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Pedro de Tena

Caprichos vírico-literarios para olvidar, un ratito, el coronavirus (V)

Llegará el tiempo en el que podrá separarse el grano de la paja y saber con seguridad qué se ha hecho mal y quiénes son sus responsables.

Llegará el tiempo en el que podrá separarse el grano de la paja y saber con seguridad qué se ha hecho mal y quiénes son sus responsables.
El suicidio de Séneca, pintado por Manuel Domínguez Sánchez | Archivo

Entramos en la quinta jornada de nuestro particular "pentamerón" para entretener a quienes están afectados y no afectados, perplejos y con los ojos y las neuronas como escarpias ante lo que los ciudadanos de buena parte del mundo estamos viviendo. Suponemos que llegará el tiempo en el que podrá separarse el grano de la paja y saber con seguridad y sin propaganda, qué se ha hecho mal y quiénes son sus responsables.

No cabe duda de que las epidemias tienen que ver con la molicie urbana, con las grandes concentraciones de personas. El único virus fatal que menciona nuestro Ortega y Gasset es el de la molicie de las ciudades sin nervio ni coraje a que da paso la civilización frente al nomadismo disciplinado y valeroso. Glosa con ello la primera filosofía de la historia conocida que es la del marroquí Abenjaldún, doctrina que critica pero que admite, en cierto modo, para África.

En esta oposición encontraba Abenjaldún "el secreto de todos los movimientos históricos". Los nómadas caen sobre los pueblos sedentarios y sus ciudades y crean Estados, pero transitoriamente, porque una vez asentados se debilitan quedando a merced de nuevos nómadas invasores "aún intactos de lujo y lujuria". Merced a este proceso, perpetuamente repetido, la historia está esencialmente, y no por azar, sometida a un ritmo. Períodos de invasión y creación de Estados, períodos de civilización de los invasores, períodos de nueva invasión. No hay más. Así un siglo y otro".

Julio Caro Baroja, en su mundo de brujas, encontró otro virus en las páginas de Lucano, el "virus lunar". La Luna era una divinidad propicia para la magia y la magia más potente era la bruja Erichtho o Erictón que lograba que un muerto recuperase la vida gracias a dicho virus. "Tras insuflarle el virus y mezclar las sustancias más repugnantes, tras pronunciar la invocación conminatoria amenazadora, la sombra del muerto se levanta", cuenta nuestro sabio.

Según la mitología griega de Robert Graves, Erictonio era masculino, producto de una eyaculación de Hefestos en la Tierra, que fue educado por Atenea y llegó a ser rey de Atenas e introductor de la plata. Pero también dice que Erictonio, relacionado con el sanador Asclepio por una gota de sangre de la Gorgona, fue agraciado por Atenea, que le concedió "el poder de resucitar a los muertos".

Muertos hubo y muchos durante el período de esplendor del bandolerismo andaluz en nuestro siglo XIX. Precisamente su conocedor más eminente, que fue gobernador de Córdoba, Julián de Zugasti se refiere a sus atentados como una "cancerosa llaga" que contenía el virus contra el orden y la civilización. De no combatirse, escribió en su obra sobre el bandolerismo, "se reproducirá constantemente como las cabezas de la Hidra de Lerna" que por cada una que perdía le salían dos nuevas. Vengan mitos.

Que la masonería y la Iglesia católica se han acusado mutuamente de ser un virus la una para la otra es conocido. El cardenal arzobispo de Chile, José María Caro Rodríguez (1866-1958) escribió en El misterio de la masonería que el poder oculto, diabólico se supone, cegaba a los masones, los alucinaba, los hipnotizaba y fanatizaba inyectándoles profundamente "el virus anticatólico" de modo que "la inmensa mayoría de ellos ha llegado a ser presa de una rabia que no les deja reposo. Lo que hace el alcohol con el cerebro del ebrio, lo hacen los suyos, la sugestión anticatólica. Ya no razonan, sinrazonan". Léase al contrario desde el lado masón.

Antes de seguir, inhalemos estos versos de don José Zorrilla, que se encuentran en su libro Gnomos y Mujeres, referido al paganismo en el arte. Dicen así:

Aun puede que avergonzado
huya a la región celeste;
pero pasará la peste
material y tornará:
y la humanidad , purgada
del virus que hoy la envenena,
tornará al arte a la escena,
y el altar le amparará.

¿Insuperable? Que va. Fíjense en los que escribió Evaristo Carriego, que parece una respuesta:

En procesión inmensa va el macilento enjambre,
mordidas las entrañas por los lobos del hambre.
Lo custodia el misterio, y lleva en sus arterias
inoculado un virus de sórdidas miserias,
no hay que temer la lepra que roe los abyectos:
quizás es peor la higiene de los limpios perfectos.
Efigien su nobleza también los infelices:
¡Blasón de los harapos, lis de las cicatrices!
¡Lidiemos en la justa de todos los rencores
insignias de los bravos modernos luchadores!

En las sospechas conspiranoicas, que quién sabe si lo son, los virus son objeto de oscura manipulación por los poderes fácticos de la Tierra. En estos días, muchos se preguntan qué juego letal practicaba China con el virus que mutó finalmente hacia esta variedad de coronavirus que ha contagiado a muchos. Pero ya se acusó a Estados Unidos, por ejemplo, de haber "introducido el virus de la peste porcina africana en Cuba en 1971, provocando la enfermedad y muerte de 500 000 cerdos". Así se cuenta en La otra historia de Estados Unidos, de Zinn Howard.

Pero nada de eso han hecho nunca jamás los médicos comunistas cubanos. "Difícilmente esos hombres y mujeres podrían ser inducidos a producir virus y bacterias para matar a niños, mujeres, ancianos o ciudadanos de cualquier país", propagaba Fidel Castro en uno de sus discursos recogidos en una Selección. En este caso, el pronunciado el 10 de mayo de 2002, en a las declaraciones del gobierno de los Estados Unidos sobre armas biológicas. El comunismo, es sabido, sólo mata a millones y con besos.

No, no se puede dialogar con quien es imposible. Yukio Mishima describió bien lo que pasa cuando hablar de verdad está vetado. En sus Confesiones de una máscara, describe cómo es una conversación que no lo es y que consiste mayormente en "ir resbalando por el aire". Es lo que ocurre cuando es imposible escuchar a la otra parte porque ya se está previamente convencido de que la verdad, la justicia y la superioridad moral está de nuestro lado.

Recordemos en este punto la leyenda negra vertida sobre los españoles desde hace siglos y según la cual "genocidio" es una palabra venial que explica poco y mal la cantidad de asesinatos que cometieron nuestros antepasados cuando llegaron y se encontraron con América. Iván Vélez ha subrayado estos días como la mayoría de esas muertes no fueron crímenes, sino que se debieron a infecciones y virus como el sarampión que los españoles llevaron y que contagiaron a unos pobladores no inmunes. Pero la infección antiespañola se extendió.

Para virus virulento, el de Nerón, el que "alumbró con cristianos cubiertos de resina y pez los jardines donde celebraba sus orgías, muere perseguido, acosado como una fiera, en casa de sus esclavos, oyendo las maldiciones del pueblo y la sentencia del Senado, y clavándose un puñal en el corazón lleno del virus de todos los vicios". Así lo contaba Emilio Castelar en su estudio sobre La civilización en los cinco primeros siglos del cristianismo, tomo III.

Yo me malicio que algo de ironía había en la voz escrita de Castelar cuando caracterizaba al pecado original como un virus corrosivo que dejaba sin salvación posible a "toda la antigüedad con sus poetas, sus filósofos, sus sacerdotes, sus legisladores; Tiro la rica, Alejandría la sabia, Atenas la libre, Corintho la artística, Roma la inmensa, toda la antigüedad, perdida está en las tinieblas, encerrada en los sepulcros". ¿Por qué? Porque no podía ser curado "sino por aquel bálsamo cuyas gotas podrían poblar de mundos la estéril nada, por la sangre de Cristo". Pero, claro, Cristo nació en el siglo I. ¿Y todo lo anterior entonces? Carne de limbo.

El dolor más intenso de Gabriel Zaid hubiera sido por Sócrates que, aunque no escribió los libros que le hubiera gustado leer, inoculó el virus de la "libertad contagiosa" a los Diálogos de Platón. Cierto que eran letra muerta, pero es que ya no disfrutamos de aquellas tardes libres de Atenas. Por eso, hay que conformarse con los libros del discípulo que rememoran las grandes conversaciones y sus posibilidades creadoras. Bueno, tal vez para preservar aquel fuego se inventó la escritura. Y por ello, leer es necesario, conveniente y oportuno.

Será por virus... Fíjense en el que inyecta Américo Castro en la cabeza de los fanáticos separatistas para los que todo está inventado y protagonizado por catalanes desde tiempos inmemoriales. Dice nuestro gran intérprete de la historia de España que hay quien no "se da cuenta", sobre todo los que hablan de Cataluña y Aragón, que el grito de guerra catalán era "¡Aragó, Aragó!".

Vaya contratiempo para los fraguadores de cuentos y del "fet diferencial". Nadie tiene la culpa de que Cataluña "no haya podido constituirse como una Suiza mediterránea, o como una Finlandia báltica, y de que primero gravitara hacia los francos y luego hacia los aragoneses políticamente". ¿Ni España la perversa? Ni ella.

Claro que don Américo no escribía con fines científicos. Lo hacía desde la convicción de que era preciso superar "el virus paralizante de la voluntad y curiosidad inquisitivas e intelectivas del pueblo hispano". Para palabreo bobo, para inundar páginas y para faltar a la verdad, ya estaban otros, como había otros para sentir horror ante la herejía y obsesión por la limpieza de sangre. Así lo escribe en De la edad conflictiva.

El periodista sevillano Manuel Chaves Nogales, que fue testigo del virus del odio mortal que condujo a la Guerra Civil española, virus que infectó a los dos bandos, ya detectó algunos mimbres en 1923. En el semanario España dejó escrito que la Iglesia española, en este caso concreto, el señor Ilundain, arzobispo de Sevilla y luego cardenal, denunciaba el virus del "sensualismo naturalista", la inmoralidad predominante y la "glorificación de la carne". Pero ni se enteraba de que la verdadera infección nacional, esa otra "inmoralidad, invulnerable a sus disciplinas, anda rodando a su antojo por el mundo".

Pues el mismísimo Ludwig von Mises, en su obra sobre El socialismo, insistía en que la creencia demasiado extendida de que fomentar la fe religiosa era una defensa contra el virus socialista y comunista que atacaba la propiedad desde la agitación social , era sencillamente un error. Y lo explicaba: "Es absurdo decir que el siglo de las luces haya abierto caminos al socialismo al destruir el sentimiento religioso en las masas, pues, todo lo contrario, la resistencia que ha opuesto el cristianismo a la difusión de las ideas liberales ha servido para preparar el terreno sobre el cual han podido prosperar los fermentos del destruccionismo moderno. No solamente nada ha hecho la iglesia para extinguir el incendio, sino que lo ha atizado".

Y llega más lejos, dejando entrever que el verdadero virus está en la propia Iglesia, ya católica ya protestante, oportunista e incapaz de alumbrar una doctrina social propia sin el recurso a unas Escrituras que valen para todo, también para cualquier interpretación contra la propiedad y la prosperidad general. ¿Por qué la Iglesia no hace que su gran fuerza se ponga al servicio de la civilización y de la libertad? Buena pregunta.

Para cerrar esta quinta entrega, volvamos a aliviarnos con la literatura, con la de Agatha Christie en El último caso del Inspector Poirot cuando se pregunta si acaso puede existir un virus tal como el virus el crimen. Se trataba de una casa en la que sucedían cosas extrañas como la desaparición de llaves y otros misterios. Y se plantea la británica si en una casa en la que se hubiese cometido un crimen pudiera quedar algo infeccioso en el aire, los restos cuando menos del deseo que algunos tuvieron dentro de ella de matar o querer la muerte de alguien. "Esta casa tiene una mala historia", asintió Poirot.

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