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EL PLANETA DE LOS SIMIOS, por Víctor Gago

(Libertad Digital – Víctor Gago) La Declaración de los Grandes Simios empieza diciendo:
Francisco de Asis Garrido Peña, ”gran simio” del PSOE por la circunscripción de Sevilla –según su propia taxonomía– , critica la traducción de la web del Proyecto Gran Simio y niega que su PNL proponga el reconocimiento de derechos humanos a los simios.
 
En efecto, ha sido una traducción desafortunada. La Declaración deja claro, desde el principio, que de lo que se trata es de extender el derecho natural simiesco a los seres humanos. El objetivo de una “comunidad de los iguales” integrada por hombres y monos es consecuente con la “ética práctica” postulada por el presidente del Gobierno, “gran simio” por Madrid. De Marx a Zapatero, la izquierda realiza, al fin, su ideal de igualdad: todos simios y simias.
 
La Declaración define a la “comunidad de los iguales” como
¿Una “comunidad moral”? ¿Acaso puede el gran simio discernir sobre el bien y el mal? ¿Puede, tal vez, hacer valer sus “derechos morales fundamentales” ante el Comité Audiovisual de Cataluña? ¿Está capacitado para entender el pacifismo de ETA? ¿Puede exigir que escolaricen a su pequeña chimpancé en castellano?
 
Evidentemente no, si se  interpreta la Declaración como una extensión del derecho natural humano a los monos. Pero, como ha subrayado Francisco de Asis Garrido, hubo un “error de traducción”, y de lo que se trata es de extender el planeta de los simios a los humanos.
 
Pedro El Rojo, el simio protagonista de Informe para una Academia, de F. Kafka, dice:
 
“No, yo no quería libertad. Quería únicamente una salida”
 
Pues eso. ¿Quién necesita ser un individuo, pudiendo ser un simio? ¿Quién necesita la libertad, cuando ya existe la ciencia?
 
Los derechos fundamentales del planeta de los simios, reconocidos por la Declaración del Proyecto Gran Simio son:
Todo un salto evolutivo, reconocer el derecho a la vida y la defensa propia de los grandes simios. ¿También para las víctimas de ETA? ¿Pueden los grandes simios víctimas de Castro practicar el tiranicidio en defensa propia?
 
Más derechos simiescos proclamados por el PSOE:
Lástima que la declaración de derechos universales no llegase a tiempo de proteger a los dos simios del PP que fueron detenidos ilegalmente por orden del Gobierno del PSOE. Habría evitado un estrés muy nocivo para sus instintos motrices y sexuales básicos. Quizá el miedo haya puesto en peligro, incluso, a las colonias simiescas de la derecha que se despiojan y reproducen como mandriles por todo Madrid.
 
 El tercer y último derecho que la izquierda reconoce a los simios es:
Genial, hermano Zapatero. No más monos ahorcados en Irán, no más presos en Cuba simplemente por hacer el simio contra el caimán barbudo, no más simias sometidas a una ablación de clítoris, no más desaparecidos en China, y todo gracias a que el PSOE ha trasladado el negociado de la ética al Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
 
El PP aún está a tiempo de presentar una enmienda a la Proposición no de Ley del hermano Garrido, para incluir los embriones humanos en la categoría de “grandes simios” y así puedan disfrutar de los mismos derechos.
 
Hay pequeños flecos por resolver, antes de una universalización efectiva de los derechos de los simios, como, por ejemplo, la cuestión de cómo vamos a defender esos derechos cada uno de nosotros, grandes simios individuales. Pero no hay reparo o duda que el socialismo científico no resuelva:
 
Ante la objeción de que no serán capaces de defender sus propios derechos dentro de esa comunidad, respondemos que sus intereses y sus derechos deben ser salvaguardados por guardianes humanos, del mismo modo en que se salvaguardan los intereses de los menores de edad y de los discapacitados mentales de nuestra propia especie”
 
El derecho a un guardarropa como el de la gran simia María Teresa Fernández de La Vega, o el derecho a posar en Vogue en nombre de la justicia social, tampoco están aún contemplados por la PNL del PSOE. La sociedad simiesca perfecta tiene tarea por delante.
 
Todo sea por llegar a ser como Yzur, el mono protagonista del cuento de Leopoldo Lugones, que, en su lecho de muerte, al fin articuló las palabras que, con denuedo, habían intentado inculcarle durante un largo y tortuoso experimento científico:
 
“Amo, agua. Amo, mi amo…”

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