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EDITORIAL

Espías con altavoz y oposición sin bozal

Ayuna de estrategias propias y, por lo que se ve, incapaz de desarrollarlas con un mínimo de coherencia y verosimilitud –véase la famosa “trama inmobiliaria” de Madrid–, la oposición ha intentado importar en crudo la polémica del caso Kelly a España... sin tener en cuenta que nuestro CNI está a años luz de la CIA o del británico MI6. Tanto es así que nuestros espías, en una de las principales “misiones” que tienen encomendadas, no fueron capaces de prever la invasión de Perejil o de alertar al Gobierno sobre la posibilidad de una acción similar, dadas la tensión entonces existente entre Madrid y Rabat, con el Sahara de telón de fondo. Sin embargo, el Gobierno se enteró del episodio, no por los informes del CNI, sino por los telediarios de la televisión marroquí. Aun a pesar de que el anterior cargo de director de los servicios de inteligencia, Jorge Dezcállar, fue el de embajador en Marruecos...

Así pues, sostener que los informes del CNI filtrados a la Cadena Ser son una prueba concluyente de que el Gobierno “engañó” a la opinión pública sobre la relación de Sadam con Al Qaeda o sobre las armas de destrucción masiva es, cuando menos, un acto de fe que no se corresponde con las capacidades reales de nuestros servicios de inteligencia, como sus propios responsables han reconocido. Por lo demás, las conexiones del régimen de Sadam con el terrorismo internacional están suficientemente probadas: era Sadam quien pagaba 25.000 dólares a las familias de los terroristas suicidas palestinos cuando cometían un atentado. Y las tropas norteamericanas descubrieron campos de entrenamiento de terroristas en el curso de la guerra, vinculados al FPLP, y capturaron también a su líder, Abu Abbas –quien organizó el secuestro del Achille Lauro–, refugiado en Irak.

El brutal atentado contra la sede de la ONU, así como los sabotajes y los atentados que a diario sufren tanto las tropas norteamericanas y británicas como los propios iraquíes, demuestran que, cuando menos, ya existía una red terrorista organizada –y permitida por Sadam– en Irak antes de que llegaran los aliados, o bien que el terrorismo internacional, incluida Al Qaeda, apoya la “causa” de Sadam, como de hecho se vio en la guerra con la afluencia de “voluntarios” que integraron las milicias de los “fedayines de Sadam”. Los norteamericanos, en sus avances durante la guerra, encontraron equipos de explosivos para ataques suicidas abandonados precipitadamente. Y, en último término, el propio régimen era una organización terrorista, a juzgar por las numerosas fosas comunes donde fueron enterrados miles de opositores y disidentes del régimen y por la brutal represión que sufrieron kurdos y chiíes.

En cuanto a las armas de destrucción masiva, es evidente que Sadam las tenía y las utilizó –primero en la guerra contra Irán, y después contra los kurdos–, y tuvo sobradas oportunidades en doce años, después de la I guerra del Golfo, para demostrar que se había deshecho de ellas. Fue precisamente su negativa a aportar pruebas lo que desencadenó la intervención de la Coalición... que en su camino a Bagdad encontró misiles no declarados por Sadam con ojivas cargadas de sustancias sospechosas, así como numerosas máscaras antigás que el ejército iraquí abandonó en su huida. Por lo demás, los informes de la inspección presentados por Blix –que son los que realmente manejó el Gobierno para tomar la decisión de apoyar a la Coalición– aun a pesar de estar convenientemente dulcificados, aportaban suficientes pruebas e indicios que justificaban la intervención.

Las dos filtraciones tras la comparecencia de Dezcallar –la primera, a todas luces “oficial”, a la Agencia EFE, y la segunda, con un tono muy diferente, a la Cadena Ser– a puerta cerrada ante la Comisión de Fondos Reservados, dejan a la altura del betún tanto a nuestros servicios de inteligencia como, sobre todo, a la oposición. Es cierto que la magnitud o la novedad de lo supuestamente revelado es un asunto de menor cuantía: ya se sabía desde hace un año que Dezcallar no encuentra relación entre Al Qaeda y Sadam –por cierto, es un misterio que correspondería desvelar a Federico Trillo el hecho de que Dezcallar siga en su puesto después de Perejil y del “soplo” de la visita fantasma de González a Marruecos, que costó el cargo a Pío CAbanillas–, así como también es de sobra conocido que los objetivos de la inteligencia nacional son ETA, el terrorismo islámico, la inmigración ilegal, las mafias y Marruecos.

Lo que realmente cuenta en este asunto es tanto la incontinencia verbal de nuestros servicios de inteligencia como la falta de lealtad y de escrúpulos de una oposición cainita, incapaz de mantener la boca cerrada respecto a secretos de Estado si con ello cree que puede hacer daño o debilitar la posición del gobierno de España. Suponer que en una guerra internacional contra el terrorismo, Sadam Husein no iba a poner a disposición de Al Qaeda sus recursos para combatir al enemigo común (EEUU y sus aliados) es, en el mejor de los casos, un acto de ingenuidad impropio tanto de la oposición como de unos servicios de inteligencia mínimamente sagaces. Afirmarlo sin disponer de información propia y contrastada es, cuando menos, una irresponsabilidad. Pero utilizar la filtración –posiblemente manipulada– de deliberaciones secretas con el único fin de importar una polémica ajena, da la medida de una oposición dispuesta a vulnerar las más elementales reglas del juego político e institucional –como, por cierto, ya se demostró cumplidamente en el transcurso de la guerra o en la ridícula visita de Zapatero a Mohamed VI bajo el famoso mapa de las Canarias marroquíes– al tiempo que se reclama la “normalización democrática” y la recuperación del “consenso” –nunca hubo tal cosa– en política internacional.

Sin embargo, lo más tragicómico es que, aun a pesar de los nulos resultados obtenidos con su estrategia de oposición antisistema, bien en torno al asunto del Prestige, en la guerra de Irak o en la Asamblea de Madrid, Zapatero y Caldera siguen insistiendo por el mismo camino. De sabios es rectificar... y de necios porfiar.


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