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Amando de Miguel

Oyentes o escuchantes

Se veía venir. El verbo 'oír' pierde vigencia, se evapora, desaparece de nuestros usos.

Se veía venir. El verbo oír pierde vigencia, se evapora, desaparece de nuestros usos. Los debates empiezan a ser diálogos de sordos. Los sonidos son tantos que nos entran por un oído y nos salen por el otro. Elevamos el tono de voz, pero ni por esas. Mis colegas de la universidad me aseguran que los estudiantes actuales parece que están de oyentes, es decir, asisten a clase sin mayores obligaciones ni entusiasmos.

En los medios audiovisuales se sigue manejando por inercia el término de audiencia, pero no se sabe si todos los oyentes o espectadores se enteran de lo que oyen o ven. Hay que volver a los clásicos: "Los escritos permanecen", aunque solo sean sobre una pantalla.

Cuando una palabra pierde fuerza, se renueva por otra con un nuevo empuje. En lugar del oír en desuso, se vuelve ahora a la acción de escuchar. Equivale a la disposición que se adopta para poder oír algo. La ecuación es muy sencilla: escuchar es a oír como mirar a ver. Un mirón resulta despectivo, pero un escuchante es ahora el equivalente del que antes oía algo. En Radio Nacional de España lo tengo comprobado: alguien con autoridad ha dicho que hay que referirse a los escuchantes, antaño oyentes. Tengo para mí que el auténtico escuchante de la radio era el radioaficionado, el que se había fabricado su propia radiogalena. Ahora escuchantes somos todos. Queda el residuo de las escuchas telefónicas, las que se graban con propósitos infames o sospechosos.

Ante las irregularidades de los teléfonos inalámbricos (mal llamados móviles), el oyente se desespera: "No te escucho", dice frustrado. En realidad, escucha con toda la atención puesta en ello, pero no oye bien lo que le llega por las ondas. Con lo fácil que sería decir "no te oigo bien". Pero ya digo que el verbo oír se halla en retroceso. Acabaremos con tapones en los oídos, como Ulises con las sirenas canoras.

El receptor de los medios audiovisuales se desentiende de los infinitos mensajes que le llegan. "¡Para lo que hay que oír!", exclama escéptico. No es posible dar crédito a tantas declaraciones ante los micrófonos o las cámaras. Da la impresión de que muchos hombres públicos (políticos, predicadores, actores, deportistas, famosos, periodistas, tertulianos) dicen simplemente lo que tienen que decir. No vale la pena escucharlos. Los oímos como quien oye llover.

"Ese me va a oír", amenaza un individuo, a quien el otro le ha perpetrado alguna mala pasada. Antes habría dicho que "le va a leer la cartilla", pero ya nadie sabe lo que sea la cartilla de obligaciones. En realidad, nadie está obligado a nada, pues tiene derecho a todo. Si procede cumplir algo que viene aparejado con la multa correspondiente, se recurre y en paz. Hay empresas de abogados especializadas en recursos. El de amparo ya ni lo admiten a trámite, tanto se ha abusado de esa vía jurisdiccional. La profusión de los otros recursos se debe a que los fallos de los jueces o de los altos funcionarios han perdido autoridad.También cuenta el hecho de que los españoles somos incansables litigadores. Tener algún pleito da prestigio.

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