Hay dos realidades que sólo se atisban al llegar a esa edad en la que uno ya se ha convertido en el único culpable de su propia cara. Una de ellas es la evidencia contraintuitiva de que es compatible poseer un enorme talento y, al tiempo, albergar una capacidad más desmesurada aún para la miseria moral. Y la otra, que en esta vida el modo más sutil de mentir consiste, simplemente, en permanecer callado.
En la Historia existen infinitos ejemplos de la primera de esas verdades desoladoras. Pero puestos a elegir una figura paradigmática que los represente a todos, me quedo con el gran Bertolt Brecht. El lector lo ha escuchado mil veces: "Al principio fueron a por los comunistas, yo no era comunista; después fueron a por los…" Eso es la literatura; la realidad, sin embargo, siempre se empecina en ser diferente. Así, un 30 de octubre de 1947, la Comisión de Actividades Antiamericanas decidiría dar una oportunidad a diecinueve artistas progresistas de Hollywood para que pudieran optar entre sus principios y sus piscinas. Los maccarthystas del Senado únicamente querían que respondiesen a una pregunta: "¿Pertenece usted al partido comunista?" Los dieciocho primeros se negaron a declarar; y de ellos, diez resultarían condenados a un año de prisión por adoptar esa actitud. Mas cuando le llegó el turno al último de los testigos, el propio Brecht, toda la sala tendría ocasión de escuchar la voz firme, clara, alta y rotunda del dramaturgo. "No, no, no, no, no, nunca", respondió aquel héroe del antifascismo a su interrogador.
Viene a cuento esa reflexión porque, hoy, los catalanes únicamente somos reconocidos por exhibir la silueta de un asno en los coches; por elegir a diputados incapaces de construir una frase con sujeto, verbo y predicado; por venerar a un orate que imita al peor Lerroux hasta en las hechuras del mostacho; por el miedo de la mitad de la población a expresar en público lo que piensa, y por el silencio de nuestros intelectuales. Y es que también aquí funciona desde hace un cuarto de siglo un Comité de Actividades Anticatalanas que exigiría un "no, no, no, no, no, nunca" al que osara dejar de mentir con la boca cerrada.