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Marcel Gascón Barberá

Apuntes sobre el 'Delcygate'

El paso de Delcy por Madrid no debe eclipsar la emocionante reunión de miles de Guaidó y miles de venezolanos libres en Madrid.

El paso de Delcy por Madrid no debe eclipsar la emocionante reunión de miles de Guaidó y miles de venezolanos libres en Madrid.
Delcy Rodríguez, en una imagen de archivo | Cordon Press

Embarazosamente para el Gobierno, los muchos interrogantes del Delcygate seguirán despejándose en los próximos días, en los medios no sometidos y en los pasillos de Moncloa donde han empezado a acuchillarse los ministros.

La gran pregunta, sin embargo, la ha formulado Federico, en su artículo dominical en esta casa y en su columna del lunes en El Mundo: qué tendrá Delcy Rodríguez para sacar de la cama a un Gobierno de España y hacerle comparecer en pijama.

Y la respuesta, ha apuntado también Federico, solo puede buscarse en los millones de euros que recibió de Caracas el embajador de Zapatero en Venezuela, Raúl Morodo, en los años en que Chávez compraba fragatas, y parece que dejaba propinas, al Gobierno del talante en España.

Un embajador no es más que un mensajero, y es difícil pensar que la familia Morodo se quedara todo el dinero. Lo más probable es que fuera a parar a sus jefes. El PSOE, por tanto, le debería favores al chavismo. Si no por los pagos, que ya deben de estar saldados, por el silencio sobre los pagos. Algo parecido a lo que debe de ocurrir con Podemos, lo que haría del Gobierno de España el primero de Europa –de Occidente, quizá– completamente cautivo de una dictadura extranjera.

Después de la actuación obviamente irregular del Gobierno durante la visita a Barajas de Delcy, que sabe lo que allí ocurrió y le crearía un problema con Bruselas a Sánchez si lo contara, la Venezuela chavista tiene otro elemento de chantaje sobre el Gobierno de España.

A mi juicio, la tesis del silencio explicaría también el empeño de Zapatero en ayudar a sobrevivir a Maduro.

No creo que a quien siempre se sintió más cerca de Otegi que del PP y eligió a Endrogán como líder y modelo de Oriente tenga un gran problema moral por haber de defender una satrapía como la venezolana. Pero tampoco puedo imaginarme que lo esté haciendo por dinero, porque Zapatero nunca ha demostrado especial apego al lujo, y tampoco viviría en la calle con el sueldo y los contactos de expresidente.

¿Es entonces el fervor ideológico explicación suficiente a ese arrastrarse por el barro para limpiarle las botas al tirano? En mi opinión, no. Sobre todo porque, al contrario que la dictadura cubana, la venezolana no da réditos de imagen. Más bien al contrario. Si Zapatero soñaba con el Nóbel por engañar a la oposición cada vez que se tambaleaba el chavismo, ya debe de saber que no será el caso.

El paso de Delcy por Madrid no debe eclipsar la emocionante reunión de Guaidó y miles de venezolanos libres en Madrid con las fuerzas democráticas españolas. Bien protegidos del frío europeo al que les ha expulsado el chavismo, los exiliados venezolanos y nuestros mejores políticos brindaron a Guaidó el calor que le había negado Sánchez al no recibirlo.

En el invierno castellano de Sol, todos esos venezolanos condenados al desprecio de media Europa por la filiación izquierdista de sus verdugos se sintieron en casa en el que nunca ha de dejar su país a este lado del Atlántico. Con ellos se elevaba también Madrid, convertida esa noche una vez más en una de las cosas más emocionantes que puede ser Madrid: capital natural, sentimental, global y democrática de Hispanoamérica.

El acto de desagravio a Guaidó lo era también por lo injustos que a menudo hemos sido muchos con él por no haber cumplido su promesa de acabar pronto con Maduro. Aunque el cuerpo nos pida un tono más bélico, Guaidó tiene a sus órdenes las mismas divisiones que el Papa, y que Trump decida liberar a Venezuela por la fuerza depende solo de Trump y de los innumerables factores que tienen influencia sobre la acción exterior de Washington, como dejó claro hace poco Elliott Abrams.

El presidente encargado ha conseguido importantísimas victorias diplomáticas en Europa y América. Si a pesar de todas las sanciones el régimen no cae es por su propia naturaleza criminal.

A diferencia de las dictaduras o regímenes autoritarios de derechas, que suelen tener un cierto sentido de la decencia y acaban renunciando si su permanencia en el poder supone la ruina del país, los comunistas se aferran a su posición a cualquier precio. Ahí están los ejemplos de Pinochet y los nacionalistas afrikáners sudafricanos, que dieron un paso al lado cuando no vieron salida. Y los de Mugabe, los Castro y otros muchos caudillos rojos que redujeron sus países a escombros para no marcharse, como está haciendo ahora Maduro.

Guaidó –que devolvió la esperanza de cambio a Venezuela cuando el juego estaba trancado– es consciente de ello, y por eso intentó con los medios que tenía activar el golpe militar que puede tumbar al chavismo. Su plan falló en el objetivo final. Nadie debe dudar de que continúa intentándolo, pero no es fácil que unos militares permanentemente vigilados por la inteligencia cubana se animen a hacer lo que muchos sin duda saben que es correcto. Porque les esperan, si fallan, largos años de torturas e indiferencia de una opinión pública internacional insensible con los más inhumanos sufrimientos si se infligen desde la izquierda.

Volviendo a Delcy, quiero terminar con un apunte personal sobre la diva que hizo correr a Ábalos por el aeropuerto. Delcy y su hermano Jorge, otra figura influyente del chavomadurismo, son hijos del militante y guerrillero comunista Jorge Rodríguez, que murió en custodia policial en 1976 a los 34 años a causa de los malos tratos recibidos en las comisarías de la Venezuela democrática. Tanto Delcy como Jorge Rodríguez junior han hecho de la venganza por la muerte de su padre el motor nada disimulado de toda su trayectoria política (el amor por el poder y las cosas caras es el otro catalizador de sus carreras).

A diferencia de quienes mueren en las comisarías chavistas operadas por los hermanos Rodríguez y demás jerarcas chavistas, Jorge Rodríguez padre tenía graves delitos a sus espaldas cuando fue detenido por la policía que acabó matándole. Rodríguez padre fue uno de los secuestradores del industrial estadounidense William Niehous, cuyo cautiverio duró tres años y cuatro meses y es el secuestro más largo de la historia de Venezuela. Este detalle no hace menos grave la muerte por torturas de un detenido, aunque Delcy y Jorge Rodríguez hijo se lo escatimen sistemáticamente a quienes están obligados a escucharles a diario en la televisión del régimen.

Cuando entre junio de 2017 y enero de 2018 trabajé como periodista en Venezuela, me gustaba ir a pasar el fin de semana a la ciudad costera de Puerto la Cruz, la única que entonces mantenía cierta pujanza en el país gracias a la presencia de las petroleras extranjeras que aún tenían contratos con la decrépita PDVSA.

Como todas las ciudades y pueblos venezolanos, Puerto la Cruz tenía su Avenida Libertador dedicada a Simón Bolívar. Otra gran arteria del centro de la ciudad honraba la memoria de Jorge Rodríguez padre. Con el amigo que me acompañaba en aquellos viajes enseguida le pusimos un nuevo nombre: Avenida Secuestrador. No era una burla al trágico final del padre, sino a la hipocresía de los hijos que lo utilizan para justificar la muerte y el maltrato de otros seres humanos inocentes en las cárceles.

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