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Pedro de Tena

El palo de Juan Carlos

Ya tienen su clavo ardiendo para huir de sus miserias y tratar de acabar con Felipe VI.

Ya tienen su clavo ardiendo para huir de sus miserias y tratar de acabar con Felipe VI.
Juan Carlos I | Gtres

Pues sí, Juan Carlos I de Borbón nos ha dado un pedazo de palo en el lomo nacional. No sabemos si el palo será mortal de necesidad, pero nos ha herido de consideración. Y no es un palo cualquiera, sino que es un palo más, otro palo que nos ha dejado más que desconcertados y jodidos. Muchos ciudadanos españoles que vivimos la Transición y que, de un modo u otro, con más o menos intensidad y dedicación, pusimos un granito de arena para que España tuviera, por fin, una democracia liberal como marco de convivencia aceptamos que la Monarquía podía ser una solución aceptable para la superación de la Guerra Civil y la Dictadura. De hecho, aun siendo mayormente republicanos de convicción, fuimos monárquicos de hecho seducidos por los méritos de la Casa Real.

No cabe duda de que la orfebrería política y jurídica que nos hizo transitar siempre dentro de la ley de una dictadura a una monarquía constitucional homologable con bastantes democracias europeas fue un mérito indiscutible de un grupo de personas entre las que destacaba el rey Juan Carlos, que tenía no pocos poderes y no nimia responsabilidad. Y luego vino el golpe de Estado de 1981 y, ocurriese lo que ocurriese de verdad, lo cierto es que la imagen que se proyectó en el imaginario colectivo español fue la de un rey salvador de las instituciones democráticas.

Pero, aunque comenzaron a torcerse las cosas, que si amantes y negocietes, y el Borbón parecía rendirse a algunos de sus genes perversos, las cosas no llegaron a más hasta que sucedió lo del delincuente Urdangarín y la infanta Cristina. ¿Cómo era posible que alguien de la casa real traficara con influencias y se lucrara de manera tan burda? Y lo que era mucho más escandaloso: ¿se podía ser más tonto, además de amoral, para ser atrapado de una manera tan indigna?

Bueno, pues creíamos que ya había pasado todo cuando lo de aquel pobre elefante africano y la señora Corina. Fatal todo, desmoralizador, un torpedo en la línea de flotación de la Corona cuyo titular, además de ser el símbolo de unión de la nación española, ejerce el mando supremo de las Fuerzas Armadas. Bueno, nos dijimos, pero Juan Carlos abdicó, a la fuerza si se quiere, pero abdicó. Ea, teníamos un nuevo rey, más que preparado, bien asesorado, de maneras sensatas y dispuesto, eso parece, a respetar la moralidad popular. Una joya, vamos.

Y en esto que, otra vez, salta la corrupción de un rey demeritado que nada tiene de Emérito. No importa siquiera que sean 65 o 3 millones. Es que todo el prestigio de la Monarquía ha recibido un palo gigantesco de la mano de Juan Carlos de Borbón. Nadie ha hecho más por la resurrección de la República que él, cuando podía haber pasado a la Historia como el mejor rey desde Carlos III. De paso, ha dejado a su digno sucesor, Felipe VI, a los pies de los caballos de una izquierda política y mediática implacable.

Más grave aún. Nos ha dejado a nosotros, ciudadanos de a pie, absolutamente perplejos ante el espectáculo de un señor que ha sido incapaz de respetarse a sí mismo y de respetarnos a todos. Ya sabemos que aquí mete la mano y otras cosas hasta el apuntador. Que sí, que los Pujol, que los Gürtel, que los ERE, que los sindicatos de esa clase, que si los partidos políticos, que si demasiados jueces, algún que otro fiscal deleznable y suma y sigue. Pero en uno de los momentos más delicados para la historia de España, va Juan Carlos y nos da un palo avergonzándonos y dejando a la inmensa mayoría sin fuerza, ganas ni razones para defender la Monarquía parlamentaria como forma política del Estado.

¿Cómo no vamos a estar dolidos con un palo que ya veremos si no acaba con todo, como buscan como locos los que ni quieren ni han querido nunca una sociedad española abierta y tolerante? Ya tienen su clavo ardiendo para huir de sus miserias y tratar de acabar con Felipe VI antes de que nuevas elecciones los pongan en el sitio que merecen.

Los que no nos merecíamos este palo éramos los ciudadanos de a pie de esta España agónica que ya no sabemos quiénes somos, ni a dónde vamos.

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