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EDITORIAL

El Rey paga los platos rotos de Zapatero

Nada nos gustaría más que estar equivocados y que este fin de semana haya supuesto un punto de inflexión para Zapatero y de ahora en adelante vaya a comportarse como un jefe de Gobierno responsable y sensato. Pero nos perdonarán si no apostamos por ello.

No es de extrañar que tanto Aznar como Rajoy, que ha alabado su actitud aunque denunciado que llegaba algo tarde, hayan agradecido a Zapatero su defensa poco entusiasta frente a Chávez durante la clausura de la Cumbre Iberoamericana. No puede sino resultar sorprendente que un presidente empeñado en convertir la política exterior en un asunto doméstico y a España en un concepto discutido y discutible haya reprobado a un dictador por atacar a quienes él y sus huestes denigran a diario. Y más aún cuando se trata de un golpista –él sí– al que nuestra diplomacia ha tratado de aliado preferente, dentro de esa política consistente en juntarnos con lo peor de cada casa. Y especialmente cuando sus insultos y acusaciones no eran más que un eco de las realizadas anteriormente por el propio Moratinos.

Parecería así, a simple vista, que por fin Zapatero ha comprendido que España es una nación, y que tiene intereses como tal, y que la política exterior debe guiarse por ellos y no por las preferencias ideológicas de su principal mandatario. Se podría pensar que ha entendido que si bien en España los insultos y acusaciones contra Aznar le afectan principalmente a éste, en los foros internacionales son insultos y acusaciones contra España, dado que el anterior presidente del Gobierno fue precisamente eso, presidente del Gobierno de España.

Pero sería demasiado ingenuo llegar a tan atrevidas conclusiones después de tres años y medio de un menú compuesto exactamente por lo contrario. Especialmente cuando Zapatero ha estado en esta Cumbre en el cómodo papel que le hubiera correspondido al Rey, mientras nuestro monarca se ha visto obligado a renunciar al que le es propio para llenarse las manos de barro. Al monarca le corresponde representar a España, no defender sus intereses ni negociar con otros jefes de Estado. Su papel es institucional y los asuntos políticos deben dejarse al presidente y sus ministros. No es esto un reproche a su actitud en la cumbre, ni mucho menos. Es una denuncia de unos gobernantes que le obligaron a hacer algo que debieran haber asumido ellos.

Chávez no es un sujeto especialmente imprevisible. El mismo Moratinos ha reconocido que después de la marcha de las negociaciones durante la cumbre, una actuación como la que ha tenido en la clausura era de esperar. En tal caso, lo lógico y lo razonable hubiera sido que el Rey se marchara antes –como finalmente tuvo que hacer–, para así representar la indignación de los españoles ante lo que había sucedido, dejando a Zapatero y Moratinos la obligación de mostrar la contundencia que hubo de emplear don Juan Carlos.

Pero claro, actuar de este modo le hubiera hecho perder puntos entre los votantes radicales que reunió el 14 de marzo y que son su mayor esperanza de seguir en el poder cuatro años más. Por eso optó por hacer el papel de poli bueno, dejando al Rey haciendo de malo; no sólo no ha renunciado a su política exterior tradicional, sino que hace pagar a la Casa Real los platos rotos de sus malas decisiones. No es la primera vez. Ya sucedió en Argel. Y ahora vuelve a pasar, con el dictador venezolano acusándole de saber del golpe de Estado contra él sin que el Gobierno haga ningún gesto en su defensa.

Nada nos gustaría más que estar equivocados y que este fin de semana haya supuesto un punto de inflexión para Zapatero y de ahora en adelante vaya a comportarse como un jefe de Gobierno responsable y sensato. Pero nos perdonarán si no apostamos por ello.

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