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Cristina Losada

Cinco minutos de impostura

Hete aquí que los que parecían más interesados en urdir la impostura se escaquearon del esfuerzo para dotarla de la mínima corporeidad. Ni el PSOE ni los sindicatos lograron mover siquiera a sus afiliados.

Nos acostábamos ayer con el fracaso y la brevedad de la impostura para desayunarnos hoy con los ataques a los sospechosos habituales. Lo primero se sustanció en la Puerta de Alcalá, mal que les pesara a quienes aplaudían una recuperación de la unidad frente al terrorismo tan imposible con partidos que comparten objetivos políticos con ETA como fulera por su carácter meramente verbal y pasajero. Aquí se ha visto durante demasiados años la película de la falsa unidad contra ETA como para que cuelen fácilmente nuevas versiones como las que se han querido pergeñar en esta legislatura. Cuesta vender cualquier apaño tras la experiencia del único proyecto serio de unidad, que fue el Pacto Antiterrorista entre el PP y el PSOE. Un acuerdo que Zapatero propuso a instancias de los socialistas vascos de Redondo Terreros y que feneció, de hecho, cuando decidió defenestrarlo. Eso, si no había nacido condenado a expirar, pues, según se demostraría luego, la sustancia política que insuflaba vida a aquel Pacto le resultaba al ahora presidente tan incómoda como extraña.

Otra vez, como ya viene siendo costumbre, se pretendía oscurecer la realidad con el nubarrón de la retórica, mediando en ello los oficios del wishful thinking. ¡Qué guay, la primera convocatoria unitaria! Apuntalar ficciones políticas, que además se emplean de tapadera, a sabiendas de lo que hay, es falta de honradez intelectual. A la postre, genera confusión. Pero hete aquí que los que parecían más interesados en urdir la impostura se escaquearon del esfuerzo para dotarla de la mínima corporeidad. Ni el PSOE ni los sindicatos lograron mover siquiera a sus afiliados. Eso sí, algunos acudieron con la bandera del partido (socialista) por ese antiguo atavismo, aún potente en esos lares, de que lo "unitario" es lo "mío". A los nacionalistas, que firmaron la convocatoria, se los contaba con los dedos de una mano. ¿Cómo van a colocarse el PNV, ERC, el BNG y tribus similares tras un cartelón que pone "Por la libertad, para la derrota de ETA"? Si les hubiera advertido Milá de que sustituiría "libertad" por "paz", igual se lo habrían repensado.

Z, en su "nueva concepción" de que un presidente no baja a las manifas contra los atentados, como hasta ahora sucedía, se quedó descansando del viaje. Se dice que por temor a los abucheos, pero ha de saber que esas rociadas desagradables van en el cargo. Pasan en las mejores democracias. Anécdotas lastimosas son, que aquí se magnifican según a quién le toquen. Yo he visto al príncipe Felipe –y a Fraga– afrontar al descubierto los improperios y los huevos que les arrojaban en Vigo cuando el Prestige y no hubo escandalera. Ni luego, cuando ocurrieron sucesos más graves que Zapatero nunca ha querido condenar. Hay que entender la indignación de los ciudadanos, decía. Seguro que ahora también la entiende. Así que resta la opción de que él tampoco deseara retratarse con el lema.

Acertaba el editorial de El País al atribuir la escasa asistencia a la concentración "al poco interés que algunos de los convocantes pusieron en ella". Y, en efecto, todos los antes citados pusieron un interés cercano a cero. O, lo que sería peor para ellos, no convencen ni a sus militantes. Si únicamente querían hacer como que hacían, les salió bien, pero a juzgar por las diatribas contra la AVT, el resultado no fue satisfactorio. El PP se prestó al juego y tampoco llevó a las masas. Pues resulta que quienes reclaman una política de firmeza contra ETA no creen en espejismos ni quieren servir de materia prima para fabricarlos. Una falta de ingenuidad por la que han sido acusados y declarados culpables del fiasco de los cinco minutos de embauque.

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