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Ricardo Medina Macías

Libertad, igualdad y Ley

Eso, el imperio de la ley, garantiza tanto la libertad de los ciudadanos como su igualdad. Sólo somos libres si jugamos en un terreno parejo con reglas iguales para todos. La tríada es libertad, igualdad y ley

La mejor garantía de la libertad de cada cual es que todos juguemos en un terreno parejo, con iguales condiciones para unos y otros. De eso se encarga la ley. Quienes desprecian la aplicación de la ley por parte de los tribunales competentes suelen aborrecer también la libertad y la igualdad.
 
En los países bananeros –dictaduras abiertas o disfrazadas– se suele decir que es mejor un mal arreglo “político” que un buen pleito judicial.
 
En los países con una tradición sólida de libertad se sabe que el mejor arreglo “político” al margen de la ley es indeseable aún frente al más escabroso pleito en los tribunales constituidos.
 
El diputado Manuel Camacho Solís exhorta al presidente de México a que evite que a un amigo suyo, el ex jefe de la policía de la capital mexicana, se le investigue para saber si incurrió en alguna responsabilidad –por omisión o negligencia- en el abominable linchamiento de tres policías federales en la Ciudad de México.
 
Se equivocó de lleno el diputado Camacho. Se equivocó de país. Hasta donde se sabe, México ya dejó de ser un país bananero en el cual los arreglos de buena o de mala voluntad privan sobre la aplicación de la ley. Hasta donde se sabe, en México el presidente ya no es el supremo dador de justicia, el juez último que decide inocencias o culpabilidades. Hasta donde se sabe en México, como suele suceder en las democracias, la impartición de justicia está a cargo de un Poder Judicial independiente del Poder Ejecutivo.
 
Camacho debería saberlo bien como legislador, como político y como estudioso que dice ser de la ciencia política. Camacho debería saber, por ejemplo, que en los últimos años el Poder Judicial ha fallado en varias ocasiones en pleitos judiciales en contra de los intereses o deseos del Poder Ejecutivo: lo mismo en el caso del horario de verano que en el caso del reglamento del servicio público de energía eléctrica y en varios más.
 
También se equivocan, dicho sea de paso, quienes lamentan que el Poder Ejecutivo acuda a la Suprema Corte para que se dirima una controversia en materia presupuestaria. Deberían celebrarlo, no lamentarlo. A menos que añoren el viejo país bananero. Eso, que la Suprema Corte sea un tribunal de Constitucionalidad, hace la diferencia entre un país bananero y un país democrático. Y eso es más importante para la democracia que las encuestas de popularidad o que el asambleísmo “ad nauseam”.
 
Eso, el imperio de la ley, garantiza tanto la libertad de los ciudadanos como su igualdad. Sólo somos libres si jugamos en un terreno parejo con reglas iguales para todos. La tríada es libertad, igualdad y ley.
 
Ah, por cierto, y eso constituye lo que se llama un Estado de Derecho. De veras, México ya no es más un país bananero. ¿Por qué hay algunos que siguen lamentando que México haya perdido esa deplorable condición?
 
© AIPE
 
Ricardo Medina Macías es analista político mexicano

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