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Presente y pasado

El PP de Rajoy

Rajoy ha vuelto a dar muestras de su flojera en relación con la guerra contra Sadam Husein. En el PP siempre hubo gran incomodidad por la decisión de respaldar –moral y políticamente, sin intervención directa– el derrocamiento del genocida, que tanto repugnaba a la izquierda y los separatistas españoles (les repugnaba el derrocamiento, no el genocida, cuyo carácter "laico" siempre han ponderado). Ciertamente había argumentos de peso tanto para que España interviniera como para que no interviniera, pero una vez decidido el apoyo a la intervención, el gobierno del PP debió haber volcado todos sus medios de explicación e información, que en aquel momento eran muchos, para aclarar su postura a la ciudadanía y poner en su lugar la violenta demagogia desatada por la Infame Alianza, ya entonces en marcha.
No lo hizo, claro. Los telediarios parecían hechos por el PSOE, y la postura básica del PP fue de inhibición en espera de que pasase la tormenta. El resultado de esta inconsecuencia y básica cobardía moral fue que, al llegar las elecciones, un partido como el PSOE, pringado de la cabeza a los pies en el terrorismo y la corrupción, estuviera rondando la mayoría, y que un atentado monstruoso volcara luego a gran parte de la opinión contra Rajoy.
Rajoy y los suyos no estuvieron a la altura de las circunstancias cuando gobernaban. No lo han estado en la oposición casi en ningún momento. Siguen sin estarlo en la campaña electoral que ha comenzado de hecho: ahora aspiran de nuevo a congraciarse con la izquierda, a costa de Aznar.
El PP no es el partido de Aznar, ni de Mayor Oreja, Vidal Quadras o Esperanza Aguirre. Es el partido de Gallardón, Arenas, Camps, Feijoo, Arriola y compañía. Y de Rajoy, claro. Muy lamentablemente.
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CUESTIÓN DE PALABRAS

Es muy fácil, como hace D.Manuel Pulido Mendoza en su carta al director publicada el pasado 27 de septiembre en el periódico "Extremadura", acumular palabras grandilocuentes en relación con el campo de concentración que existió en Castuera. Aquello fue un lugar destinado a la "clasificación de la disidencia, la reeducación en los valores del nuevo régimen y la represión de los vencidos en un proceso sistemático de brutalidad física y psíquica". Lástima que para justificar la falta de cualquier referencia concreta haya que recurrir al consabido expediente de que "faltan registros escritos de tales atrocidades y aún no se han realizado las excavaciones de diversas fosas comunes a lo largo de toda la comarca de la Serena".

En España llevamos más de 30 años de pretendida libertad. Ya está bien de mentiras. Han tenido tiempo de sobra para poner sobre la mesa los nombres de estas víctimas y si no lo han hecho (a pesar de que se ha repartido generosamente dinero público para conseguirlo) es porque resulta preferible seguir hablando de miles de personas para así alimentar el mito.

Dice D. Manuel Pulido Mendoza que es "historiador, extremeño y familiar de represaliados por el franquismo", el problema es que la historia no comienza en 1939 y que hay otros que también somos historiadores, extremeños y familiares de represaliados; en este caso represaliados por la República. Los familiares de D.Manuel Pulido podrán informarle de todo lo que ocurrió en Castuera y no solamente de una parte. Por ejemplo, y solo por citar un caso, en la mañana del 22 de agosto, veinticuatro detenidos fueron montados en el tren y, al llegar a las inmediaciones del apeadero de El Quintillo, les obligaron a bajar, les hicieron varios disparos en las piernas, al caer al suelo les echaron encima leña y los rociaron con gasolina, prendiéndole seguidamente fuego y quemándolos cuando aún estaban con vida. Entre ellos figuraban el Párroco, Andrés Helguera Muñoz, y el primer alcalde que tuvo la República en esta población: Camilo Salamanca Jiménez.

En algo estoy de acuerdo con D.Manuel Pulido: hay que asumir nuestra historia. Pero la historia es conocimiento de los hechos ocurridos en el pasado, no distorsión o selección interesada efectuada desde los presupuestos ideológicos del presente.

Angel David Martín Rubio

08817736-L

Universidad San Pablo CEU (Madrid)

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De mi corresponsal en Reus, un nuevo comentario de nuestros aguerridos nacionalistas, esta vez de Carballeira O´Flanaghan, de la Universidad de Princeton. La abrevio ligeramente, por razón de espacio:
"Permítanme. He tenido que desplegar toda mi paciencia para aguantar las ofensivas y necias tiradas del señor –bueno, señor… señor…– Bofarull i Bofarull, fanático casanovista y furioso detractor de la nación sueva gallega, supuesto catedrático o profesor de la universidad Pompeu Fabra y ex detective. Perfecto. Sobre sus talentos como intelectual no hará falta que me extienda, al menos para las personas entendidas que han tenido el dudoso placer de leerle. Quedaba por conocer sus habilidades de detective, de las que tanto se jacta. Pues bien, recientemente un amigo llegado de Galiza, concretamente de A Cruña, me ha pasado el informe de Moh Ul-sih sobre sus actividades en relación con un viejo crimen en el Ateneo de Madrid. Se lo transcribo y… bueno, ustedes juzgarán por sí mismos. El tío iba por la vida de Hércules Poirot o no sé qué, y va y al final de la investigación se reúne con los presuntos para explicarles como llegó a la solución… ¡totalmente equivocada, ya lo verán! ¡Para mear y no echar gota! Tan buen detective como buen cátedro o lo que sea, que siempre dudé que hiciera otra cosa que recoger la basura en esa universidad Pompeu Fibra, o Fraba o como se llame, pues incluso en una universidad catalana tiene que haber cierto nivel, vamos, digo yo. Imagino que le echarían de la profesión detectivesca a patadas en el trasero y que se figuró luego que dar clases en una universidad catalana sería más fácil y productivo. En fin, copio del informe de Moh Ul-sih, un vigués de pro, y como tal hombre de honor intachable:
(Advertencia del autor de este blog: el informe de Moh Ul-sih es demasiado largo, así que lo he publicaré a lo largo de dos o tres días)
"Bofarull, deliberadamente, se había sentado en el borde de la mesa para dominar a sus tres invitados, hundidos en los desvencijados butacones y sofá. Genarín y Crevillente, visiblemente nerviosos, sobaban con similar ademán sus respectivas coletitas o se cogían y soltaban los aretes que embellecían sus orejas izquierdas. La expresión de Olegario era de desconfiada expectativa.
– Bien, muy bien… Buenos días otra vez y gracias por haber acudido. Está claro que les interesaba mucho venir, como les indicaba en la nota, en especial a uno de los presentes –miró fijamente a Olegario–. En fin, permítanme una pregunta inicial: ¿alguno o algunos de ustedes han estado en Grecia? ¿En Atenas, concretamente?
Ninguno de los tres creyó oportuno contestar. Bofarull insistió con su mirada sobre Olegario:
– ¿Y en Plaka, para ser todavía más concretos? ¿En el celebérrimo barrio de Plaka, al pie de la Acrópolis?... Bien, ya veo que no dicen nada y, para ser sincero, me lo esperaba. Pues sucede que, como ya ustedes imaginarán, yo soy hombre muy viajado, poseedor de varios idiomas. Hablo el inglés mejor que el castellano y casi tan bien como el catalán; allá, en Cataluña, ustedes perdonarán, seguimos esa línea modernizadora… Pero con esto me distraigo del tema. Viajar es muy provechoso para quien se dedica a profesiones como la mía. Amplía horizontes, créanme, y llega a proporcionar unas pistas increíbles. Hace poco, ayer, para ser exacto, me gusta la exactitut, encontré inesperadamente, al investigar el asunto que ustedes conocen y que les concierne, un estrafalario monigote hecho de papeles y pajas mal retenidos con cola y una red de alambre. ¡Cosa curiosa!, me dije, ¡cosa en verdad curiosa! Porque el repulsivo espantajo –Crevillente se agitó, controlándose de inmediato– me resultaba extrañamente familiar. Sí, ¡muy extraño!, me dije. Mi materia gris entra entonces en acción con eficiencia hija de una larga práctica, así como de dotes naturales sin las cuales bien poca utilidat reportaría aquella, y de pronto me suministró una clave interesante. En efecto, yo había visto ese monigote, u otro idéntico… Mi memoria fotográfica es extraordinaria… Pero ¿dónde?
Hizo una pausa teatral, recreándose en el asombro de sus invitados.
– ¿Dónde, pues? ¡En el barrio de Plaka! Decoraba el porche de un establecimiento de no sé qué. ¿Un burdel? Muy probablemente. Un monigote asqueroso, grotesco. Al instante pensé: Plaka… Atenas… ¡Ateneo! ¡Eppur si mueve! Un hilo conductor perfecto.
Crevillente tosió, Genarín se amasó con saña la coleta, Olegario abría ojos como platos.
– ¿Y adónde conduce ese hilo? –inquirió el último.
– Enseguida, enseguida, no se precipite. Aunque a ustet, precisamente a ustet, quizá no haga la menor falta que se lo aclare.
– ¿Cómo que no? No entiendo ni jota.
– Pues ya entenderá, no se preocupe. Y le ruego que no vuelva a interrumpirme… ¡Las preguntas, al final!
El ruego era muy fundado. Bofarull había empleado media noche en elaborar el discurso con el que acorralaría paso a paso al culpable, ligando indicios, probando hipótesis. Una delicada cadena lógica, cuyo desarrollo exigía la máxima concentración. La interrupción de Olegario le enredaba los eslabones.
– ¿Y qué ha querido decir con ese "eppur su mueve"?
– ¿Qué qué quise decir? –el detective se ruborizó–. Pues lo que sabe todo el mundo. Que lo conseguí, ¿no?
– ¡Y yo que le creí por un instante un hombre culto! ¡Qué bien hice en romper tratos con usted" Significa, buen hombre, y para que se entere, "el puro movimiento" ¡Acémila!
– ¿Es verdad eso, Crevi? –preguntó Genarín.
– ¡Qué va! Ahora no caigo en lo que significa, pero seguro que no es eso.
– ¡¡Silencio!! –ladró furioso el detective.
Callaron. Bofarull forzó su memoria. ¿Por dónde seguía el hilo? Lo había perdido por completo.
– Quiere hacerse el listo, ¿eh?, y dejarme por ignorante. Soy un modesto detective, cierto, pero le daré para el pelo, como me llamo Francesc.
No pudo continuar. ¿Cuál era el siguiente paso lógico?... Pero si no daba con el argumento, al menos sabía quién era el criminal.
– En dos palabras, yo le acuso a ustet, don Olegario de la Dehesa y Gómez, secretario segundo del Ateneo de Madrid, de haber estado en Atenas… –rompió por fin, rabiosamente.
– ¿Cómo? ¿De qué me acusa?
– De eso y de más. Usted conoce Plaka y se ha traído de allí el maldito monigote. O, si no, ha fabricado uno imitándolo a la perfección.
– ¡Pero, bueno, este tío está majara!
Genarín y Crevillente ponían cara de no dar crédito a sus ojos y oídos.
– He viajado la tira, ya se lo dije, y no me chupo el dedo! En ninguna otra ciudad del mundo, pero es que en ninguna, y conozco cantidat, he visto yo un monigote semejante. Y les puedo asegurar que es algo que no se olvida ni se confunde fácilmente.
– Aunque fuera cierto, no hay delito en importar un monigote, como usted lo llama –insinuó Crevillente con suavidad.
– ¡Exacto! Lo que pasa es que este sujeto, con sus interrupciones, me ha cortado el hilo. La cosa es de otra manera, pero va por ahí. En cumplimiento de mi misión, de mis investigaciones, ayer llegué a una maldita casa de putas o algo por el estilo, una casa hispano-japonesa o cosa por el estilo, y allí descubrí el monigote o cosa por el estilo. Es decir, el monigote.
Olegario palideció. Bofarull se percató de ello y recobró su ímpetu.
– Y ustet, Olegario de la Dehesa y Gómez, secretario segundo del Ateneo de Madrid, ustet entró en ese antro. Lo vi con mis propios ojos desde el bar de enfrente. Porque yo vigilaba, ¿qué pensaba ustet? ¿Y qué hacía ustet allí? ¿O se atreverá a negarlo?
– Yo…yo…yo fui porque leí un anuncio en "El País"… y como se refería a tecnología y ciencia, y yo soy muy aficionado, pues quise enterarme de qué se trataba.
– ¡Excelente coartada! Pero no le valdrá. No conmigo, muchacho. Para empezar, niégueme, si se atreve, que encontró allí un monigote como el que he descrito.
– No, si no lo niego, lo que sucede es que yo…
– ¡Ajá! Empieza a reconocer cosas. Ya irá confesando hasta el final, no tenga pena.
– Pero ¿qué tiene de malo encontrar un monigote en una casa? Además, no había nadie y la puerta estaba entornada… Y si usted vigilaba desde el bar, como dice, es que ya había estado en el sitio ¿Dejó usted la puerta abierta? Yo, desde luego, no cogí nada, ni el monigote ni nada.
– Y me va a contar que no reparó en las pinturas con velitas colgadas en la paret.
– Sí, me suena que había unas velas y unos cuadros, pero no les presté atención, porque al notar el muñeco en el suelo, creí que era un ser humano. Grité pidiendo ayuda, pero nadie venía. Luego lo palpé y me di cuenta de que era un espantapájaros. Me pareció extraño, así que me di el bote… Perdón, con los nervios uno ya no se expresa como… Y tampoco había nada de tecnología, aunque sí un ruido infernal.
– Estoy al corriente de todos esos datos. Pero ustet intenta ocultarme lo principal.
– ¿Y qué es lo principal?
– Que ustet conocía de antemano todo eso, noi. ¡Y cómo no lo iba a conocer –clamó dirigiéndose ampulosamente a Crevi y a Genarín– si ustet es quien montó ese vil negocio! ¡Un puticlub con bienes ajenos! ¿O imagina que nacimos ayer? Ya le he obligado a reconocer, ante testigos, lo del monigote, y le juro que le haré confesar…
– ¿Es que ha pasado el monigote de contrabando? ¿Sin pagar aduana? –inquirió Genarín–. No me sorprendería, conociendo al menda. Es un chorizo vulgar, lo tengo bien filado.
Bofarull volvió a desconcertarse. No había pensado en contrabandos. Olegario se abalanzó sobre la butaca del vicepresidente Genarín, y cogiéndolo por la pechera, lo alzó en vilo con una sola mano.
– ¡Repite eso de chorizo, maricón de playa!
– ¡Ay, ay, ay, ayúdenme, que me pega!
Bofarull no estaba dispuesto a consentir tales escenas en su hogar. Empuñó su star corta y encañonó a Olegario.
– ¡Siéntese, imbécil! ¿Dónde hostis cree ustet que está?
Olegario quedó petrificado
– ¿Me amenaza con un arma?
– Ya lo está viendo. Y aquí se queda ustet quietecito hasta que yo haya terminado de hablar. Entonces le dejaré hacer preguntas, ¡pero no vuelva a interrumpirme! ¿Entendido?
– Esto lo haré constar en la denuncia. Hay testigos.
– ¿Qué testigos? –comentó Genarín con sorna–. Yo solo he presenciado tu sádico intento de liquidarme.
– ¿Se quieren callar de una vez? Ya no tengo ni idea… ¡Me cago en la leche! –encañonó de nuevo a Olegario–. ¡Como vuelva a oírte, palabra que te dejo seco! –gruñó con rencor.
(Continuará)

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