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Jorge Vilches

La gran preocupación

El socialismo se ha convertido en una federación de izquierdas autónomas

Ibarra se queja y Montilla se ríe. El presidente extremeño critica el abandono de la defensa de la igualdad de todos los ciudadanos, el desdén hacia lo español, y el ministro catalán lo califica de "cómico". Ya no se trata de si existen varios partidos socialistas, si hay proyectos distintos bajo las siglas del PSOE, o si han resucitado Prieto y Largo Caballero. Incluso el atribuir a las palabras de Ibarra un interés meramente electoral, un discurso exclusivo para los extremeños, se antoja ingenuo.
 
Normalmente, el ascenso al poder cohesiona un partido entorno a un líder, un proyecto y al objetivo de permanecer en el gobierno, máxime cuando éste es disputado por otro partido. De esta manera, es posible la coordinación de la actividad gubernamental de un gabinete recién formado. La relación también funciona a la inversa: la política del grupo en el poder es un reflejo de sus condiciones como organización partidista. Así, el desbarajuste entre ministerios, o entre el Gobierno, su grupo parlamentario o el partido, da lugar a la incertidumbre política, las contradicciones y los fracasos.
 
El partido fuerte debería ser aquel que gobierna, y en España no es así. Lo triste del caso socialista es que el poder no sólo ha aumentado las graves discrepancias que existían en el PSOE respecto a qué es España –lo más importante-, sino que no ha reforzado al líder, ni ha mostrado un proyecto. Tan sólo ha quedado patente su deseo de continuar en el poder.
 
La cuestión es, por tanto, quién nos gobierna. Y esta es la gran preocupación. El socialismo se ha convertido en una federación de izquierdas autónomas. La dirección del gobierno socialista está marcada, no por su programa, sino por el de los pequeños partidos no nacionales. Se ha anunciado el inicio de un nuevo periodo casi constituyente, el nacimiento de un nuevo pacto entre los elementos que conforman el Estado español, sin que se haya adelantado el plan gubernamental al respecto. Los dirigentes del PSOE, incluidos los ministros, se manifiestan sobre la reforma territorial sin una pauta o un fondo común. El líder del partido, y presidente del Gobierno, no marca la dirección, ni pone fronteras a las declaraciones. La autoridad que otorga el poder ni siquiera ha surgido. Y se recuerdan con demasiada frecuencia las componendas que permitieron ganar congresos partidistas y encabezar carteles electorales.
 
El PSOE tiene mayoría parlamentaria suficiente como para gobernar en solitario, pero no quiere, prefiere que le aten de pies y manos, que le obliguen. No es únicamente una cuestión de imagen, ese halo progresista que corona a la palabra "talante", sino la carencia más absoluta -esa pobreza venida a menos- de un proyecto político. ¿Qué modelo territorial? El que digan otros.
 
Imaz ha salido más contento que Rajoy de su entrevista con Zapatero. Dicho de otro modo. El jefe de un partido independentista, minúsculo a nivel estatal, que desprecia la Constitución y el Estatuto de Autonomía de su comunidad, ha terminado su aparición en La Moncloa repitiendo las palabras de Fernández de la Vega: hay que escuchar y dialogar. Mientras, el jefe de un partido nacional, constitucionalista y autonomista, que tras ocho años de gobierno ha sido votado por casi diez millones de españoles, ha manifestado su creciente inquietud por la posible quiebra del régimen de 1978.
 
La intranquilidad, y con ella la desconfianza interior y exterior, la motiva el Gobierno y su falta de proyecto para el país. Pero la preocupación la origina la incapacidad de los socialistas para crear un partido fuerte que genere seguridad o entusiasmo, y que esto ocurra recién llegados al poder. No es una cuestión de método o teoría, es que sobre él se edifica el futuro inmediato de la nación.

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