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Presente y pasado

Malas perspectivas, de momento


Más repugnante que Zapo y su banda son Rajoy y la suya, qué espectáculo de vileza vienen dando cada día. Porque a los primeros se les veía venir desde el principio, pero los otros disimulaban hipócritamente en espera de su ocasión. Espero y deseo que les ocurra lo mismo que a UCD. El problema es que no se ve alternativa. Quienes presuntamente la representaban han demostrado carecer no ya de agallas, sino del más elemental sentido de la responsabilidad. Solo han sabido quejarse, gallináceamente.

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(De Años de hierro)

El semifracaso de la operación Barbarroja y el fracaso total de Tifón cambiaban de raíz la situación estratégica global. La URSS no solo no había sido sometida, sino que había tomado la ofensiva y ya no había ni que pensar, a plazo previsible, en derrotar a Churchill o forzarlo a la paz. Inglaterra, aunque preocupada por el nuevo frente del Pacífico, tenía ahora enormes oportunidades de causar daño al III Reich, sin posibilidad de réplica equiparable. Había hecho retroceder a los alemanes en Libia, y sus bombardeos sobre la población civil, en Colonia o Aquisgrán, tomaban carácter inédito por su masividad, coincidiendo con la crisis de la batalla de Moscú. Podía incluso plantearse el desembarco en el continente, algo impensable hasta entonces. La temida guerra en dos frentes se consolidaba, y en los dos había perdido Alemania la iniciativa. Seguramente Hitler comprendió, a finales de 1941, que podía perder la guerra.

Esa impresión pudo hacerle radicalizar sus medidas antisemitas. Según él, los culpables últimos de la contienda eran los judíos, que habrían intrigado para convertir la agresión nazi a Polonia en guerra general, y luego para mantener a Inglaterra en acción. Tales culpables designados no debían saborear la victoria sin pagar el más alto precio. El 12 de diciembre había explicado a sus más fieles seguidores, según los diarios de Göbbels: "La aniquilación de los judíos debe ser el resultado necesario de la guerra. El asunto debe encararse sin sentimentalismo. No estamos aquí para simpatizar con los judíos, sino con nuestro pueblo alemán. Si el pueblo alemán ha sacrificado 160.000 vidas en el este, los autores de este sangriento conflicto tendrán que pagar por ello con sus vidas". Idea no del todo nueva, pues la expulsión general o el exterminio estaban siempre presentes en la mentalidad nacionalsocialista. Ya en enero de 1939 había amenazado el Führer: "¡Si los financieros judíos internacionales de dentro y fuera de Europa consiguen una vez más sumergir al mundo en una guerra, el resultado no será la bolchevización del mundo, sino la aniquilación de la raza judía en Europa!". La novedad consistía en los malos presagios bélicos para Alemania.

Desde el comienzo de la campaña del este, el jefe de las SS, Himmler, había formado Einsatzgruppen, grupos para tareas especiales como aniquilar a eventuales enemigos, especialmente hebreos, en los territorios conquistados. Hicieron decenas o cientos de miles de víctimas, y el ejército consintió o facilitó las matanzas. Pero ahora se planteaba el objetivo fantástico de exterminar a los once millones de judíos europeos. El 20 de enero del nuevo año tuvo lugar la conferencia de Wannsee, en una villa próxima al lago de ese nombre, cerca de Berlín. Allí el jefe SS Reinhard Heydrich instruyó a un grupo de oficiales SS y altos funcionarios del gobierno sobre la "solución final al problema judío", sin entrar en detalles. Heydrich había temido resistencias a una idea tan increíble, pero hubo pleno acuerdo, según admitiría muchos años después uno de los presentes, Adolf Eichmann, durante su juicio en Jerusalén. Eichmann se ocuparía del transporte de las víctimas a los campos de la muerte. Suele considerarse la conferencia de Wannsee como el inicio de la Shoá u Holocausto.*

Obviamente, Madrid ignoraba tales decisiones, si bien conocía diversos efectos de la ideología nazi. Una comisión de médicos españoles invitada a Viena a un congreso sobre tuberculosis había visitado Polonia y hecho un informe sobre la situación. Había constatado para los judíos un racionamiento mitad del alemán, lo que entrañaba hambre masiva, complicada con la difusión del tifus exantemático en los hacinados guetos, donde el frío hacía asimismo estragos, por falta de carbón. Los médicos entendieron que se trataba de una política deliberada.

* La idea de que la conferencia de Wansee, propuesta y aplazada con anterioridad, había cambiado su objeto en función de la situación, para orientarse al genocidio, ha sido expuesta convincentemente por el historiador alemán Christian Gerlach. Al parecer Hitler se inspiró en alguna medida en el exterminio de los indios de Usa en el siglo XIX.

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(De De un tiempo y de un país)

"En la compañía estaba un personaje notable, de los rarísimos toreros gallegos. ¡Qué afición a los toros! Tenía un carácter de otra época: honrado, sensible y valiente. Se expresaba con brusquedad, lo que chocaba al principio, pero con gracia cuando narraba sus peripecias de maletilla. Consideraba el toreo de ahora (1972) como "una mariconada: ahí tienes a los tíos, haciendo pesas, cuidando el cuerpo, con dietas... El torero de verdad es el que llega al ruedo tan machacado de beber, trasnochar y follar que no se tiene en pie. No es que se arrime al toro por valor, es que no se puede mover, de lo escarallado que está". Uno de Bilbao le secundaba con entusiasmo: "¡Viva la España golfa, borracha y torera!".

Conversando un día con un compañero de Álava, me contó que había estudiado en la Universidad Laboral de Gijón, donde tuvo amistad con un conocido mío de cuando militaba en el PCE, en Vigo. ¡Esta casualidad traería consecuencias largas!

El antiguo camarada vigués era Alonso Ribeiro, quien sería detenido a principios del 77, en pleno apogeo del secuestro de Oriol y Villaescusa. La policía creyó entonces haber cogido la clave para destruir al GRAPO, y sometió a Alonso a un brutal tratamiento durante muchos días. Pues bien, en el PC, Alonso se llamaba Ponte, en memoria de un guerrillero gallego de los años 40, y yo nunca había sabido su nombre real ni su domicilio, por razones de seguridad. Pero las referencias del alavés indicaban con certeza que se trataba de la misma persona. Me dio su dirección.

Durante el permiso de verano fui a buscar a Ponte a su barrio de Teis, y al momento nos enfrascamos en discusiones sobre la situación política. Le expliqué los motivos de mi separación del PCE, mientras cruzábamos la ciudad en largos paseos, al atardecer. Le hablé de la situación general tal como la apreciábamos, de los proyectos de la OMLE, de las posiciones marxistas-leninistas chinas y albanesas; charlamos sobre la línea adecuada respecto al sindicalismo vertical. Un día entero estuvimos remando por la ría, y seguíamos en lo mismo. Me enteró de que en Vigo un amplio sector del PCE, principalmente las juventudes, estaba descontento, poco menos que en rebeldía hacia la dirección carrillista. Las juventudes retenían a sus militantes sin dejarlos pasar a la organización de los mayores y rechazaban la política rusa. No tragaban con ciertos envíos anteriores de carbón polaco a España, que habían saboteado una huelga de los mineros asturianos. Exigían asimismo clarificar los ataques contra Stalin; deseaban conocer las posiciones chinas, con las que simpatizaban casi instintivamente. No aceptaban la vía pacífica propugnada por Carrillo y deseaban un galleguismo más duro.

Vi los cielos abiertos: no parecía complicado atraerse a una facción que por su propia dinámica se distanciaba aceleradamente del PCE. Integrar en la OMLE una escisión así constituiría para nosotros un éxito embriagador.

Me trasladé a Madrid, informé a los camaradas y volví cargado de material clandestino: ejemplares de Bandera Roja, obras de Mao, de Stalin, folletos de la Revolución Cultural editados en China, cuanta propaganda pude transportar. El paquete fue recibido con entusiasmo por los vigueses.

Ellos ya funcionaban en muchos terrenos por su cuenta, y hasta tenían formado el embrión de un organismo consagrado a acciones violentas en apoyo de las luchas huelguísticas. Habían quemado el coche o la puerta de la casa a varios esquiroles, experimentaban para construir bombas de relojería, se hacían con libros acerca de temas militares y cavaban en el monte escondrijos para guardar material, utilizando bidones de basura enterrados boca abajo. Estaban lanzados, y yo muy contento.

Vuelto a Ferrol, y burlando la vigilancia aún no muy rigurosa a que estaba sometido, contacté a dos miembros más de la escisión en ciernes. Telefoneé a Madrid, insistiendo en que prestasen la máxima atención a los gallegos y enviasen a alguien experto, capaz de agarrar firmemente las relaciones, pues desde el cuartel me resultaba imposible proseguirlas. Para mi desespero, en el centro se lo tomaban con calma aplanadora. Y es que por entonces tenían lugar en el comité directivo continuas peleas de las que apenas me llegaban ecos, las cuales culminarían con una purga en regla.

Por fin llegó un emisario, persona circunspecta, vestido impecablemente con traje y corbata. En un fino maletín ocultaba la propaganda e informes. Por lo visto se estaba imponiendo una gran seriedad en estas materias. Siempre se había recomendado a los militantes evitar los atavíos progres con los que la policía, en sus estereotipos, identificaba a los revolucionarios. Pero la juventud tendía a vestir informalmente, y así un excesivo rigor a ese respecto nos distinguiría de la masa. El recién llegado se entrevistó con los escindibles, percatándose de que la operación merecía la pena..."

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