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Jorge Vilches

Rajoy y su circunstancia

La continuidad en el Partido Popular es algo lógico. El PP de la derrota del 14-M no es el mismo que el PSOE vencido de 1996

El XV congreso del PP ha estado marcado por el continuismo. Esta circunstancia la critican, precisamente, socialistas y comunistas, los que aún portan los nombres de aquellas ideas que murieron con el siglo XX. A la izquierda le hubiera gustado que el congreso popular aprobara por unanimidad una ponencia de cargos y expulsión de José María Aznar. Incluso a cierta derecha le hubiera complacido un pequeño rapapolvos al ex presidente, pero no ha sido así.
 
La continuidad en el Partido Popular es algo lógico. El PP de la derrota del 14-M no es el mismo que el PSOE vencido de 1996. Los socialistas vieron diezmadas sus filas por la corrupción y el GAL, el mayor atentado contra la democracia desde el 23-F. La resistencia a la renovación ahondó después su derrota en las urnas. Los populares, en cambio, han cometido errores de palabra, acto y omisión, pero siempre devenidos de la acción de gobierno. Por esto, su paso a la oposición no tiene por qué saldarse con una remoción completa del personal.
 
Es más, los populares no pueden permitirse el lujo de desprenderse de la figura de Aznar, por la misma razón que a los socialistas se les calientan las manos aplaudiendo a González. Es el patrimonio del partido, el bagaje histórico, el anclaje con la historia democrática, la prueba de que se confía en un proyecto que va más allá de las personas.
 
Los miembros de la Ejecutiva del partido son relativamente importantes. Tampoco son, de forma obligatoria, la proyección de los ministros si se llega al poder, ni establece la categoría del ministerio. Ahí tenemos a Caldera, que pasó de principal comehombres socialista a ensombrecido ministro de Trabajo. Los nuevos ejecutivos son, en realidad, la muestra de una tendencia, de un deseo.
 
El proyecto sigue fiel al aznarismo. En política exterior no se olvidan de las dos vertientes complementarias: el europeísmo y el atlantismo. No se puede ser totalmente europeo, en lo que significa de defensa de los valores humanísticos cristianos y occidentales, sin contar con EE.UU., que veló por la democracia en Europa incluso cuando los europeos, en el siglo XX, no la querían. Y esto es lo que no entiende el progresista del Viejo Continente, que la política internacional norteamericana será fundamentalmente la misma aunque cambie su Presidente.
 
De igual manera, no era sensato que el PP variase la política económica cuando el control presupuestario, la reducción de impuestos y el libre mercado han hecho prosperar al país por encima de la media europea. Y no es tampoco serio el cuestionamiento radical de la Constitución y del Estado de las Autonomías si han funcionado hasta ahora, al menos para la inmensa mayoría de los españoles.
 
Pero cuidado. El PP se ha buscado su propio Zapatero: Ruiz Gallardón. Sus máximas para un nuevo proyecto popular son aplicables a cualquier partido y en toda situación. Su único principio inamovible es el diálogo, y el principal objetivo a cumplir, el consenso. No hay nada más superficial, sencillo y etéreo. Quizá se ganen votos en distancias cortas, pero el daño a la larga es seguro.
 
En esta circunstancia, la suya, Rajoy se presenta como el conductor de la continuidad, mostrando que el hombre no importa tanto como las ideas, los propósitos y las aspiraciones que dirigen su acción y su discurso. De ahí la necesidad de que, en los gobiernos representativos, el líder sea el portavoz de una agrupación política, no su alma. Porque esto es lo que hace grande y duradero a un partido, el superar el cambio de jefe de filas y atraerse al electorado sin cambiar su identidad ni sus principios básicos.

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