Menú
Jorge Vilches

¿Dónde acaba España?

¿Dónde acaba España? La respuesta parece clara si se entiende que para los socialistas gobernantes las reivindicaciones territoriales y soberanistas de Marruecos y los diversos nacionalistas son legítimas, irrenunciables y atendibles

¿Quién no recuerda aquella foto de Zapatero junto a Mohamed VI, sonrientes al pie de un mapa de Marruecos que incluía las islas Canarias, Ceuta, Melilla, los peñones de Alhucemas y Vélez, y las islas Chafarinas? ¿Se trataba del error de un líder novato, o el reflejo de su pensamiento?
 
Los socialistas que asesoran la política exterior del gobierno creen que hay que utilizar los contenciosos, sean o no reconocidos por una de las partes, como instrumentos de mejora de las relaciones bilaterales. Con este planteamiento, Moratinos reconoció a Gribaltar carta de naturaleza para negociar de igual a igual con España y Gran Bretaña, en aras a un “mejor entendimiento”. Para las plazas españolas de Ceuta y Melilla se prepara algo similar.
 
Las relaciones con Marruecos, creen, serán malas hasta que no se hayan sacado las espinas ceutí y melillense. Los españoles, a juicio de esos socialistas, deben reconocer que su origen es la conquista imperial, tras la que se echó a las poblaciones originarias. Fue una guerra unilateral, injusta, ilegal e inmoral, como la de Irak. Se produjo allí un evidente enfrentamiento entre el Islam y la Cristiandad, un choque de culturas cuya continuidad en nada ayuda a la alianza de civilizaciones.
 
Las plazas españolas en África son, para estos socialistas, puntos estratégicos, con un objetivo pura y exclusivamente militar; lo que vendría demostrado por su escasa superficie. La presencia española allí, en consecuencia, recorta la soberanía marroquí, y humilla su sentimiento identitario, y todo, en fin, se hizo sin contar con el beneplácito del Sultán de Marruecos. Esta humillación se habría repetido con la respuesta del gobierno Aznar a la crisis del islote de Perejil en julio de 2002. Esta distancia entre los dos países genera incomunicación con el país vecino, y el subdesarrollo marroquí. De ahí que el gobierno Zapatero le dedique un fondo demasiado generoso a ayuda a la cooperación, y Moratinos pida un Plan Marshall para Marruecos. Porque Europa, el Occidente cristiano de las cruzadas y el colonialismo, es el gran responsable de la miseria y la violencia de la “otra civilización”.
 
España debe ser la vanguardia, dicen, de la “paz perpétua”. Y acabar con ese doble lenguaje de exigir la devolución de Gibraltar, y negar, a un tiempo, la de Ceuta y Melilla. La geografía visionaria y ahistórica manda. Por esto, los socialistas que mirán al exterior creen en la “visión global” y el “diálogo” para “normalizar” las relaciones entre países. Hay que encontrar “fórmulas mágicas” de convivencia, sin regatear la “legítima marroquinidad” de aquellos territorios, como la cosoberanía de las dos plazas o el ejercicio del “derecho de autodeterminación”. Todo dicho con la pose ingenua del nuevo orden internacional imaginado por Zapatero y los suyos. Podría ser, por ejemplo, la “retrocesión” propuesta por el periódico marroquí L’Opinion hace unos días, la misma palabra que utilizaba en 2003 Máximo Cajal, asesor de los socialistas en política exterior.
 
¿Dónde acaba España? La respuesta parece clara si se entiende que para los socialistas gobernantes las reivindicaciones territoriales y soberanistas de Marruecos y los diversos nacionalistas son legítimas, irrenunciables y atendibles. Este gobierno, atendiendo a Suso de Toro, cree que España es una nación débil compuesta de naciones minúsculas. Porque vivimos sumidos en la incomodidad hay que “normalizar”, basándose, siguiendo a Philip Pettit, en la “libertad como no dominación”; esto es, en la cesión preventiva para evitar la disputa. Y Zapatero, para no crispar, dice tener una “fórmula mágica”. Abracadabrante.

En España

    0
    comentarios