciones que suscita Cayetana Álvarez de Toledo entre los políticos, también de su propio partido, son, por lo demás, muy parecidas a las que provoca entre buena parte de la población española. Al menos entre la que yo trato. Ante la excelencia y el habitual despliegue de dominio del lenguaje y confianza en sí misma al que nos tiene acostumbrados la diputada hay dos tipos de reacciones, independientemente de si se está de acuerdo o no con lo que ella diga. Una es reconocérselo y alabarlo. La otra, que por desgracia parece más habitual, es tacharla de arrogante, restarle todo mérito y atribuir enteramente sus aptitudes al privilegio de haber nacido en buena cuna.

Este tipo de reacción explica en mi opinión el extraordinario predicamento del discurso consolador de la izquierda utopista en España. Ante el inevitable sentimiento de pequeñez que nos devuelve al vulgo vernos reflejados en el espejo de gente como Cayetana, Juan Roig o Amancio Ortega, podemos responder con humildad y admiración. O abrazar el discurso de la injusticia estructural que con tanto éxito vende la izquierda y asociar, como Iglesias y los suyos nos proponen, la excelencia y el éxito a la inmoralidad y el privilegio. Para que no duela tanto la distancia que nos separa de los mejores.

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