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Luis Pazos

Socialismo, disfraz de dictaduras

La causa real por la que el socialismo estatista sigue siendo invocado en el siglo XXI, a pesar de haber empobrecido a muchos países en el siglo XX, es que justifica la concentración ilimitada del poder en manos de los gobernantes.

Muchos analistas se preguntan por qué el socialismo, a pesar de su evidente fracaso evidenciado por la caída del muro de Berlín, todavía existe en algunos países como Cuba y Corea del Norte, mientras se instala formalmente como una opción social en Venezuela. La causa real por la que el socialismo estatista sigue siendo invocado en el siglo XXI, a pesar de haber empobrecido a muchos países en el siglo XX, es que justifica la concentración ilimitada del poder en manos de los gobernantes, pero en nombre de los pobres y de la miseria.

En Cuba hay un señor que con el disfraz del socialismo ha gobernado 48 años y ha hecho lo que le place. No es necesario ser sociólogo para identificar que esa isla vive desde hace décadas bajo una grotesca y empobrecedora dictadura; sin embargo, gracias a que ese gobernante se dice socialista y se la pasa insultando a los ricos y a los imperialismos, todavía tiene las consideraciones y el respeto de un gran número de intelectuales en América Latina.

En el caso de Venezuela tenemos a un socialista populista que llegó al poder democráticamente, al igual que Hitler. Su táctica para ganar popularidad es repartir dinero entre las familias pobres, tal como lo imitó un partido político en Ciudad de México.

Muchos dictadores son populares porque generan esperanzas entre los pobres y, aunque no les resuelven los problemas de fondo ni los sacan de la miseria, les dan dinero para resolver transitoriamente algunas carencias. El socialismo real, que se instrumentó el siglo pasado en la Unión Soviética, Europa del Este, China, Vietnam y otros países, no resuelve ningún problema social sino que los agrava, mientras acumula la concentración económica y política del poder en el grupo gobernante.

El socialismo real disfraza despotismos y dictaduras, bendecidas muchas veces por una democracia mal entendida. La democracia no es sólo el voto mayoritario en elecciones periódicas, sino el cotidiano respeto a los tres derechos fundamentales del hombre: vida, propiedad y libertad. Cuando los gobernantes no respetan esos derechos fundamentales y los que de ellos se derivan, como sucedió con Hitler en Alemania y está pasando hoy con Chávez, aunque hayan sido elegidos por mayoría de votos, no se les puede llamar demócratas.

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