Colabora


Presente y pasado

Ricos contra pobres

Hoy, en El Economista:

RICOS CONTRA POBRES

En unas conversaciones entre Juan Luis Cebrián, ex director de El País, y Felipe González, ex presidente de España, ambos coinciden en definir la guerra civil como enfrentamiento entre pobres y ricos, ganada por los ricos, a quienes ellos muestran nulo aprecio. Se trata de una simpleza inframarxista que insulta la inteligencia: fue el bando supuestamente enemigo de los pobres, el que creó condiciones para que el país superase su pobreza ancestral; y las ideas del Frente Popular, pretendido amigo de los obreros, habrían desembocado en una situación pareja a la de Cuba, generalizando la pobreza excepto para una nomenklatura dueña de todo. La lección histórica al respecto no puede ser más tajante. Que dos personajes tan influyentes demuestren un nivel intelectual tan ínfimo hace temblar, realmente.

Aun choca más la posición de ambos si recordamos que pertenecen al grupo de "los ricos", a los riquísimos, o se mueven en el entorno de las oligarquías más adineradas de España y hasta del planeta. ¿Cómo es que se insolidarizan con su "clase", sin por ello renunciar –muy al contrario—a sus privilegios? Los griegos tenían un concepto para la saludable vergüenza del rico ante el pobre, derivada del sentimiento de que ni la riqueza del uno ni la pobreza del otro son del todo merecidas. Cabría preguntarse por qué la gente no es uniformemente rica (o pobre), hecho algo misterioso, como tampoco es uniforme la distribución de la inteligencia, la fuerza, la salud, la sensibilidad, la suerte o cualquier otra cosa, ajenas en principio -- aunque no siempre inaccesibles-- al mérito personal.

Tal vez Cebrián y González expresan esa vergüenza o pudor, pero algo nos hace dudarlo: los dos han llegado a saber que "defender a los pobres" puede convertirse en un buen negocio. Ellos, precisamente, lo han demostrado. Los pobres probablemente no mejoren mucho, pero a ellos no hay más que verlos.

---------------

Recuperando de la revista Chesterton

ANTIFRANQUISMO Y DEMOCRACIA

La tergiversación de la transición, y con ella de la democracia, parte del aserto de que antifranquismo y democratismo son términos equivalentes. En apariencia así debiera ser, puesto que el franquismo fue una dictadura, pero el observador cuidadoso percibe inmediatamente algunas incongruencias. Por ejemplo, en el libro de Antón Saavedra El secuestro del socialismo, leemos sobre el PSOE de mediados de los años 70: "La justificación de los dineros que fluían a raudales desde Alemania se basaba, según el portavoz del SPD alemán, Bruno Fruedelrich, en declaraciones realizadas a los medios de comunicación, en febrero de 1976, en que Son muchos los socialistas españoles que han sido apresados o encarcelados, y hay que pagar a los abogados o mantener a familias que se han visto privadas de su cabeza. Cuando el PSOE sea legal en España, se podrá convertir en un partido económicamente independiente. Ni que decir tiene que en los últimos años del franquismo no fue procesado un solo dirigente socialista en España... No existía represión generalizada contra los socialistas españoles, y si la hubo fue muy puntual y episódica, nunca de la manera sistemática y continuada como la que recibieron algunos comunistas. Por consiguiente no había familias a las que ayudar... Pero el dinero existía y no sólo de dinero alemán vive el PSOE. Dinero mexicano, venezolano, judío, sueco, austríaco y (no podía faltar) dinero de la CIA norteamericana a través de sus brazos sindicales de la AFL-CIO... Pero la consigna era sólo para las familias de los detenidos".

El libro de Saavedra contiene algunos pintoresquismos, pero está escrito por alguien que conoce bien los entresijos del Partido Socialista. No había prácticamente, pues, socialistas en las cárceles de Franco, suponiendo de momento que aquel PSOE inspirado por el marxismo fuera democrático. ¿Había otros demócratas en las mazmorras de la dictadura? Podemos hacernos una idea por el libro del magistrado Juan José del Águila, prologado por Peces Barba, sobre el Tribunal de Orden Público (TOP) del régimen franquista. Del Águila, calcula en unas 9.000 las condenas producidas por el TOP en sus trece años de existencia, en las cuales impuso 10.146 años de prisión a 11.261 procesados, lo que supone menos de un año por persona. Puesto que las penas inferiores a un año no se cumplen en prisión, está claro que una gran mayoría de los procesados no cumplió condena, aparte de que las penas superiores tampoco se cumplían íntegras, ni mucho menos. Incluso en los años 40 la inmensa mayoría de las sentencias a prisión perpetua no duraban más de seis años. Estos datos no desmienten la represión de la dictadura, ni la oleada de penas de muerte en sus primeros años, pero conviene tenerlos en cuenta al atender a la marea de emocionalidad con que la "desmemoria histórica" rodea estos sucesos, mientras pretende olvidar otros más graves del Frente Popular, de las izquierdas entre ellas mismas, y de los regímenes con que los desmemoriados han simpatizado siempre.

No obstante, la cuestión que aquí interesa es la cualitativa. El señor Del Águila titula su libro La represión de la libertad, dando a entender que las víctimas del TOP eran demócratas. Para ello oculta o vela cuidadosamente que la inmensa mayoría de los condenados en los años 60 eran comunistas, y, a partir de 1969, terroristas, sobre todo de la ETA, que casi siempre se proclamaban también comunistas. Advirtiendo que el propio señor Del Águila es comunista, su historia se entiende mejor. ¿Podemos considerar demócratas a los militantes de estos grupos? Según un mito muy difundido, ellos no querían otra cosa que abrir paso a las libertades, particularmente en la etapa final del franquismo. Entender la cuestión requiere un repaso de la historia y de la doctrina. Como es sabido, desde finales de la guerra mundial el PCE intentó organizar en España una lucha de guerrillas (el maquis) a fin de resucitar la guerra civil, esperando resultar esta vez vencedores. El PCE intentaba arrastrar a otros partidos para dar un aire democrático a la intentona, pero encontró el vacío, porque estaba muy fresco todavía el recuerdo de los métodos y el lenguaje stalinistas, así como de la guerra civil entre las propias izquierdas.

Sin importar la contradicción, quienes presentan al maquis como una lucha por la libertad afirman también que su fracaso indujo a los comunistas a rectificar en un sentido democrático (¿aún más?). De ese modo se habría producido una evolución hasta la adopción del eurocomunismo. Por lo tanto no debería entenderse al PCE como un partido stalinista, sino básicamente defensor de las libertades.

Me temo, sin embargo, que se trata de una mala interpretación, por decirlo de forma suave. Quienes sostienen esa tesis, es decir, los patrocinadores de la desmemoria organizada, son también los sostenedores del fraude radical y evidente de que la democracia durante la guerra civil estuvo representada por el Frente Popular, hegemonizado por un PCE inequívocamente stalinista. Por lo tanto los comunistas habrían sido los grandes luchadores por la libertad en España, de forma ininterrumpida con Stalin y después de Stalin. Da igual su pistolerismo inicial, o su frontal ataque a la república apenas instaurada como democracia liberal, , o su participación en la insurrección guerracivilista del 34, que siempre reivindicaron como una gloria, o sus intentos, apenas pasadas las anómalas elecciones del Frente Popular, de liquidar la democracia mediante la disolución de todo los partidos de derecha ("fascistas", en su lengua de palo), o su actuación durante la guerra como agentes directos y orgullosos de Moscú que, entre otras cosas, masacraron a otros izquierdistas (POUM y anarquistas sobre todo), o su empeño en prolongar una guerra perdida para enlazarla con la mundial, multiplicando así las víctimas y los daños, o su designio de resucitar la guerra civil después de la mundial, o su carácter permanente de propagandistas y defensores del imperio del GULAG... Al parecer, ¡todo lo hacían por la libertad!

Entre los difusores de tales sinsentidos se han encontrado siempre los militantes del marxismo-leninismo --la escuela de Tuñón de Lara en historiografía--; y también muchos historiadores, intelectuales y políticos ajenos a la doctrina, pero ignorantes de ella y sugestionados por los elaborados sofismas de la propaganda marxista leninista. Este último hecho ya ocurrió con gran amplitud cuando Stalin cambió la línea general orientándola a los frentes populares. Como escribía Jan Valtin, "Ahora la consigna era democracia contra fascismo. En apariencia la Comintern se había hecho respetable en el sentido liberal; tan decente que una amplia capa de intelectuales, escritores, artistas, profesores y mujeres adineradas manifestaban sin problemas su simpatía por la Internacional Comunista y la Unión Soviética como símbolos de verdadera libertad. Llegó a ponerse de moda participar en empresas comunistas".

La última pirueta en tal sentido fue el "eurocomunismo" patrocinado por el italiano Berlinguer y el francés Marchais, y adoptado por Carrillo ya en plena Transición. La aparente novedad del eurocomunismo consistía en aceptar el pluralismo político para los países europeos, más alguna crítica superficial al modelo soviético. En realidad no había casi nada de ello, y en la medida en que lo hubo, acarreó la descomposición de esos partidos, como las reformas de Gorbachof acarrearían la de la propia URSS. El PCE siguió siendo marxista-leninista –doctrina elaborada por Stalin-- hasta el final del franquismo. Y continuó manteniendo su marxismo, perfectamente antidemocrático. Su desvinculación de la URSS fue en gran parte aparente, y no significó una condena de la experiencia soviética, que continuó como alfa y omega moral e ideológica del partido. Carrillo mantuvo hasta el final una estrecha amistad con los dictadores tan siniestros como los de Rumania, Corea del norte o Alemania oriental. El propio nombre "eurocomunismo" describe bien la realidad: en gran parte del mundo las matanzas, las represiones masivas, los campos de concentración, la ausencia total de libertades, estaban perfectamente justificadas, pero se daba la desdichada circunstancia de que en Europa había que adaptarse en alguna medida, tácticamente, a los sistemas democráticos para conquistar el poder. Y siempre con el objetivo fundamental, constitutivo de los partidos comunistas, de subvertir el sistema por una vía u otra. Y una de esas vías, por cierto, siempre fue la falsificación sistemática del pasado. Ya examinaremos el comportamiento del PCE durante la transición, tácticamente moderada sin que ello lo convirtiese, ni de lejos, en partido de libertades, como se pretende.

El PCE, desde luego, fue y es mucho más antidemocrático que el franquismo. Pero también fue el único partido que se opuso a Franco. Arrostrando mil riesgos y sacrificios, eso también es cierto: el único que luchó desde el principio hasta el final, desde 1939 hasta 1976, al revés que los demás componentes del Frente Popular. Y cuando, en las dos amnistías de la Transición, salieron a la calle los presos políticos (entre trescientos y cuatrocientos para un país de 36 millones de habitantes), en su gran mayoría eran comunistas o miembros de grupos terroristas, o ambas cosas. Nadie con una mínima honestidad intelectual o conocimiento de causa puede considerarlos demócratas. Con toda evidencia, ninguna ideología del siglo XX ha sido más liberticida (y genocida, en competencia con la nacionalsocialista) que la de Marx y Lenin.

¿Significa ello que no hubo oposición democrática al régimen? Por sorprendente que suene el aserto, apenas la hubo, y, en la pequeña medida en que existió, fue tratada con notable moderación por la dictadura, pues pocas veces mereció de ésta el honor de hacerla encarcelar: algunos chispazos ocasionales aquí y allá, el más notorio el congreso de Munich, de 1962, integrado por 118 delegados de grupos monárquicos, democristianos, socialistas, separatistas vascos y nacionalistas catalanes, muchos de ellos procedentes del régimen, que exigieron la democratización de España según las normas del Mercado Común. El congreso se celebró bajo la doble y errónea impresión de que el régimen estaba próximo a su fin y de que los comunistas – marginados de la reunión-- estaban ganando mucho terreno y era preciso tomarles la delantera (se les atribuían las recientes huelgas de la minería asturiana). Sin embargo los de Munich carecían de representatividad, influencia o prestigio en el país, mientras que los comunistas sí habían ganado, con enorme esfuerzo y sacrificio, alguna incidencia popular, aunque pequeña. De los personajes reunidos en la capital bávara, los más destacados fueron Gil-Robles y Salvador de Madariaga, ambos ya figuras del pasado, sin proyección política en España. En realidad, el congreso habría pasado sin mayor eco si el propio régimen, irritado por la oposición de los congresistas a sus gestiones respecto al Mercado Común, no hubiera magnificado el "contubernio de Munich" al desatar contra él una gran campaña de propaganda y confinar en las Canarias a algunos de los asistentes. Don Juan declaró no tener nada que ver con el congreso.

Y no cabe conceder un crédito excesivo al democratismo de los partidarios de Don Juan. Se trató de una oposición en todo caso muy tenue y minoritaria dentro de los propios monárquicos, los cuales en su mayoría permanecieron siempre en el ámbito del franquismo. El puntal del antifranquismo juanista durante largos años, Sainz Rodríguez, fue un conspirador nato que había procurado sin tregua derribar la república mediante un golpe militar, mientras abogaba por la "democracia orgánica" bajo un trono autoritario. Tras la guerra civil había vuelto a conspirar, ahora contra Franco, pero sin abandonar la pretensión de establecer una régimen autoritario, y convencido de que la victoria de los Aliados en la guerra mundial traería necesariamente la caída del régimen. La política de aquellos juanistas rondaba por entonces la traición al país, si no caía de lleno en ella, y sus posibilidades se esfumaron cuando Franco, que había previsto la ruptura de la alianza entre las democracias y Stalin, se mantuvo en el poder contra todo pronóstico. Don Juan dio algunos pasos apresurados y su alternativa se esfumó. Andando el tiempo, la restauración o re instauración monárquica se produciría, por voluntad del dictador, en la persona de Juan Carlos.

También una parte de la Iglesia propició, tras el concilio Vaticano II, acciones contrarias a la dictadura, pero lo hizo dentro de una considerable confusión. Muchos de esos sectores religiosos, influidos por la Teología de la liberación e ideologías similares, eran a su vez muy dudosamente democráticos, y entre sus actividades se contó un activo respaldo práctico al terrorismo y a los grupos comunistas. No hay duda de que la ETA, por ejemplo, debe mucho a esos apoyos, y asimismo organizaciones dirigidas por el PCE, como Comisiones Obreras. Aunque luego los beneficiados hayan despreciado u olvidado aquellos favores eclesiásticos.

Otros grupos no comunistas y más o menos democráticos mostraron alguna oposición, ya muy al final del régimen pero lo hicieron generalmente dentro de organismos dirigidos por los comunistas. El más exitoso y modélico de ellos, la Asamblea de Cataluña, nació en época tan tardía como finales de 1971, y agrupaba a un conglomerado de grupos, desde cristianos de izquierdas a terroristas o pro terroristas, separatistas abiertos y menos abiertos, personajes con ambiciones políticas, etc. Pero el núcleo y eje de la Asamblea era el PSUC, precisamente la sección más stalinista del PCE, la más reacia a abandonar el marxismo-leninismo.

Un rasgo importante de casi toda aquella oposición consistió en su simpatía por la ETA, actitud que había de tener muy largas y amplias proyecciones en la democracia, hasta hoy mismo. Por lo común, la oposición retrataba al franquismo como una dictadura totalitaria asesina, horripilante y absolutamente injusta. La consecuencia natural sería luchar contra ella por todos los medios, y de ahí la admiración suscitada por los terroristas cuando empezaron a asesinar, en 1968 (aparte de un bebé destrozado por una bomba unos años antes). Me permitiré citar de mi libro Una historia chocante. Los nacionalismos vasco y catalán en la España contemporánea: "El verdadero nacimiento de la ETA como fuerza importante en España data de aquel período de 1968 a 1970, y está ligado a tres asesinatos, los cuales no le impidieron recibir todas las bendiciones posibles. La rodearon de afecto y comprensión, aun si con reticencias de escaso relieve práctico, los comunistas, los demás nacionalistas vascos, catalanes y gallegos, parte considerable del clero vasco y otra menor, pero notable, del resto de España. El conjunto de la oposición, en suma. Y, no menos decisivo, diversos gobiernos europeos, en especial el francés. Francia iba a convertirse por muchos años en el refugio y santuario de la ETA, el lugar seguro sonde la organización planeaba sus atentados y adonde podía retirarse oportunamente, garantizándose un alto margen de impunidad. A la oposición española le pareció bien, creyendo que esa política de París duraría lo que el régimen franquista. Volvía a equivocarse".

Tal fue la oposición a la dictadura, cuya verdadera historia está tan por escribir.

Lo más popular

  1. Vídeo: Alberto Núñez Feijóo entrevistado en 'Es la Mañana de Federico', en directo
  2. Vídeo: Atención: TVE se deja el plano tras hablar Otegi y estos son los vídeos que ven
  3. Conde-Pumpido trabaja ya en el asalto judicial de Pedro Sánchez: modificar la renovación del CGPJ y tomar el Supremo
  4. Vídeo: Esta es nuestra respuesta a Sánchez: a más amenazas, más información de Begoña
  5. Óscar Puente no rectifica y compara difamar a Milei con el "me gusta la fruta" de Ayuso

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario