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Presente y pasado

El ejemplo de Rosa Díez

Ciertamente, como me comentaba Helena López, concejala de Ciudad Real, hay mucha gente viviendo de la política y muy pocos políticos. Es normal, pero la desproporción entre unos y otros en España resulta excesiva.
Un político defiende unas ideas sobre la sociedad, y si su partido traiciona esas ideas, máxime si la traición afecta a cuestiones tan básicas como la unidad del país y la democracia, trata de luchar contra esa corriente; pero si percibe que la lucha es imposible, debido a la tendencia de los partidos al enmafiamiento, entonces se marcha de él, arrostrando "la intemperie" y sin pensar demasiado en los tiempos difíciles que sin duda vendrán. Eso es lo que ha hecho justamente Rosa Díez, y lo que distingue a un político de carácter de un simple vividor de la política.
Lo que nadie se atreve a hacer en el PP. Algunos dicen que ya no hay tiempo antes de las elecciones: para ellos nunca habrá tiempo. Pero una masa considerable de españoles, la masa que se movilizó en las enormes manifestaciones pasadas, una masa susceptible de ampliarse si dispusiera de dirección política, carece de representación en España. El PP no la representa, la utiliza. A quien sigue y representa o intenta representar (el PSOE lo hace mejor) es a esa otra masa moldeada por la telebasura y la ideología CFC. Entre la idea de que no hay otra "alternativa" que el PP y la esperanza cada vez menos razonable de que ese partido cambie, la política se degrada al máximo. Tampoco tiene mucho valor, a mi juicio, el peligro de dividir el voto: la división puede aumentar el número de votos totales, pues no cabe duda de que bastantes personas se inhibirán ante las políticas actuales. Y después de unas elecciones siempre puede llegarse a acuerdos de gobierno entre unos u otros partidos, como sucede en tantas democracias.
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Blas Infante como revelador
Enmendando la plana a Vidal Quadras, Rajoy se ha apresurado a expresar el máximo respeto de su partido a la figura políticamente grotesca de Blas Infante, "padre de la patria andaluza" según el no menos grotesco estatuto autonómico. Lo ha hecho a exigencia del PSOE, que sabe bien dónde le aprieta el zapato a Rajoy, cuya absoluta flojera política cae ya en la vileza. Si usted respeta de ese modo la figura política (no hablamos de la persona) de Blas Infante, señor Rajoy, la figura de un señorito notario chotacabras y antiespañol, usted está despreciando en la misma proporción la realidad histórica, la democracia y la unidad de España, por no decir el más elemental sentido común. Usted tiene que elegir sus respetos, y ha elegido.

Antonio Burgos suele escribir artículos sensatos, pero demuestra tener una idea muy endeble de la democracia, y ataca a Vidal Quadras con la habitual demagogia de fondo separatista: "La patá en la boca de chino malo del kunfú nos la ha pegado usted, don Vidal, a todos los andaluces. ¿Le hemos dicho nosotros algo a ustedes de cómo fuera Companys o dejara de serlo? ¿Hemos dicho nosotros acaso que Pompeu Fabra era esto o lo otro?". Pues verá usted, señor Burgos, cualquier andaluz, cualquier canario o cualquier asturiano, vasco o catalán tiene perfecto derecho a opinar sobre un personaje tan nefasto como Companys, sobre Blas Infante o sobre cualquiera de los héroes de pacotilla que tan bien reflejan el carácter de esos nacionalismos. Y usted no es quién para asumir la representación de "todos los andaluces" y hacerse el ofendido por ellos. Un gran número de andaluces desdeña a ese “padre de la patria” de cartón piedra que persisten en imponerle unos vividores de la política cuyo rasgo más destacado es la corrupción.

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Iniciativas

Continúa la recogida de firmas del Manifiesto por la Verdad Histórica, en el recuadro existente en la columna de la derecha de LD.

Ligeras correcciones de estilo propuestas al manifiesto:

POR LA VERDAD HISTÓRICA

Diversos políticos, generalmente poco ilustrados, intentan imponer una determinada visión de nuestro pasado mediante la llamada Ley de Memoria Histórica. Este acto, por sí mismo, es contrario a la democracia y a la cultura.

De modo implícito, pero evidente, la ley atribuye carácter democrático al Frente Popular. Hoy está plenamente documentado lo contrario. Dicho Frente se compuso, de hecho o de derecho, de agrupaciones marxistas radicales, stalinistas, anarquistas, racistas sabinianas, golpistas republicanas y nacionalistas catalanas, todas ellas ajenas a cualquier programa de libertades políticas.

También está acreditado que los partidos mencionados, ya antes de haberse constituido en Frente, organizaron el asalto a la república en octubre de 1934, con propósito textual de guerra civil, o colaboraron en él, fracasando tras causar 1.400 muertos en 26 provincias; y que, tras las anómalas elecciones de febrero de 1936, demolieron la legalidad, la separación de poderes y el derecho a la propiedad y a la vida, en un proceso revolucionario culminado en el intento de asesinar a los líderes de la oposición y en el asesinato efectivo de uno de ellos. Esa destrucción de los elementos democráticos de la legalidad republicana hundió las bases de la convivencia nacional y causó la guerra y las consiguientes atrocidades en los dos bandos.

La Ley de Memoria Histórica alcanza límites de perversión ética y legal, y de agravio intolerable a la sociedad, al igualar como “víctimas de la dictadura”, a inocentes, cuyo paradigma podría ser Besteiro, y a los sádicos asesinos y ladrones de las checas, cuyo modelo sería García Atadell. Con esto la ley denigra a los inocentes y pretende que la sociedad recuerde y venere como mártires de la libertad a muchos de los peores criminales que ensombrecen nuestra historia. Igualmente erige en campeones de la libertad a las Brigadas Internacionales orientadas por Stalin, a los comunistas que en los años 40 intentaron reavivar la guerra civil o a los etarras que iniciaron en 1968 su carrera de asesinatos. ¿Cabe concebir injurias mayores a la moral, la memoria y la dignidad de nuestra democracia?

La falsificación del pasado envenena el presente. Nos hallamos, sin duda, ante un deliberado falseamiento de nuestra historia, agravado por la pretensión de imponerlo por ley, un abuso de poder que recuerda, inevitable y precisamente, a aquel infausto Frente Popular. La sociedad no puede aceptarlo sin envilecerse: los pueblos que olvidan su historia se condenan a repetir lo peor de ella.

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